*Las apariencias engañan. En la superficie, El maestro del dinero es una película sobre la crisis financiera derivada de la especulación con acciones. Lee Gates (George Clooney) es el conductor de un programa de TV, una suerte de show periodístico donde se “analiza” el comportamiento del mercado de acciones y se “sugiere” cuáles son las inversiones más rentables. Al día siguiente de la caída de las acciones de la empresa Ibis, irrumpe en el estudio Kyle Budwell (Jack O’Connell), quien amenaza a Lee con una pistola y un chaleco-bomba pidiendo que los directivos de la empresa expliquen lo que llevó a la pérdida del dinero de los accionistas. Sin embargo, la pregunta que importa es si lo que le interesa a la película es desentrañar ese mundo económico como lo hizo La gran apuesta (The Big Short, 2015), o si su camino verdadero es otro.
*La mirada sobre el capitalismo de nuestra época se despliega de otra manera. Lo económico es apenas un punto de partida que permite llevar el relato hacia otro tipo de componentes. Y allí es donde aparece la tecnología. No ese tipo de tecnología que nos presenta un mundo lindante con la ciencia ficción, sino con la forma en que esos elementos tecnológicos intervienen en la vida diaria. Multiplicidad de aparatos cuya aparente función es la de acortar las distancias, trabajan en realidad en sentido contrario: las distancias se afirman, se ahondan aún más, porque se interponen en el mundo físico. Micrófonos. Auriculares. Cámaras. Celulares. Televisores. Todos elementos que deshacen una realidad tridimensional, para transformarla en unidimensional. Ver. Escuchar. Pero por separado. Una especie de desmembramiento de los cuerpos hasta hacerlos irreales: apenas un conjunto de pixeles, un sonido de fondo. De esa manera se construye la distancia a partir de la ausencia de contacto. Y lo paradójico es que esas mediaciones vinculan a sujetos que están a poca distancia entre sí. ¿Cuántos metros hay entre los camarógrafos y Lee? ¿Cuántos entre Lee y su productora Patty (Julia Roberts), entre el estudio y el control?
El absurdo de la mediación tecnológica, sin embargo, se verifica en la relación con el afuera del estudio. Cuando la policía encuentra a la novia de Kyle, no la hace entrar al edificio: le pone una cámara y hace que hable con él, viéndose a través de un monitor aun cuando el puesto policial está en la puerta del edificio. Cuando Lee y Kyle salen por la calle, rumbo al edificio de Ibis, vemos allí a la gente que los observaba por TV, en bares que estaban a escasos metros del canal; notamos que Ibis está a pocas cuadras del canal –a pesar de lo cual la entrevista con la vocera de prensa en el programa iba a ser por un móvil con conexión satelital-. Hay un momento en que la ecuación se pone en primer plano: las distancias no se miden en metros, sino en tiempo. “Tienes 3 minutos para llegar allí”, le dice Patty al asistente de Lee. “Pero son ocho cuadras”, responde él. Y Patty insiste: “Tienes 3 minutos”. El espacio deja de ser espacio para ser tiempo. Lo curioso es que en esa cercanía no hay soluciones ni explicaciones a lo que está sucediendo. Las explicaciones están en un programador que vive en Seúl, o en un grupo de hackers de Reykjavik. O en el avión de Ibis que nadie detecta y que está en algún lugar de los cielos del mundo.
*La primera escena de la película puede parecer inocua, pero se convierte en una muestra del contraste que se revelará con el correr de los minutos. Lee está en el baño, minutos antes del comienzo del programa. Patty, del otro lado de la puerta, habla sobre el guion del programa con él. La puerta es una barrera entre ambos. Pero cuando Lee sale del baño, esa barrera desaparece, los personajes están cara a cara y establecen un diálogo en el que, de una manera u otra, están involucrados los cuerpos de los dos. Lo que hace la mediación tecnológica es sostener esas distancias e impedir, una y otra vez, el diálogo que involucre más de un sentido. O se ven o se hablan y se escuchan. La irrupción de un segundo sentido es una excepción. Son solo momentos esporádicos. Un diálogo entre Patty y Lee en el que ella le indica que la observe cuando está parada en la puerta del control. El momento en el que tras el disparo de Kyle al asistente en la calle, Patty le pide por el auricular a Lee que levante la mano para saber que está vivo. Esa dualidad sin resolver entre la vista y el oído como sentidos, se replica en la forma en que las imágenes de los archivos funcionan como espejos para Lee y para Walt, el jefe de Ibis (Dominic West): niegan desde la palabra las acusaciones que les formula Kyle. La revisión del tape del programa en el caso de Lee, las imágenes tomadas en la mina sudafricana para Walt, establecen la aparición de lo visual en contraste con lo audible, complejizando la univocidad del discurso previo.
*Lo interesante es que, como contrapartida, cuando los personajes sienten la proximidad del otro, o se tocan, algo distinto sucede. Hay en ese momento un restablecimiento de una dimensión que estaba oculta, vedada. El tacto, lo físico, es el vehículo que acorta las distancias que entran en tensión, para resolver los conflictos. La irrupción de Kyle en el estudio no solamente genera sorpresa –es, al fin, una explícita ruptura del guion para Lee y para Patty-, sino que es mucho más real que la interactuación de Lee con sus coristas, por ejemplo –no es casual que las veamos irse del estudio, desinteresadas, justo en el momento en que entra Kyle-: lo que aparece con Kyle es el contacto corporal. Una mano que toma el brazo del otro. Una pistola apoyada en la cabeza. Una bomba colocada en un chaleco que se calza en el cuerpo de Lee. La mano que empuja. El tacto recupera la relación humana, de allí que entre Kyle y Lee se produzca una empatía que hubiera sido imposible con la mediación de la tecnología. De allí que la cercanía y el contacto físico se establezcan como una recuperación de la dimensión emotiva que parecía inexistente. Y que va del beso de compromiso de Walt a su agente de prensa y amante, al compañerismo de la escena final entre Lee y Patty, y cuyo gesto central, más contundente y liberador, es la relación sexual entre el asistente de Lee y su novia en un pequeño espacio oculto del edificio del canal, que burla la evacuación realizada por la policía y postula al espacio de lo placentero, por sobre cualquier otra cosa.
*Lo que la película de Jodie Foster resuelve con sencillez abrumadora es la construcción de esa nueva dimensión como una ruptura, una anormalidad. Ruptura explícita en el estudio, cuando Patty decide primero salir del aire y luego volver a poner la emisión, que redunda en un efecto: los que están en los bares, en las casas, con el televisor prendido como un verdadero ruido de fondo, ahora fijan su atención en esa alteración de la rutina. No deja de ser interesante, sin embargo, que después de unos minutos de desconcierto, se intenta retomar el control dentro de la anomalía: Lee vuelve a ocupar el centro del ring virtual, ahora en relación con los movimientos de Kyle. Intenta solucionar el problema apelando a su predicamento mediático y a su público. En un punto llega a la idea de que, como Kyle, también ha sido estafado. La conducción lo lleva a “invertir” los roles con Kyle, única posibilidad para salir de ese lugar y encontrar una respuesta. Acortar distancias, finalmente. Caminar hasta el edificio de Ibis, seguidos por la policía y las cámaras, enfrentar a Walt, cara a cara. La verdad que descerraja Walt en la cara de ambos –“Si no lo hacíamos nosotros lo hacían los rusos o los chinos”- queda en segundo plano rápidamente. La lógica de mercado es la base de ese modo de vida y a nadie sorprende. El final al que se arriba, en medio de las revelaciones, es la puesta en enfrentamiento de las ideas puestas en tensión durante la hora y media previa. Ahora, la distancia no está impuesta por los medios tradicionales, sino por las armas –una mediación tecnológica aún peor, que ya aparecía en el momento en que se intenta desactivar el detonador en el estudio-, que separan a un cuerpo de otro de manera irremediable.
Como en los documentales de Farocki pero a menor escala, los cuerpos se transforman en objetos de un paisaje que se debe controlar, dominar, a distancia. Solo después de las balas se entra en contacto con el cuerpo, y no importa si ese cuerpo aún está vivo o no. La reacción física, espontánea de Lee sobre Walt, es la forma que encuentra el cuerpo para transmitir emociones que permanecen ausentes en el resto de la escena. No hay victoria posible. Las distancias se han vuelto demasiado grandes como para acortarlas. La delicada escena final en el hospital reinstala los valores de cercanía entre Patty y Lee, como camino posible. Pero el retorno a la rutina guionada está allí presente. ¿Qué programa haremos mañana?, se preguntan. Un programa en el que toda huella de Kyle y su irrupción, indefectiblemente quede borrada.
El maestro del dinero (Money Monster, EUA, 2016), de Jodie Foster, c/George Clooney, Julia Roberts, Jack O’Connell, Dominic West, 98′.
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