1. Abuelas plantea, creo, un problema muchas veces irresuelto, o aún más, eludido, cuando se trata de una crítica de un “producto artístico”. Que implica en qué lugar se para el crítico ante ese producto, con el cual hay una inevitable conexión de índole personal –en este caso en particular, mi cercanía con el trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo-, que supera con creces en su profundidad la relación establecida con el hecho artístico en sí mismo. Hasta qué punto esa cercanía con el objeto de una obra, como por ejemplo este documental, no distorsiona la percepción, la valoración artística de esa obra. Porque a fin de cuentas, una crítica sobre Abuelas no está dirigida a su contenido establecido como un elemento general –la historia de las Abuelas de Plaza de Mayo como institución y de algunas de las integrantes en particular-, no se establece sobre la idea que sustenta a la agrupación y a su trabajo durante más de 40 años en la búsqueda de restituir la identidad de los niños secuestrados y apropiados por la dictadura militar. Pero ese es el riesgo implícito: que se confunda un posible cuestionamiento a una película con el cuestionamiento al trabajo de las Abuelas. En un país como el nuestro, donde hay demasiada gente –a uno y otro lado de eso que se da en llamar “la grieta”- muy sensible a la sobreinterpretación y a la reacción contra el otro –eso que se expresa muchas veces en la fórmula “le estás haciendo el juego a…”-, el mayor riesgo es que se bloquee cualquier forma de crítica hacia obras que trabajan sobre temas que parecen requerir de unanimidades (no se trata solamente de las Abuelas, sino incluso de otros organismos y personas ligadas a la lucha por los derechos humanos, y también de personalidades y movimientos ligados al pensamiento de izquierda) como mecanismo de defensa. Lo que se deja de lado, en esas reacciones, es que una posible mirada crítica va dirigida hacia una concreción artística sobre el tema y que no menoscaba la autenticidad de la lucha y las ideas.
2. El planteo de la película de Cristian Arriaga es sencillo. Se trata, simplemente, de entrevistas a un grupo de Abuelas de Plaza de Mayo, que va organizando en el montaje, entremezclándolas, trabajando sobre una serie de hilos conductores que las relacionan entre sí. Despojadas de toda relación con el entorno, en un espacio neutro sin remisiones contextuales, las entrevistas hacen que el documental se centre exclusivamente en la palabra, en la forma en que desde ella se cuentan las historias personales y colectivas. Una de las renuncias cruciales que afronta el documental es el de despegarse de cualquier búsqueda de archivos que pongan en relación el relato oral con las imágenes que lo avalen. Hay una apuesta por la credibilidad del relato que está marcado por la pertenencia a la organización, pero por sobre todo, a la forma en que cada uno de esos relatos se incrusta en una historia mayor que se fue contando a lo largo de los últimos 37 años, desde el final de la última dictadura. Si la ausencia de una apoyatura de imágenes de archivo podría suponer un cierto esquematismo, por el contrario se asienta en un formato del documental con referencias a la obra de Claude Lanzmann o de Helena Trestykova, en los que el testimonio tiene valor por sí mismo al punto que cualquier intromisión podría funcionar como una disrupción. De allí que entonces, Abuelas tenga un objetivo –y un valor- absolutamente testimonial, sin otro tipo de pretensiones: se trata de dejar el relato ya no solamente para el presente sino para la posteridad con un valor de prueba en sí mismo (algo que ocurrió en los últimos tiempos en los que el relato filmado de un sobreviviente de los campos de concentración que murió hace un tiempo, será utilizado en otro juicio contra los crímenes de lesa humanidad).
3. Por esos mismos motivos hay un momento del documental que rompe inusualmente con el clima creado. Cuando el relato cronológico de las diferentes entrevistadas llega al comienzo de la dictadura, se escuchan una serie de sonidos característicos en off: la frenada de un auto, los ruidos del ingreso violento en un espacio, los gritos de una mujer presumiblemente torturada, el llanto de un bebé. No sabemos si ese sonido es escuchado por las entrevistadas: las reacciones podrían indicar que sí, pero al no haber comentarios directos sobre lo sonoro, genera la duda. Más allá de ese detalle, la irrupción de esos elementos sonoros termina siendo gratuita e irrelevante en el mejor de los casos, un subrayado innecesario en el peor, que pareciera poner en suspenso en ese momento la credibilidad de lo testimonial como forma autónoma.
4. La organización cronológica del documental atraviesa no solamente la historia de la agrupación, sino las historias personales. Se remonta a los orígenes familiares –la mayoría de ellas, provenientes de familias de inmigrantes europeos-, sigue con los estudios y la formación de la propia familia antes de desembocar en los episodios que llevaron al secuestro y desaparición de sus hijas y nietos. Luego, la lucha individual por la recuperación de los nietos nacidos en cautiverio y entregados a otras familias se relaciona con la lucha colectiva desde Abuelas de Plaza de Mayo, pero sosteniendo las características diferenciadas de cada caso. Están quienes han recuperado a sus nietos y quienes no; quienes saben lo que pasó con sus hijas y aquellas para quienes esa parte de la historia sigue en un completo silencio. En uno y otro caso, los relatos incompletos que tratan de reconstruir lo que cada una sabe, siguen siendo, aún después de tanto tiempo, los momentos más emotivos y conmocionantes. El testimonio, aún indirecto en tanto no han sido testigos de los hechos, va directamente a la raíz de lo que no se debe olvidar y que la memoria sigue sosteniendo como pilar fundamental. Y es cuando el dolor se hace más intenso que el documental parece encontrar su punto justo, dejando que la cadencia propia de las voces vayan encontrando entre las palabras y silencios la mejor forma de narrar lo inenarrable. La voz de Rosa Roisinblit diciendo que tuvo que ganarse el amor de su nieto y que eso le llevó quince años no solamente es una confesión abierta, sino tan desgarradora como el recuerdo de lo ocurrido en la dictadura.El relato casi susurrado y siempre al borde de quebrarse de Carmen Ledda Barreiro que parece resumir en esa voz toda la tragedia por la que ha tenido que pasar es quizás el mayor relieve que exhibe la historia: la de una voz que no necesita gritar el dolor para transmitirlo.
5. Tal vez el problema que el documental no logra resolver del todo es el peso que adquiere el relato de Estela de Carlotto. No solamente porque da la sensación de ocupar algo más de tiempo que el resto de las Abuelas, sino porque la propia exposición que ha vivido por ser presidenta de la entidad, la vocera histórica de las Abuelas, ha puesto su historia una y otra vez en pantalla. Entonces, el relato de Carlotto, por conocido, por reiterado –desde programas de televisión hasta documentales como Estela– parece llevar el documental hacia terrenos demasiado previsibles, del que solo logra salir cuando se recurre a las otras historias. El testimonio de Estela de Carlotto en este caso no agrega nada para el espectador consustanciado con el tema, por lo cual lo que se le asigna de peso en el documental, lo pierde en la construcción del relato individual y colectivo. Aún cuando se entiende que la representatividad que ostenta el personaje y que termina transmitiendo al documental sea importante, en términos del relato quizás merecía una revisión que permitiera evitar el peso de lo reiterativo en el que en varios momentos termina cayendo.
Calificación: 6/10
Abuelas (Argentina, 2020). Guion y dirección: Cristian Arriaga. Fotografía: Lucas Pérez. Montaje: Cristian Arriaga, Juan Carlos Macías. Entrevistadas: Estela de Carlotto, Sonia Torres, Ledda Barreiro, Delia Giovanola, Buscarita Roa, Rosa Roisimblit, Ángela Barili, Aída Kancepolski, Emilce Flores, Berta Schubaroff.
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