Cuando Netflix anunció que iba a adaptar El Eternauta, varios aventuramos en las redes quiénes podían interpretar al legendario Juan Salvo. Entre imágenes de Rodrigo De la Serna y Viggo Mortensen, un amigo posteó la foto de Diego Cremonesi. Resulta impresionante la cara de Cremonesi cuando uno descubre que parece haber sido dibujada por el propio Solano López: los gestos, las facciones, cierta melancolía recia de hombre común que se le anima a extraterrestres, a hombres-robot, al Odio Cósmico. A los Ellos, bah.
Por eso, cuando vi la gráfica distópica de Devoto, la invasión silenciosa (Martín Basterretche, 2020), que logra transmitir muy bien la estética comiquera del asunto, con Cremonesi vestido de cura y otros estereotipos en pose de pelea, me pareció que podía ser una buena oportunidad para verlo en estos contextos, con el plus de la accesibilidad de CineAr, en contexto de pandemia, donde la realidad misma es prácticamente una de ciencia ficción.
Las distopías están a la orden del día, y más que nunca se volvieron foco de atención, quizá por morbo, quizá por búsqueda de identificación, si no, no se explica cómo una película como Tóxico (Ariel Martínez Herrera, 2019), que –por pura casualidad y timing- se encuentra cargada de un imaginario pandémico, haya logrado tener 60.000 espectadores en su primera semana en CineAr. La diferencia es que a Tóxico, floja como me pudo haber parecido, se la puede criticar como a una película; con Devoto, por otro lado, no estoy tan seguro de que se pueda…
¿Devoto no es una película, entonces? No es necesariamente lo que quiero decir, pero para poder explicarme, tendría que salirme un poco de Devoto en sí y hablar del cine argentino en forma general.
Como lo veo yo, al cine argentino se lo puede dividir en cuatro grandes categorías:
1. EL FESTIVALERO DE AUTOR: heredero del Nuevo Cine Argentino, que iría desde desde, digamos, las películas de Martel o Llinás, llegando hasta Campusano o Perrone.
2. EL CORPORATIVO INDUSTRIAL: continuador del viejo sistema de estudios, relacionado ahora con los multimedios; pensemos en directores como Szifrón, Caetano, Winograd, Campanella o Cohn y Duprat, o productores como Axel Kuschevatzky y Hugo Sigman.
3. EL INDUSTRIAL MASIVO: donde se explotan los éxitos y códigos que hacen al folklore de la televisión, heredero de las de Olmedo y Porcel o los Bañeros o las de Manuel Romero. Tiene sus orígenes en el cine de estrellas radiales o de la industria musical, misma las películas «de cantor» (desde las de Gardel hasta las de Sandro, pasando por Palito Ortega y Lolita Torres). Un ejemplo reciente, Locos sueltos en el zoo (Luis Barros, 2015).
4. EL DE GÉNERO INDEPENDIENTE: que aplica tropos y recursos del cine industrial a escalas de producción y distribución independientes, relacionadas con el culto y devoción del espectador devenido en realizador más que con el cine entendido como industria. Aterrados (Damián Rugna, 2017) sea quizá la obra más destacada de la categoría.
Hay directores que trabajan en uno o más campos (uno asociaría a los de Farsa con el de género independiente, pero también han hecho las de 100% lucha). El industrial masivo de a ratos parece una sub-categoría del corporativo industrial, sobre todo porque ambos funcionan en el mismo modo de producción, pero hay suficiente autonomía estilística como para considerarlo una categoría aparte, y a veces es tan bizarro que logra un carácter de culto más cercano al de género independiente que a otra cosa.
Esta última categoría es la que más nos interesa cuando hablamos de Devoto, porque dentro del de género independiente se pueden observar dos sub-categorías, una con ambiciones de distribución masivas (la presencia en Netflix de muchas de estas películas así lo demuestra, o mismo festivales alternativos como el Rojo Sangre o Blood Window), y otra mucho más sectaria y autosuficiente, que arma su propio circuito de distribución cerrado, con películas como El día que prohibieron el asado, por ejemplo, con muchas autorreferencias e incontables códigos internos, muchas veces impenetrables.
Esta sub-categoría es tremendamente border, en el sentido de cuánto se la puede considerar cine realmente, o mismo, si realmente le interesa considerarse como tal. ¿Cuán lejos está de la fan-fiction, por ejemplo?
Y viendo Devoto, con sus referencias constantes –ya sea a El juego del miedo (James Wan), al Eternauta (por más que los hombres-robot se llamen Bowies), a Bowie (ya que estamos), a la Matrix de les Wachowskis, a la Moebius de Mosquera R. y sus alumnos, a cuanto cómic independiente queramos traer, referencia de ciencia ficción, de distopías, de casos de la realidad como ese apagón rarísimo del año pasado que parece una pavada ahora que estamos encuarentenados- como un recurso muy posmoderno y típico del consumo pop, entendí que acá había otra cosa. Que Devoto era una versión filmada de lo que en el mundo de la historieta se conoce como fanzine.
¿Qué son los fanzines? En principio, son fotocopias plegadas con ganchitos, con historietas hechas con tinta china o con birome, o lo que haya a mano. Hechas con toda la devoción del mundo. La devoción de un fan respecto a una industria, o más bien a sus productos (personajes, mundos, narrativas). Un punto donde casi se borran las fronteras del hobby con los de la profesión, porque no hay cadenas de distribución, siquiera hay editorial, pero sí hay festivales donde se venden o se regalan, que muchas veces funcionan como ventanas. Lo curioso es que no hay rasgos industriales más allá de la imitación, la imitación de términos, el uso de retóricas y clichés, arquetipos que se representan de manera mecánica, porque es “re del género”, o es “re de las de acción”.
En Devoto hay una heroína de cómic que a la vez es una revolucionaria real, hay un culto hacia ella como el de los fans. La invasión extraterrestre oculta algún tipo de mensaje político de rebeldía tan ambiguo como indescifrable, o quizá esquemático (pero no como planteo estructuralista ni mucho menos, no hay tales ambiciones). Una Invasión que no es la de Hugo Santiago, sino más como la que invade los pensamientos de un adolescente que va improvisando su propia historieta en casa, página a página, sin importale cuán parecida sea a otras miles, porque el punto no es diferenciarse, sino sentirse parte de algo más grande. Un culto.
Devoto no tiene nada único, ni nada que la haga trascender, pero tampoco tiene pretensiones de ser mucho más. La falta de originalidad no quita tampoco que quien la mire, siendo parte de este código del fanzine, pueda disfrutarla. Uno podría pensar que es un piloto de una serie, inclusive, porque la cosa podría continuar por siempre. Y el mismo equipo, por amor, por buena onda, podría continuar haciéndolo, mientras haya tiempo para filmar, incluso moverse en su propio circuito, que es el de la adoración. A las películas, a los cómics, a todo eso que la industria ha logrado introducir y ahora es reproducido, ya no en masa, sino de manera artesanal.
A veces, algunosfanzineros se destacan y pasan a la industria (que siempre va a buscar nuevos talentos para explotar). Algunos sueñan con eso. Otros lo descubren como pesadilla.
Con las películas pasa lo mismo. Vamos a bautizar este fenómeno, entonces, como “fan-cine”.
¿Qué director no ha hecho películas caseras con amigos, o los que se sienten atrapados en la industria no buscan también proyectos paralelos más personales? ¿Cuán fan-cine no es eso también? ¿Quién dice que así no surgen las obras maestras, después de todo?
En Devoto, donde se ve más claro que nunca esta idea del fan-cine, se nota que la hicieron porque les gusta lo que hacen, porque se sienten libres recreando lo que otros hicieron para que ellos disfrutaran antes. Como una forma de devoción silenciosa.
Pero también se está estrenando en la misma plataforma donde hubo, ya dijimos, 60.000 espectadores recientemente. ¿Esta exposición masiva es lo mejor para las mecánicas del fan-cine? ¿Es cruel juzgar todo el cine con la misma vara o es condescendencia generar varas diferentes? No creo, igualmente, que alos que hacen fan-cine en general, y a los realizadores de Devoto en particular,éstodeba importarles demasiado.
Ah, y sí, Cremonesi sería un excelente Eternauta, confirmado.
Calificación: 4/10
Devoto, la invasión silenciosa (Argentina, 2020). Dirección: Martín Basterretche. Guion: Fernando Regueira. Fotografía: Emiliano Cativa. Elenco: Diego Cremonesi, Alexia Moyano, Gastón Cocchiarale, Jorge Takashima, Luis Longhi, Denisse Van der Ploeg. Duración: 77 minutos. Disponible en Cine Ar.
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