Una mujer malvada es algo muy lindo. Y para que una mujer pueda ser malvada necesitamos un hombre boludo. Supongamos que en este caso, como en todos los demás, el amor es verdadero. Pero es de esperar que en un matrimonio de cinco años los adjetivos se desgasten, pierdan el ímpetu, desaparezcan. Ninguno de los dos tiene la culpa: ella tiene razón, pero él también tiene razón. Es imposible gustarle al otro como antes, y si fuera posible demandaría un esfuerzo que alguien que no gusta del otro como gustó no está dispuesto a hacer.
Las mujeres, hasta en el último recoveco del tiempo de sus vidas, conservan la esperanza de volver a ser amadas. Incluso en casos extremos, como una vejez solitaria, o un matrimonio insulso. A veces hacen pilates, salen a correr, cuidan su alimentación, usan productos en la piel y en el pelo. Los hombres no: nosotros tiramos la toalla, tomamos whisky malo antes del mediodía, liberamos nuestras panzotas, nos dejamos ver jugando a los videojuegos, relajamos el ingenio y la caballerosidad, a veces cojemos como si estuviéramos haciendo un trámite y sin esperar de ellas nada más que disponibilidad. Podemos sentirnos conformes, casi llenos, en una buena relación superficial.
La hembra hermosa de esta película, un segundo después de que su macho le saque el pito de adentro y se aleje sin hacerle una puta caricia, se mira en el espejo que tiene de frente. Se mira los ojos. La casa está llena de desánimo, pero lo que ve en sus ojos no es desánimo. Es una voluntad inquebrantable de no dejarse llevar por el juego del boludo de su esposo.
Pareciera imposible reavivar la energía que se despertaron mutuamente hace cinco años. Y es imposible olvidarse de esa energía o dejarla de lado: el amor que existió queda como un fantasma que sabe que cada día, en estas condiciones, es un fracaso. Para que entre los dos vuelva a existir fuerza, admiración, calentura, momentos divertidos, es necesaria una transformación absoluta, extrema, una experiencia intensa, un despertar.
Durante el primer rato de Perdida son bastante molestos los clichés que muestran el auge y caída de la pareja. Los muestran todos, así que es imposible que cualquier persona que se haya involucrado en una experiencia de ese tipo no se identifique con dos o tres. Durante el primer rato, el tono fingido e impostado del marido y la mujer distanciarían, unas veces de modo más sutil que otras, a algún espectador exigente. Después de un rato te acostumbrás, reforzado por una condición condenada a perpetuidad en la vida de la rubia: ese alter ego que le inventaron los padres, que en el mundo de las representaciones evoluciona sin los defectos habituales de una vida real. Uno va aceptando los clichés, sabiendo que está frente a un personaje que aceptó toda su vida como una ficción. Amy creció escindida, de a ratos real y defectuosa, de a ratos ficcional y perfecta. La real, cuando habla con alguien real, sonríe y se burla de la ficcional, da por sentado, siendo peyorativa hacia la empresa de los padres, que esa caricatura con la que comparte nombre es una estupidez. Y cuando habla con los fanáticos de la caricatura hace lo que tiene que hacer para ayudarlos a conservar su ilusión. Amy nunca iría en contra de una fabulación bien construida. De las dos representaciones (la real y cínica, la ficticia e ingenua), el marido boludo elige la primera, así que a su pedir es desarrollada. La economía de recursos actorales de Ben Affleck es perfecta para representar a ese tarado.
A algunas personas la película les resultó demasiado larga, para mí la información está bien dosificada. Más me molesta la ausencia de pistas falsas: todo detalle llamativo es relevante a efectos de la trama, como si los realizadores no hubieran leído las novelas policiales que se nota que sí leyeron. Al espectador vigilante, demasiado observador, no van a sorprenderlo las vueltas de rosca tanto como a otros. Tampoco al que haya leído novelas de Patricia Highsmith, influencia absoluta sobre los caracteres femeninos. Pero este comentarista tuvo un ánimo permisivo la noche en que fue al cine, y en detrimento de los plots un poco anunciados destaca el buen gusto de Fincher para las mujeres. Se nota que sabe de mujeres, Fincher. No es el tipo de hombre que las deja relajarse y expresarse en su esplendor: es un poco sádico y las mantiene tensas, con el grado de tensión necesario para que no confiemos del todo en ellas. Y elige mujeres con el carácter y el aplomo para que esa desconfianza se nos traduzca en ganas de comer. La rubia, desde que el punto de vista del narrador empieza a sacarse la careta y a mostrarnos su plan, se va poniendo cada vez más linda. Las escenas en la casa del nabo que le presta auxilio resultan una delicia tanto por su ambigüedad moral como por sus piernas blancas y lisas y sus camisoncitos. La sensualidad distante y tramposa y una mirada apenas explícita que funciona como arma de supervivencia hacen que todos los hombres de la sala sintamos lástima por el personaje más nefasto y odiable de la película. Tiene mucho que ver con la mandíbula redonda, esa mirada, que arranca en un gesto de los hombros huesudos y el tórax, un tórax que no le permite a la espalda encorvarse. Como la espalda de una depredadora alerta, de una depredadora amenazada y con miedo que sabe usar el miedo para ponerse linda. A pesar de esa casa tan llena de cámaras y tan vigilada se sabe que una mujer así puede manejar la situación. Y hay una morocha, también. Hace como de pendejita de 20 años, la amante de Ben Affleck, entonces simula una candidez divina, cuanto más simulada más divina. Al final la morochita termina siendo tan perra malvada como todas las mujeres sexualizadas de la película. Sería imposible seguir escribiendo sin mencionar los dos o tres segundos en que vemos las tetas de la morochita. Me hicieron sentir un hombre sensible. Ese es uno de los puntos flojos de la película, la morochita debería aparecer más.
Todos los que hagan películas afuera de Estados Unidos deberían tener prohibido poner abogados. Son tan buenos esos abogados yanquis, sería imposible llegar a un personaje tan bien hecho para alguien de un país sin esa cultura en la que el código supremo es la ley. Aunque pareciera que en los últimos años la ley fue reemplazada, y ahora lo importante es el manejo de la opinión pública. En Perdida, el ecosistema donde los especímenes tienen que conseguir sobrevivir es el contextualizado en una multitud irracional pero manipulable. Es tan boluda la multitud que el personaje de Ben Affleck parece un tipo común. Y no hay acá arma más importante que el manejo de la multitud, ese que Amy ejercitó desde chica, gracias a la exposición de su doble vida ficticia. “Mi herramienta es la verdad”, dice Ben Affleck, a quien su abogado trata de explicar que más importante que ser inocente es parecer inocente.
(Y el espectador clama: Pero dale, gil, despertate. Yo vi la noche en que se conocieron. Estaban en una fiesta y vos estuviste re caretón haciéndote el banana. Te salió bárbaro. Si hubieras sido honesto no le hubieras gustado nunca a una mujer así. ¿Y ahora que estás entre la espada y la pared saltás con el cuentito de “la verdad”? ¿Qué satisfacción te dio, a vos, Ben Affleck haciendo de boludo, “la verdad”, en tu vida entera? ¿Cuándo en tu existencia “la verdad” fue una fuerza que haya jugado a tu favor? ¿Qué tiene que hacer tu mina para que reacciones?).
Cuando Fincher había hecho tres o cuatro películas se le suponía un futuro enorme, y ahora, la verdad, que no. ¿Empeoró? No, no es peor que antes. Es cierto que perdió esa épica de principiante que salpica a Seven o a El club de la pelea, pero la reemplazó por un pulso narrativo excelente, del que antes carecía. Se mantiene como un director de grandes escenas. Es igual de bueno que antes. El problema es que se transformó en un artista profesional, lo que le asegura un piso alto, pero también un techo bajo. Consiguió, no tanto como Burton o Wes Anderson, una voz personal: con dos minutos de mirarla te adivino que esta peli que agarré en la tele es de Fincher. Eso es algo particular y raro, pero no necesariamente positivo. Tiene su diagrama, digamos, y está bueno. Hay que ver donde lo mete.
Aquí puede leerse la crítica de Marcos Vieytes sobre la misma película.
Perdida (Gone Girl, EE.UU., 2014), de David Fincher, c/ Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris, Kim Dickens, Tyler Perry, Carrie Coon, Lisa Banes, 149’.
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Muy buena critica. Pero por favor corrijan lo de los espacios que molesta¡¡¡¡
Ya lo solucionamos, Leo, gracias por la lectura y el comentario.
Marcos Vieytes