Petit maman es una película de cámara llena de corazón e ideas cinematográficas. De inusual duración para el gigantismo que muestra la producción cinematográfica contemporánea (una hora y diez minutos nomás), la quinta película de Céline Sciamma narra un duelo y una ausencia, o mejor dicho dos ausencias a las que se enfrenta la pequeña Nelly, interpretada de modo conmovedor por Josephine Sanz. En la primera escena observamos el modo en el que una niña dirime la muerte de un ser querido, despidiéndose de las ancianas con las que compartía residencia su abuela recientemente fallecida. Sutilmente, desde la puesta en escena, comprendemos la muerte de este ser amado solo por lo que genera su falta. Ante este hecho abrupto e imprevisto, Marion (la madre de la pequeña) se dirige junto a Nelly a su casa de la infancia, para de algún modo iniciar el proceso de duelo enfrentándose a la materialidad de las cosas.
A lo largo de todo el metraje, el film de Sciamma se enfrenta al abismo de la perdida, con su carga de dolor, y sale del paso de manera airosa. El mérito de este tránsito se da gracias a una puesta en escena juguetona, en la que la directora se vale de un juego de espejos que mezcla temporalidades de modo ambiguo, gambeteándole al mero registro de lo real. Ante la angustia por la muerte de su madre, Marion decide abandonar su casa materna y dejar a la pequeña al cuidado de su padre. Ante esa doble perdida (una temporal pero igual de sensible a los ojos de la pequeña), Nelly comienza a buscar en el afuera el modo de cicatrizar las heridas. Enfrentada a la tristeza, que es un modo de la deriva, la pequeña sale al exterior y allí se encuentra con una niña muy similar a ella, que es interpretada por Gabrielle Sanz, hermana gemela en la vida real de Josephine. A partir del encuentro entre ambas, Petite Maman modifica el tono melancólico y opresivo que se había apropiado de la primera parte del film: las niñas juegan y es desde ese registro lúdico que la película asume un cambio interesante. Son notables las escenas en las que las protagonistas juegan a estar dentro de un programa de detectives porque la directora es quien juega con el género policial para indagar sobre el misterio de la muerte o para pensar qué hacer ante el dolor que provoca una muerte repentina. ¿Qué hacer con ese vacío, como llenarlo de sentido?
A una de las nenas no se le ocurre mejor idea que jugar para de este modo construirse un mundo. La puesta en escena es acotada en locaciones y en actuaciones. El universo que construye Nelly refiere a un escape de la realidad, que lo hace cercano al cine fantástico. Sin embargo, la vocación del film de Sciamma es la de cierto drama con toques de comedia agridulce, como si se tratara de un Trufautt 2.0. Desde lo formal, la película gira, al igual que Los cuatrocientos golpes, alrededor de un niño (niña, en este caso) que se enfrenta a un entorno hostil. Pero, si en la opera prima de Truffaut la opresión tenía que ver con determinados condicionantes sociales asociados a la pobreza y a la marginalidad, en el film de Sciamma es deudor de un ambiente burgués al costado de la gran ciudad, como si de un Chabrol intimista se tratara.
Como en toda gran película, Petite Maman entabla un dialogo con otros films. Además de Los cuatrocientos golpes, pensé en Maridos, obra maestra de Casavettes, en la cual tres amigos despiden a otro recientemente fallecido. En ese film prodigioso, la ausencia se siente en cámara de un modo cuasi religioso. Y la otra gran película sobre la muerte que vino a mi cabeza fue La habitación verde, basada en «El altar de los muertos», un cuento de Henry James en el que un viudo se niega a olvidar y aceptar la muerte de su mujer construyéndole un altar. Si en este film de Trufautt no hay escapatoria ante esa muerte, en el film de Sciamma la evasión no es un modo de la locura sino una manera de transitar y cicatrizar esa perdida.
Petite Maman se constituye como un poema de amor entre una hija y una madre, utilizando de modo virtuoso elementos de lo sobrenatural en una puesta en escena aséptica que se potencia a partir de su economía de recursos y de las actuaciones de las dos niñas protagonistas. El modo para procesar un tema tan pesado como la muerte es la de un ligero divertimento. Dos niñas jugando a los detectives, construyendo un mundo paralelo para sobrevivir al infierno de lo real. De este modo, la ensoñación lúdica es la contracara de ese pesar.
El final que marca el regreso de la madre a la casa es aliviador. Sciamma sabe que solo con amor se curan las grandes tristezas. Nuestra pequeña heroína, que resiste y construye sentido desde la ausencia, termina transformándose en esa pequeña madre de la que da cuenta el relato. Petite Maman construye su grandeza en una verdad que los que estamos rodeados de niños verificamos a diario. La ternura y la bondad de la infancia es para los adultos una trinchera que nos permite enfrentar todos los males de este mundo.
Calificación: 9/10
Petite Maman (Francia, 2021). Dirección y guion: Celine Sciamma. Fotografía: Claire Mathon. Montaje: Julien Lacheray. Música: Para One. Elenco: Josephine Sanz, Gabrielle Sanz, Nina Meurisse, Margot Abascal, Stephane Varupenne. Duración: 72 minutos.
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