5352_488386207893594_371914636_nUna pasión inexplicable. Y, si uno lo piensa, es realmente inexplicable. El fútbol es la forma popular más abstracta de la pasión. No hay nada que ganar más que el hecho de haber ganado. No hay recompensa concreta ni espiritual, ni siquiera dudosos paraísos. Si no fuera tan normal sería rarísimo.

Todas las semanas millones de personas dedican su tiempo a alegrarse, amargarse, indignarse, arruinarse la vida, querer matar y querer matarse por algo que no tiene ningún efecto material sobre sus cuerpos, bolsillos ni familias.

Empecé a escribir pensando que esto era prueba suficiente de la conclusión que buscaba: las pasiones nos dominan, toda argumentación es emocional. No es un gran descubrimiento, pero mucha gente parece no haberse enterado.

Llegado a este punto me doy cuenta de que mi argumentación tiene una debilidad. Es habitual que la gente que cree en su racionalidad use el fútbol como prueba de lo irracionales y bárbaros que son los demás. Para esta especie de escolarizado que vota guiado por la pura lógica y despojado de todo interés personal, el fútbol es símbolo de barbarie.

Hace unos días la presidenta reglamentó una ley aprobada durante el  gobierno de Alfonsín relacionada con el doblaje. Si uno la lee o se informa con alguna mínima atención es realmente difícil estar en contra. Simplemente obliga a que el doblaje de los contenidos transmitidos en televisión se produzca, en un porcentaje, en nuestro país. Las excepciones son las mencionadas por el art. 9 dela Ley de medios, entre ellas el punto c): “Programas que se difundan en otro idioma y que sean simultáneamente traducidos o subtitulados”. O sea, lo que esté subtitulado se puede seguir transmitiendo subtitulado.

No parece algo que se preste a la polémica. Sin embargo, Facebook estalló. Alguno de mis contactos linkeó una nota del diario y comentó algo en relación al apocalipsis que vendría (supongo que quería hacerse el gracioso). A ese posteo le siguieron quince comentarios de personas diferentes: “es el fin”, “asesinato a las artes”, “sólo nos queda la web”, “no, no y no”, “que nos dejen en paz”. De algún modo habían entendido que todas las películas ahora serían dobladas.

photoAnte la evidencia de su error y la facilidad para demostrarlo, consideré que era una buena oportunidad para probar lo mismo que quise probar al empezar esta nota: que sus pasiones los llevan a leer mal, o no leer, o leer una sola versión (a esta altura una gran ingenuidad); que la irracionalidad no es patrimonio de las clases populares, ni algo que se cure con “educación”.

Admito que antes de hacer estos atinados comentarios me dirigí a ellos con el apelativo de “ignorantes” y, en otro momento, con el de “paparulos”. Para qué. De ahí en más fue imposible hablar del tema que nos ocupaba. No pararon de decirme que ellos sólo realizan intercambios civilizados, que no responden a insultos. No hubo manera de que releyeran la nota siquiera. Al rato apareció uno diciendo que la gravedad de la ley residía en que establecía el idioma castellano como idioma oficial, siendo éste el idioma del reino de Castilla, “una verdadera falta de respeto a nuestros muertos que lucharon contra la opresión de este reinado para con los pueblos americanos que los combatieron y los expulsaron en nombre de la libertad”. No entendí si hablaba en serio. Más tarde un conocido crítico aseguró que esta ley era el ariete para meterse en el cable. Opiné que era una interpretación paranoica y delirante. Fui bloqueado al grito de “vos sos de los que le dicen ‘hijos de puta’ a los que prefieren los subtítulos”. Algún otro que, al menos, entendió de qué se trataba dijo que la ley era negativa porque a los argentinos nos gusta el doblaje mexicano.

En fin.

Eso sí, los pobres votan mal porque no tienen capacidad de análisis, son pasionales y se dejan engañar por la demagogia. De eso no hay dudas.

Mi proyecto iluminador era paradojal de entrada. Si ellos hubieran admitido que eran irracionales serían racionales, falseando la hipótesis inicial. De eso me doy cuenta recién ahora.

Esos colores que llevás tiene al menos dos virtudes. Una es que no hay ningún rastro de esta conciencia de la inutilidad práctica de la pasión, ningún intento por problematizar la cuestión. La otra es haber probado irrefutablemente y para siempre que los de Boca son todos putos.

MACRGF5Es una película hecha desde el hincha, no analizando al hincha. La pasión se supone compartida y entendida. Si pensás que algo está mal con eso, mirate una de Lars Von Trier, nadie te lo prohíbe. La primera parte cuenta la historia de la bandera, cómo se consiguió la tela, cómo la cosieron unos pocos hinchas en un lugar oculto para evitar incursiones rivales. Esos costureros de paraavalancha son de lo mejor que entrega la película. Los tipos sentados ante la máquina de coser, con atención de vieja cosedora, apasionados por la tarea y por los problemas que la tarea propone. Después, las medidas récord certificadas por escribano público. La bandera se va plegando y midiendo, cuando están llegando al final la cuestión se pone eufórica:

Hay que alentar de corazón hay que alentarlo al campeón de la cabeza.

Que no me importa si ganás, que no me importa si perdés,

yo vengo por la camiseta…

esos colores que llevás, son parte de la enfermedad,

de la que nunca…me voy a curar.

Image0012Finalmente, subirla al camión. Ahí aparece una dificultad inesperada. Es demasiado pesada. A alguno se le ocurre tirar unas vallas en el piso, subir la bandera ahí y después elevar las vallas. Funciona. Y otra vez:

Vamo’ campeón, vamo’ a ganar,

donde jugués,vamos a estar,

cuando mirés para el tablón,

vamos a estar siempre con vos.

Otra vez, si uno lo piensa no tiene sentido. ¿Para qué estas soluciones brillantes a problemas que no existían? Pareciera que funcionamos así, creando objetivos para poder movernos. Conquistando lo inútil.

Ser hincha de un equipo de fútbol es esto que acabo de describir. Donde no tenemos ningún problema nos hacemos dueños de las victorias y derrotas de algo que difícilmente podremos aprehender. No sabemos si es la camiseta, el nombre del equipo, la institución… Si nos preguntan no tenemos idea, si no nos preguntan está clarísimo: es “algo que se lleva en el alma”.

Vuelvo a mi causa anterior. A iluminar mentes oscurecidas. A los que creen que saben por qué no les gusta el fútbol. ¿No es la misma operación ir a ver una película? Nos entregamos a un problema que nos inventan y nos emocionamos, preocupamos o asustamos por ese invento. Tampoco tenemos nada que ganar ¿Qué es esa pasión? ¿No es también una pasión inexplicable, algo que se lleva en el alma? Y no vengan con la cuestión del arte, porque empezamos con qué es arte y qué no es arte, y no terminamos más.

Al millonario vengo a ver, en cualquier cancha que jugués… de la cabeza.

Y no me importa si ganas, y no me importa si perdés,

yo vengo por la camiseta.

La segunda parte de la película es la caravana desde la vieja cancha de River hasta el Monumental. Más de cien mil hinchas copando la ciudad. Algo nunca visto, una fiesta. Durante ese año pasamos por la peor de las pesadillas. Nos fuimos donde nos fuimos. Nadie lo nombra. Si el Dios del fútbol nos mandó ahí habrá que pensar que fue por algo. Y de ahí volvimos con una mística infernal, llenando canchas como nunca.

7198_513556978702520_315075148_nEstallando de inexplicabilidad y leyenda. Mientras tanto, boquita se seca en su pragmatismo macrista. River llena la cancha para despedir a un hermoso borracho de gambeta irracional, mientras Boca suma al colorado MacAllister, el futbolista que habla bien, a las listas del partido amarillito.

Esos colores que llevas, son parte de mi enfermedad, nunca te voy a abandonar…

vamo’ campeón, vamo’ a ganar, porque la vuelta queremo’ dar,

donde jugués siempre va a estar,

la banda del monumental.

Esos colores que llevás (Argentina, 2012), de Federico Peretti, c/Adrian Millberg, Ariel Ortega, Enzo Francescolli, Amadeo Carrizo, Andres Ciprandi.62’.

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