Invierno-de-Alberto-FuguetDe un invierno en Chile a las canciones de Victoria Morán, y los goles de Cavenaghi en el medio. No vi nada de lo que tenía pensado ver. Fui con la intención de ver Above and Below y The Kindergarten Teacher, pero cuando estaba en la fila me enteré que en la sala de al lado daban Invierno, la película de casi cinco horas del escritor y crítico chileno Alberto Fuguet. La idea me quedó dando vueltas en la cabeza; sin embargo, me metí decidido a ver lo que tenía pensado ver, pero una vez en la sala no podía dejar de pensar de qué otro modo podría llegar a ver una película así, la película larga que el Bafici suele ofrecer cada año y que, en general, o al menos en las experiencias que me han tocado vivir a mí, suele tratarse de una gran película (Misterios de Lisboa, de Raúl RuizHistorias extraordinarias, de Mariano Llinás por mencionar sólo dos ejemplos). Sumado esto a que las películas anteriores de Fuguet (Se arrienda, Velódromo, Música campesina) me habían gustado bastante. No pude más, me levanté impulsivamente de la sala 6 y me metí en la 7. Y la cosa salió bien. No sólo porque las cinco horas se pasaron volando, sino porque resulta muy interesante ver la diferencia que hay entre el Fuguet crítico y el Fuguet cineasta. Cuando escribe, pareciera llevar  acabo una defensa casi ortodoxa del cine industrial y de género, pero sus películas, que podríamos suponer inclinadas en esa dirección, son todo lo contrario.

En Invierno Fuguet se fotografía a sí mismo. Pero lo hace a partir de la omisión y la contradicción. En la primera parte la película construye la cotidianeidad de un escritor al tiempo que va preparando las capas a desarrollar más adelante. Alejo Cortés escribe y prepara la que parece será su última novela. La discute con sus amigos, la modifica, le cambia el nombre. En ese proceso Fuguet va dejando pistas sobre lo que viene. La novela, que se iba a llamar «Juntos y solos», termina llamándose «Caída libre». En ella el protagonista, que no es otro que el propio Alejo, narra el proceso que lo lleva al suicidio. El escritor desaparece, en la ficción y en la realidad. Su figura se vuelve afiche, se vuelve imagen de archivo, se vuelve sombra. Y es justamente esa sombra la que queda dando vueltas alrededor de los familiares y amigos de Alejo. De a poco, la película va pasando de mostrar lo que ocurría en la vida de Alejo a mostrar lo que ocurre con la vida de sus allegados una vez que él no está. La novela está dedicada a un o una tal “J, que se salvó”. Su mejor amigo se llama José y su ex novia se llama Julieta. Y es ahí, en esa ambigüedad donde Fuguet trabaja con inteligencia sus temas. Porque los que se quedan no se salvan; por el contrario, son los que sufren, los que viven la vida como una condena, como una carga que no saben cómo soportar. La herencia de Alejo es más un peso que un alivio. Su mejor amigo adopta su nombre, frecuenta los lugares que Alejo frecuentaba, usa su ropa. Su hermana parece querer expiar sus culpas en los demás. Un estudiante se obsesiona con su obra al punto de querer vivirla. La película va agrupando y juntando a los personajes del mundo de Alejo al tiempo que los muestra solos, melancólicos, taciturnos. Con inteligencia y precisión, con un método que si bien no resulta novedoso pero sí efectivo, Fuguet construye a partir de la desaparición y el fuera de campo la anatomía transparente de un personaje. Lo que no se ve es lo que queda más claro, lo que se entiende y se justifica, mientras que lo visible, lo concreto es lo que parece no tener explicación alguna.

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No salí agotado de la sala pero sí con ganas de despejarme un poco. Tenía que ver La mujer de los perros, la segunda película de Laura Citarella, pero me di cuenta que a esa hora jugaba River. Los colores tiran, no se puede hacer nada. Me fui a ver el partido y creo que elegí bien, otra vez. Porque el bar que está a la vuelta del Village estaba lleno de hinchas de la banda y cinéfilos -más hinchas que cinéfilos, sin dudas- y porque Cavenaghi casi nos hace llorar con los dos golazos que se mandó. Con la alegría del triunfo, y para completar los tres berretines del domingo, al cine y al fútbol le sumé el tango. Me metí a ver Victoria, la nueva película de Juan Villegas, que es acaso la película de tango más punk del cine argentino y una de las más interesantes que  se pueden ver en este Bafici. Lo que Villegas hace en Victoria es revelar a una antiestrella: los primeros planos muestran a Victoria Morán en el andén, luego cruzando la calle y tomando el colectivo. Más adelante la vemos cocinar y acompañar a su hija al colegio. En medio de ese contexto, Morán deslumbra con su voz, pero cada una de sus interpretaciones tienen lugar en los espacios más cotidianos, fuera de los escenarios y las luces. No hay una sola imagen de un concierto oficial. Morán planea y arregla su agenda, pero cuando canta lo hace en el asilo donde se encuentra su abuela, en el patio de su casa junto a su padre y su esposo. La película de Villegas se concentra en esos ámbitos, y la belleza aparece allí cuando la voz de Morán se funde con los cielos atravesados de cables, con las calles y las veredas grises de cemento del barrio de Berazategui en donde vive.

Cuando la vemos grabar en el estudio, la cámara se concentra en su voz antes que en su rostro. Morán aparece de espaldas y el plano permite entregarse a los tangos y milongas que la artista interpreta. El proceso de composición, además de gracioso, resulta igualmente hermoso y encantador. Entre charlas de tuppers, pelopinchos y plomeros, Victoria habla de sentir las canciones, de cantar sólo lo que uno siente, de hacerse de las letras para luego cantarlas. La figura de Nelly Omar aparece desde el relato y la anécdota como una influencia decisiva para la cantante (el homenaje a sus manos, simple y luminoso, es memorable). La cámara de Villegas se las arregla con vasta lucidez para descubrir esos momentos sin que suenen deliberadamente pensados ni forzados. Nos enamoramos de ella y de su voz a partir de la sinceridad con la que se muestra en todo momento, no de lo que oculta, no de su misterio. No hay nada de eso.

Victoria es una película punk sobre una cantante de tangos. Salí del cine con esa sensación, y cuando llegué a mi casa me puse a buscar canciones suyas en internet. Busqué mi remera de Los Ramones y me dormí escuchando una versión inolvidable de Adiós felicidad.

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