El idish, el idioma de la diáspora en Europa del Este, en Europa central; el idioma de los Askenazi mayormente; el idioma escrito con el Alef-Beth hebreo, pero estructurado gramatical y fonéticamente a partir del alemán, del alto alemán germánico.

El idish, el idioma que se sacrificó por el hebreo apenas se constituyó el Estado de Israel que tanto odian Roger Waters, Susan Sarandon, Myriam Bregman y Úrsula Vargues, entre otros notables de la contemporaneidad falopa.

El idish, el idioma que nucleaba a una cultura milenaria, asentada geográfica, social y culturalmente en una región rural de la Europa Central y Este a los cuales los rusos arrasaron con progroms y los nazis con campos de concentración en los casi primeros cincuenta años del siglo XX.

El idish, lo que a Paloma (interpretada por Paloma Schachmann) le obsesiona; lo que a Leandro (interpretado por Leandro Koch) le es, casi, indiferente a pesar de compartir las mismas raíces judías.

La música Klezmer, lo que a Paloma la apasiona; lo que a Leandro le es totalmente indiferente. Paloma, lo que le obsesiona -porque le apasiona- a Leandro.

Leandro, lo que hay para Paloma para pasar un poco el rato y no mucho más.

Paloma y Leandro, una pareja entre abúlica, aburrida y desangelada en sus respectivas autoficciones frente a cámara, pero absolutamente brillantes detrás: en la dirección, la música, la fotografía y el montaje (especialmente) de la película.

El Proyecto Klezmer, un documental apócrifo que inventa Leandro de forma picaresca (con un notable sentido del género literario) para recorrer gran parte de Europa del Este buscando a Paloma mientras ésta realiza una investigación sobre la música Klezmer.

Ucrania, Rumania, Moldavia y sus fronteras.

Ucrania, Rumania, Moldavia y sus fronteras a meses de que Putin lanzara su invasión decrepita qué, a diferencia del Estado de Israel, si le agradó a Roger Waters y Miryam Bregman.

La música Klezmer. Los talentosísimos músicos argentinos de música Klezmer. Las huellas de la música Klezmer en esa Europa pos Shoá; de la cultura idish antes del nazismo y los sacrificios a los que la sometió la creación del Estado de Israel y que muy bien describe con cierta indignación la película, el falso documental.

Huellas. Huellas de un amor que se persigue y de una identidad que se redescubre entre dicha persecución.

Gitanos, violines, gente “estancada” en una rara coyuntura entre el s. XIX y el XX; entre la revolución industrial y el trabajo artesanal; entre el comunismo, la Segunda Guerra Mundial y lo que quedó (políticamente) de ellos tras la caída del Muro de Berlín.

Gitanos, violines, un solo judío (el último) viviendo entre la frontera de Ucrania y Rumania, revendiendo cigarrillos en bicicleta cada fin de semana, cuando tiene que cruzar de un país a otro para poder ir a la última sinagoga que queda en la región.

Gitanos, violines, sus familias, sus alfombras, sus tapices, su música ancestral, sus ancestros, un ropero viejísimo con una foto con la imagen de Brandon y Brenda de Beverly Hills 90210 en un costado, tocando música que se registra de generación en generación, que se retroalimenta de padre a hijo, de madre a hija, de familia a familia, de comunidad en comunidad.

Gitanos, violines, la hospitalidad rural, genuina, amorosa a forasteros y embaucadores de un pseudo documental de música Klezmer (que nunca registra música Klezmer) financiado por la TV austríaca.

Gitanos, violines, música diaria, música de casamientos, música festiva de comunidades campesinas; música íntima, familiar, para los amigos; música para patios, zaguanes, habitaciones, cocinas, pequeños salones de pueblos; música para tertulias; música alejada -y resguardada- de la espectacularidad del show llena-estadios o del videíto de red social masivamente viralizado.

La grandilocuente voz de Perla Sneh leyendo la historia de Yankel y Taibele en idish que, más allá del obvio paralelo con la historia de Paloma y Leandro, se justifica plenamente por la sagrada intromisión de Baruj Spinoza en el relato, en el cosmos de la película.

Baruj Spinoza, su concepción de(l) Dios entre las cosas del mundo; con ellas; con ellas entre nosotros.

Baruj Spinoza, su destierro del judaísmo por decir que (el) Dios no es más -¡ni menos!- que una hermosa metonimia del cosmos entero que habitamos. Que nos habita.

Un tal Bob Cohen, musicólogo yanqui, bellísimo personaje, perdido entre esos poblados rumanos, moldavos, ucranianos y hasta húngaros buscando pistas, reminiscencias, huellas, destellos, chispas de lo que fue la música judía idish sobreviviendo, en la actualidad, entre las tonadas gitanas y el folclore de los lugareños de cada nación mencionada. La música Klezmer, un fantasma rulfeano, babélico, casi, durante toda la película.

La música Klezmer, una excusa que no se filma pero que se rememora en los ecos de la memoria de los que todavía la recuerdan entre cuerdas vivas.

La música Klezmer, una especie de significado liberado -por la película-, que se disfruta a pesar de la escases de significantes estéticos que la recodifiquen.

Adentro mío estoy bailando (Schachmann, Koch; 2023): una belleza, una joyita, más bien, del cine argentino que ganó Mar del Plata y una sección de la Berlinale.

Adentro mío estoy bailando, una película donde bailan al compás de lo que filman Leandro y Paloma (entre lo apócrifo y lo real), sutilmente, Jonas Mekas, Iotar Iosseliani, Emir Kusturica, Tony Gatliff y hasta el Werner Herzog que filmó en la Taiga. Adentro mío estoy bailando, un apócrifo de El Proyecto Klezmer. ¿O al revés?

Adentro mío estoy bailando, una película de Paloma y Leandro delante y detrás de cámara; delante y detrás de sus raíces judías; delante y detrás de lo que la música insiste en que sobreviva (perdure) a pesar de los delante y detrás de la vida, de la historia, de los legados innegociables de nuestras familias. De nuestras pasiones que nos definen y, sobre todo, identifican.

Adentro mío estoy bailando (Argentina/Austria; 2023). Guion y dirección: Paloma Schachmann; Leandro Koch. Fotografía: Leandro Koch; Roman Kasseroller. Edición: Javier Favot; Leandro Koch. Elenco: Leandro Koch, Paloma Schachmann, Perla Sneh, César Lerner, Marcelo Moguilevsky. Duración:117 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: