Había una vez una película llamada Ronda nocturna (Cozarinsky, 2005). Sí, claro, como la mayor parte de los medios recordaron, era el regreso de Cozarinsky a filmar en Argentina (aunque nadie recordó que el antecedente, 16 años antes, había sido esa anomalía hecha película que fue Guerreros y cautivas). Un acontecimiento que derivó no solo en la película, sino en un documental sobre la filmación (Meykinof, de Carmen Guarini), que deben verse como un conjunto. Unos años antes, en un casting para la película, Cozarinsky conoce a Rafael Ferro. En el recuerdo que entrelazan los dos sobre ese momento en el comienzo de Dueto (Cozarinsky, Ferro. 2023) hay algo especialmente notable. Porque Ferro recuerda primero que Cozarinsky no hacía castings tradicionales, sino que citaba a los actores en un bar. Lo que le interesaba era ver cómo se movían, escuchar cómo hablaban. Un concepto que excedía a la capacidad actoral. Pero luego Cozarinsky admite que lo que lo convenció fue la cara de Ferro, algo en esa cara hacía que fuera necesario, imperioso, filmarla en algún momento. Un pasaje desde una imagen total a un fragmento, o el descubrimiento fascinante de algo que podría denominarse, aunque pueda sonar vulgar, belleza, y que no se podía explicar en palabras. Había que filmarla.Cozarinsky filma el rostro de Ferro en aquella película en la que se circulaba por el territorio del sexo pago, de la nocturnidad de una Buenos Aires que parecía invisible al cine (y que antes solo parecía intuirse en una película como Vagón fumador de Verónica Chen). Un largo plano fijo en una habitación. Un pasaje que revela la aparición de los sentimientos, de los amores que se entrecruzaban con el otro protagonista de la película. Dueto es, en su largo rodeo, una declaración de amor que vuelve sobre aquellas escenas, sobre aquel rostro y que, según Cozarinsky, encuentran su explicación, su descubrimiento, en un texto de Alberto Giordano. Había una vez una obra de teatro llamada Squash, escenas de la vida de un actor. Es el mismo año de Ronda nocturna y sus protagonistas se repiten. Pero aquí, Cozarinsky no involucra a Ferro en una escritura propia, sino que toma los recuerdos de la vida del actor para ponerlos en escena como obra. La temporada termina y las esquirlas provocan heridas mutuas. Ferro dice en público, después de la última función, que no iba a volver a hacer “esa obra de mierda”. Los protagonistas de esta historia pasan un largo tiempo sin hablarse: una distancia establecida entre el despecho de uno y las heridas del otro. Ninguno señala de qué forma el vínculo se restauró con el paso del tiempo.
La experiencia de la obra puede resultar curiosa. El director ve en la historia del actor, a aquel que hubiera querido ser en su juventud. El actor, en cambio, ve hacia atrás, y lo que encuentra es el exceso, el interés por el show que rodea un acto en particular. Lo que uno ve como su propio vacío reinterpretado en una escena, el otro lo observa, desde afuera, como un espacio completo. Ahí parece encontrarse el germen del espejo deformado en el que se encuentran Ferro y Cozarinsky en la vida. Una idea que se sostiene en la contigüidad y que en Dueto se reproduce en la forma en que van ocupando espacios y puntos de vista que luego abandonan para que lo ocupe el otro. Y en una continuidad, que parece rubricarse en la dedicatoria del libro hallado en la biblioteca, y que apunta a que la unión permanezca aún después de muertos.
Es, ahora, una película llamada Dueto. Su nombre implica una relación diferente a la que se entablaron en película y obra anteriores. Cozarinsky y Ferro sostienen un plano de igualdad en la construcción de la película, como consecuencia directa de la amistad que los une. Es discutible que, como se afirmó, se trate de una película sobre la amistad, aunque aparezca implícitamente la relación entre ambos. Si fuera eso, quedaría limitada a un ejercicio interno que carecería de interés para el público. Ese riesgo existe y es el que ambos se plantean saltear. Entonces, lo que aparece es la forma en que entre ambos se establecen esas relaciones de continuidad y contigüidad. Compartir el espacio de lo registrado, estableciendo un diálogo que excede a la palabra y que se escenifica en la presencia de los cuerpos (y que hasta se permite la disolución de las identidades en las escenas en las que acuden a máscaras infantiles para cubrir sus caras). Continuarse en esos espacios, como si el cuerpo de uno y el otro, pudieran reemplazarse mutuamente, cambiando de ser observadores a objetos de la observación. Cozarinsky y Ferro ponen en ese espacio de continuidad a los libros como elemento central. No solo por las amplias bibliotecas de la casa de Ferro, o por la voracidad adictiva que el actor admite por la compra y lectura, sino porque de allí se deriva a una escritura que parece encontrar elementos comparativos (Cozarinsky empezó a escribir literatura después de los 40, Ferro también) que exceden la reiteración de un estilo (aunque el texto que Ferro escribe y que lee en un momento, podría ser tranquilamente un guion escrito por Cozarinsky).
“De todo experimento uno no sabe qué consecuencias va a tener” se dice en algún momento, en alusión al episodio de la obra Squash. En algún momento previo, es el propio Ferro quien pone en palabras el carácter de experimento de lo que están filmando. Un experimento no es más que una prueba en la que se busca algo que sea esencialmente diferente a lo que ya existe. Se mezclan elementos disponibles en proporciones que antes no han sido probadas para ver qué se obtiene de ellos. Al exponer al experimento en sí mismo, el resultado parece ser lo menos importante. En tanto lo que se obtiene puede pensarse hoy como algo extraño, como un componente cuya especificidad, cuya forma escapa de las manos del espectador, en tanto se distancia de ciertos parámetros de lo que se considera una obra. De allí que se perciba como posible una fragilidad, que antes que en lo que se ve, puede percibirse en la estructura, en la forma en que se suceden los once episodios en que se desarrolla. La pregunta es si esa fragilidad le pertenece en exclusiva a la película o si está en la mirada extrañada con la que el espectador se enfrenta a ella.
Dueto (Argentina, 2023). Guion y dirección: Edgardo Cozarinsky, Rafael Ferro. Fotografía: Santiago Canepa. Edición: Iair Attias y Barbara Dafne Brandt. Duración: 61 minutos
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