Ulrich Seidl, director de la maravillosa y desangelada Import/Export, vuelve al ruedo con la trilogía Paraíso, compuesta de los episodios Amor, Fe y Esperanza contados en primera persona desde los puntos de vista de tres mujeres: Teresa, Anna Maria y Melanie. Pero estas mujeres no son aleatorias, forman parte de un mismo núcleo. Teresa es madre de Melanie y es la hermana de Anna María, y así empiezan las cosas.
Teresa (Margarete Tiesel) tiene un trabajo rutinario en un parque de diversiones y una hija adolescente –Melanie-, pero está más que contenta porque inicia sus vacaciones en las soleadas playas de Kenya. Rubia, regordeta y feliz llega al resort en el que se aloja y todo es disfrute. Hay cierta inocencia del disfrute en su mirada. De más está aclarar que Teresa anda sola aunque rápidamente entable amistad con otras veraneantes tan parecidas a ella.
Los límites del resort están marcados por una soga que los separa de la playa pública y, después, del mar. Por allí se pasean como mercancía jóvenes (y no tanto) y atléticos kenyatas en busca de la «sugar mama» que les salve la jornada. Seidl no se ahorra nada ni nos ahorra nada. Como en el resto de la trilogía, su mirada es casi documental. Genera incomodidad, todos nos convertimos en voyeurs a fuerza de meternos en habitaciones y situaciones que de tan cotidianas aparecen como casi obscenas.
Con inevitable ironía Paraíso: Amor va dando cuenta de la transformación de Teresa en depredadora. Tiene dinero, paga y exige por lo que paga: la exquisita sensación de sentirse objeto de deseo, la pérdida de la mirada inocente, y los espacios públicos, como el mar, que se hacen intransitables en soledad. Soledad absoluta y dolorosa que se pone en evidencia cada vez que Teresa llama a la hija con la que nunca se logra comunicar.
Esa soledad y ese hastío es lo que intercambian las robustas madonnas del primer mundo -no necesariamente se trata de una clase acomodada, Teresa no pertenece a ella- con los bien predispuestos locales a cambio de una módica suma previamente acordada. La comparación es más brutal aún: son las posibilidades del primer mundo frente a las del tercero. Unos tienen los medios para comprar y a los otros les queda ser objeto de esa compra. Mientras tanto, ambos juegan -de una manera casi perversa- al amor en la playa. Esa es la postal, esa es la foto del paraíso.
A Amor le sucede Fe. La segunda entrega de la trilogía es perturbadora, recorre los rincones más oscuros de la fe y las convicciones.
Anna María (la maravillosa y contundente María Hofstaller), hermana de Teresa que cuida a la hija de aquella que conocimos en el inicio de Amor, es una enfermera dedicada a su trabajo, ama de casa concienzuda (su casa está absolutamente impecable) y católica militante, muy militante.
Anna lleva la misión que le da sentido a su vida con tranquilidad. Fuera de estas actividades se repite la constante de soledad y hastío, siempre en silencio. Cuando llegan sus vacaciones Anna decide quedarse en casa y poner todas sus energías en su misión, lo que nos pondrá a nosotros en medio de situaciones de una infernal violencia que pone en evidencia lo peor de los fundamentalismos religiosos: esa necesidad imperiosa de redimir a los otros. Parados en una aparente tranquilidad, cierta superioridad moral y una sonrisa tensa clavada en el rictus, ellos, los creyentes, se consideran salvados y en un gesto altruista salen al mundo a ofrecer el paraíso al resto de la humanidad.
Pero las cosas se le complican a Anna cuando aparece en escena su marido Nabil (interpretado por el actor Nabil Saleh) que vuelve a casa por la sencilla razón de que quiere pasar el resto de su vida con su mujer porque la ama (…pobre!). Un dato no menor, dos en realidad, son que Nabil es musulmán y parapléjico, y no entiende absolutamente nada de lo que pasa con su mujer. Ella, por su parte, lo oculta de su grupo de católicos misioneros como a un objeto vergonzante. Pero esta verguenza no es gratuita, se compone de sacrificio y castigo. El sacrificio puesto en evidencia mediante los mínimos y necesarios actos de solidaridad conyugal, como bañar a su marido, cortarle las uñas o cambiarle las sábanas. El castigo es la moneda con la que Anna paga el amor a Cristo con cilicios y rezos. Paradójicamente parece placentero ese castigo autoadministrado en un marco de aparente orden prusiano en el que lo único que se percibe es el caos asomando por los resquicios. No hay espacio para el ser humano, sólo quedan territorios que reconquistar para anexionarlos a la fe «verdadera» (dicen: «hemos de convertir Austria en una nación cristiana»). Seidl parece sostener que el amor debe pagarse de una manera u otra, pero siempre poniendo el cuerpo.
Este episodio de la trilogía, como el anterior y como el siguiente, están dirigidos con exquisita sutileza y desplegando una mirada minimalista. Si en África resaltaban los colores del paisaje tropical, en Austria imperan los encuadres en la casa y otros lugares cerrados, los colores ocres y grises. Simbólicas, preciosas y perturbadoras tomas de la espalda de Anna María, siempre sola, como cuando espera el transporte cargando una imagen dela Virgen grande y pesada frente a un ocaso gris y desolado como ella.
(Una de las productoras contó en el Bafici que en Austria ha surgido un movimiento muy fuerte de misioneros abocados a la recuperación de la fe católica y es muy común verlos desplazarse cargando inmensas imágenes religiosas por toda la ciudad.)
Paraíso: Esperanza es, asombrosamente, la más luminosa de las tres. Después de la punzante Amor y de la vitriólica Fe llega el turno de la historia de Melanie, la hija de Teresa (Amor), la sobrina de Anna María (Fe)
Melanie (Melanie Lenz) es una adolescente promedio entrada en carnes, es decir, tiene un problema evidente de sobrepeso. Para paliar esta situación su madre decide enviarla a un campamento de adelgazamiento.
Ulrich Seidl se carga otro dato de la realidad: una chica adolescente acusada de sobrepeso y acomplejada que piensa que no puede llegar a algo sólo por tener varios kilos de más. Melanie vivirá en el campamento sus primeras experiencias de la vida: el primer cigarrillo, las primeras charlas sobre sexo, la primera cerveza, el primer amor.
Se enamora, dijimos, del médico del campamento (Joseph Lorenz), un hombre de mediana edad atraído y cautivado por la juventud e inocencia de la chica. En algunos pasajes de este episodio el director consigue crear situaciones verdaderamente incómodas entre los dos personajes. Según declaraciones del propio Ulrich Seidl, la relación adulto-adolescente responde a la matriz de Lolita (Stanley Kubrick, 1962).
Hay una escena particularmente bella durante una excursión al lago. Melanie se aparta del grupo y se interna en el bosque como una ninfa seguida de cerca por un fauno, «su enamorado». Hay un cruce de miradas y gestos que presuponen sexo hasta que se produce el encuentro en un claro y ella lo abraza con una ternura infinita que desarma al médico y a todas las suposiciones del espectador. La intensidad del discurso y la claridad de los gestos hacen que la significación de esa sola escena sea de una luminosidad maravillosa.
Este será un amor frustrado. Artz, el médico del campamento, tomará distancia no sin reparos pero con convicción. Hay cierta esperanza en la capacidad de tomar buenas decisiones y de no aprovecharnos al máximo y con abierta impunidad de las oportunidades que se nos presentan.
Melanie se sentirá abatida, descorazonada con su fallido primer amor, pero no está del todo mal. Otra vez la soledad, la angustia y la vulnerabilidad.
El cine de Ulrich Seidl recuerda por momentos al de Michael Haneke en la manera de retratar los aspectos cotidianos de la vida desde una óptica casi documental, cercana y a la vez cruda, explícita y punzante. Es también una lectura política sobre su propia realidad, ciertas cuestiones que flotan (y no tanto) en la sociedad austríaca y quizás en la europea por extensión. La vacuidad, el hastío, la soledad, el desamor, cierta «liberación» de esquemas rígidos que necesitan poner un océano de por medio para ser, el poder del dinero, y los espacios que deben ocupar aquellos que no lo poseen.
Aquí pueden leer un texto de Marcos Vieytes sobre Paraíso: Amor.
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Hola Marcos, todavía no he tenido la posibilidad de ver esta trilogía pero al leer tu comentario sobre Amor la relacioné con Vers le sud de Laurent Cantet; aunque quizás sólo coincidan en el tema. Te quería preguntar si la trilogía puede verse desordenada.
Claro, pueden verse en cualquier orden. Son 3 historias relacionadas por el parentesco que une a las protagonistas, esa es la excusa, pero no son cronológicas. Saludos
Disculpa Gabriela, pensé que a la nota la había escrito Marcos. Gracias por responder.