
El de Anora (Baker, 2024) es un mundo de mujeres. O para precisarlo más, de mujeres fuertes y hombres débiles. Los hombres del universo que construye la película de los bajos fondos de los clubes de strip a las alturas de las mansiones millonarias, son los dueños del dinero. La rémora de un capitalismo en el que se condenan a gastar el dinero en lo que no pueden conseguir como hombres –o que, cuando pueden, lo confunden todo. Ni siquiera se constituyen como vicio: es el consumo de lo que la sociedad los condiciona para una supuesta felicidad, un aparente placer. Pero es un simulacro continuo: de relacionarse con una mujer, de la sexualidad, de la libertad. Están atados por el dinero que ganan o producen. No pueden abandonar ese espacio y obligan a su descendencia a seguir ese camino. Las mujeres no. No tienen dinero ni poder directo; ni siquiera lo tiene Galina Zakharov (Darya Ekamasova), la madre de Ivan (Mark Eydelshtein). Ocupan, en apariencia, el lugar que les asigna la sociedad: son carne, generadoras de deseo, portadoras de sexualidad, madres reproductoras. Pero esa carne es activa, como lo demuestra el simulacro montado en los boxes del club: ellas se mueven, los hombres están sentados en actitud pasiva. Son fuertes porque entienden que más que sobrevivir, pueden usar ese espacio que la debilidad masculina les deja servido. Entonces, avanzan. Establecen alianzas como las de las chicas del club y enfrentamientos por el control de ese poder –la pelea de Ani (Mikey Madison) con Diamond (Lindsey Normington) es central en esa noción-. Cuando la fuerza de cualquiera de esas mujeres se desata, los hombres se vuelven impotentes, como si no pudieran equipararse. Ante el peligro, Iván huye, se refugia en esos espacios en los que se puede seguir consumiendo sin ser encontrado. Ani enfrenta el riesgo, usa su fuerza para defenderse de Garnik (Vache Tovmasyan), de Igor (Yura Borisov), de Toros (Karren Karagulian) y hasta de Iván. Por eso, los únicos rivales que están a su altura son Diamond y la madre de Iván: con la primera pelea literalmente –y hace que las otras chicas del club abandonen el lugar de carne consumida por los clientes por un rato-; con la segunda establece un duelo verbal que destraba las diferencias de clase y las iguala en todo sentido (¿o acaso Galina no puede pensarse como una especie de escort de lujo?).
Pero es también un mundo de niños. El quiebre es entre un mundo adulto cifrado en la responsabilidad y la obediencia, un mundo aséptico hecho de instituciones –iglesias, familias, empresas-, vaciado de sensibilidades –que solo pueden reponer las mujeres: ver cómo Igor se transforma en el recuerdo de que su auto era de su abuela- y un mundo de niños, irresponsable y antiproductivo en un sentido capitalista –es puro gasto, no reproducción del capital-, marcado por el juego como tal, por el quiebre de toda regla establecida. Lo notable es que Anora logra desplazar esa mirada desde la posición del rico, para establecer ese marco de juego por fuera de la presencia explícita del dinero –es cierto, el dinero está en el fondo de la posibilidad del juego, pero no en el juego mismo. La ambivalencia entre ambos mundos aparece en el casamiento en Las Vegas, donde lo institucional proviene de una legalidad tan dudosa que se la puede pensar como parte del sistema de casinos que alimenta a la ciudad. Ani e Ivan comparten ese espacio de niños que desde sus cuerpos jóvenes intenta desafiar, más que el paso del tiempo, las imposiciones de la sociedad. El Ivan que no puede dejar de jugar en la consola de su casa lo explicita de manera concreta; Ani, en cambio, juega a ser la esposa de un hombre que supuestamente la quiere sin importar su origen. La irrupción de Garnik e Igor en la casa, el rumor previo del casamiento que llegó hasta Rusia, es el corte del juego como tal, pero el comportamiento de uno y de otro se seguirá sosteniendo en la niñez: de la rebeldía alcoholizada de Vanya al grito histérico (“Rape, rape, rape”) de Ani en primer plano.
Ese momento en el que se aborta casi definitivamente el juego, se plantea como inversión de la narrativa de la película. Lo que hasta ese momento se planteaba como una forma algo indefinida entre lo dramático y lo erótico, vira hacia un híbrido aún más interesante. Si desde la perspectiva de Iván y Ani la película se plantea desde lo dramático (un matrimonio que se intenta anular, uno de ellos que huye, el otro que es retenido), la aparición del resto de los personajes aporta un desfasaje que parece asentarse en lo cultural (la convivencia compleja entre lo idiomático y las tradiciones situadas en otro país) pero que explota en la evidencia de la torpeza. Toros es una suerte de tutor de Iván en los Estados Unidos y Garnik e Igor responden a él. Pero ni aquel parece disponer de la autoridad ni estos de la fuerza. Ese desfasaje lleva inevitablemente hacia la comedia. El mundo que contiene a Ani y que persigue a Ivan se vuelve absurdo: Toros es un ser despistado en el sentido de no poder encontrar una línea que lo lleve a Iván; Garnik es un grandote indefenso y temeroso; e Igor parece ser el único capaz de mostrar algún signo de sensibilidad humana en ese universo varonil. La combinación de esos elementos es explosiva: el mundo se desdibuja en la torpeza que proviene del desconocimiento de lo otro, en una especie de salida a un mundo real más inhóspito que las reglas que ellos también se empeñan en vulnerar (¿acaso no se comportan ellos también con la gestualidad de los niños?). El momento cúlmine de esa visión aparece en el tramo final. Garnik lo advierte en el aeropuerto, cuando ve venir a Galina y dice “It’s showtime”. La disputa dialógica en el juzgado de Las Vegas culmina con la carcajada lógica del padre de Vanya, que ocupa el lugar del espectador y lo disfruta como si estuviera viéndolo desde afuera.
La historia de Anora es la de un fracaso. El de dos personajes que se niegan a resignarse al espacio que les obligan a ocupar. El trayecto que recorren juntos es el de una resistencia implícita, ya no solo para seguir siendo niños, sino para no aceptar el destino que les espera. Seguir siendo una escort, volver a Rusia a trabajar en la empresa del padre. El fracaso es el de la puesta en movimiento de fuerzas desparejas, el de una rendición temprana del que huye en lugar de quedarse a pelear. Iván es un hombre derrotado. Lo de Anora es distinto. Vuelve al comienzo, pero intuye en Igor algo diferente. La escena final, en el auto, tensa el pasado transitado con el presente de otras formas posibles. El llanto y el abrazo son los únicos gestos posibles para resolverlo.
Anora (EUA, 2024). Guion y dirección: Sean Baker. Fotografía: Drew Daniels. Edición: Sean Baker. Elenco: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yura Borisov, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan, Aleksei Serebryakov, Darya Ekamasova. Duración: 139 minutos.
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Peliculón y buena reseña!