
* El acto primordial es abrir una puerta. Para salir al patio. Para ir al lugar donde se guardan los cuadros. Pero también es abrir la puerta para que la cámara entre, para que los ojos del espectador avancen con ella hacia el universo de Bernardo Kehoe. El ejercicio de abrir esa puerta es similar al del momento posterior en el que despliega en el suelo del taller una de sus pinturas que estaba enmarcada: se trata de dejar ver lo que permanece como algo privado para hacerlo público.
* La performance que el documental registra y que divide colocando algunas escenas en el comienzo y otras en el final, son una representación de esa apertura. Es la ficción de una fiesta con muchacha de servicio incluida que abre la puerta a la larga fila de invitados que entran en la casa de Kehoe. Entran a ver, pero también participan, son parte de esa construcción que Kehoe organiza. Solo que allí, al principio, no sabemos qué hay para mostrar más que los mismos personajes convocados. En el tramo final, la duda se despeja: ficción sobre ficción, lo que hay para mostrar es una enorme tela pintada a varias manos, parte pintura, parte escenario y telón de fondo.
* En esa pintura aparece la figura de Anita Ekberg, en su imagen prototípica de la película La dolce vita (Fellini, 1960). Kehoe recuerda el impacto que le provocó esa figura en el afiche, cuando tenía 9 años y cómo las mujeres de su vida resultaron tan importantes al punto de volver a ellas para pintarlas. En esa fiesta/performance, Anita se corporiza y Kehoe juega desde la ironía haciendo que este sucedáneo del tercer Mundo meta los pies en una palangana de plástico. Una Ekberg del subdesarrollo pero que no pierde poder de evocación del original.
* ”Las mujeres que pinto no son de verdad, son ficciones”, dice Kehoe. No es solo Ekberg: es toda una iconografía desplegada que traslada de universos ajenos al propio, representaciones estereotipadas de la mujer, que parecen intervenciones sobre las originales. Pintar a mujeres en la tela/ pintar a mujeres reales, exacerbando levemente el maquillaje. O llevándolas a la representación de la cultura japonesa, para que a su vez ellas pinten, tracen líneas sobre las que descansen sus cuerpos en escena.
* Mujeres, siempre. La hija que murió a poco de nacer. La mujer que fue su pareja –y sus fotos cuando estaba embarazada. Las amigas –entre ellas, la mujer francesa. La escultora a la que conoce casi desde que era adolescente. La maestra que lo arrastró a trabajar como profesor. La hermana menor. El mundo de Kehoe está hecho a partir de esas mujeres a las que parece haber seguido en su estela.
* La vida de Kehoe es seguir. Seguir a alguien para encontrar el camino. Seguir a una pareja que no conocía porque, les dijo, quería vivir con ellos. Seguir a esa joven escultora. Descubrir, en cada seguimiento, esos rasgos en común: maestros, ideas, visiones del mundo. Kehoe construyó amistades extendidas en el tiempo desde lo casual. O desde la intuición.
* ¿Cuál fue la intuición de esa maestra que lo protegió en la escuela sobre la cual el recuerdo de Kehoe es pésimo? ¿Qué vio en Kehoe para llevarlo a inscribirse en los listados para trabajar como profesor? ¿Habrá intuido además de la necesidad de un trabajo seguro que tenía algo diferente para ofrecer a los demás? El diálogo breve en la actualidad con el alumno en su taller es revelador: cuando éste le dice que no le sale lo que quiere, pero que no le importa, Kehoe responde que le tiene que importar y que tiene que destripar el entuerto. No quedarse, seguir y pensar en lo que se está haciendo. Eso es lo diferente que tiene para ofrecer.
* El río Salí, el monte, los padres que no lo aceptaron. “Para mí, todo era una aventura”, dice. El relato del intento de secuestro en plena calle de Tucumán durante la dictadura es dramático, pero la narración –salpicada de los recortes de diario que atestiguan el hecho- está hecha como una aventura. Más que el drama de esos minutos, recalca el grito de Liliana en la calle avisando el secuestro, el gesto del amigo que lo bajó agarrándolo de los pelos de la camioneta. Un drama reconvertido en comedia all’italiana.
* Una puerta abierta puede ser un obstáculo –justo para Kehoe, que habla de estar rodeado de impedimentos. Un cuadro puede no pasar por la puerta y obligar a romper el bastidor para que salga. “Uno de mis primeros errores”, dice, por pintar cuadros grandes solo porque en una época estaba de moda. Las escenas pueden resultar, en un punto, graciosas, por la obstinación del protagonista y por la decisión de abandonar todo cuidado sobre la pieza. Finalmente, el impedimento se destraba y la obra llega al taller. La apoya contra la pared, pero la rotura del bastidor la deja desvencijada, desarmada. La obra se llama “Lo que ves es lo que hay”. Y hay que pensar que el documental podría haberse llamado justamente de esa manera.
El cisne equivocado (Argentina, 2020). Guion y dirección: Lucila Frank y Andrea Morasso. Fotografía: Pablo Lecaros, Sofía Flores Blasco, Darwin Flores. Edición: Verónica De Cata. Duración: 12 minutos.
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