El cine, y en especial el cine clásico de Hollywood, ejerció una curiosa atracción sobre los dictadores más célebres y diversos del siglo pasado: Franco, supuesto guionista del film patriótico Raza; Mussolini, creador del primer festival de cine de la historia, el de Venecia, y de los estudios de Cinecittá a la manera hollywoodense, Stalin y su supervisión personal sobre el cine soviético (y sobre todas las artes), el Mariscal Tito, espectador de cine en su palacio de gobierno todas las noches de su vida y único jurado en el festival anual de cine yugoslavo; el hombre que eligió a Yul Brynner para que lo personificara en una película sobre la historia de su vida durante la segunda guerra.
Alguna vez habría que estudiar esta relación entre la fantasía del cine y la de los dictadores reflejada en ella. Todas las hipótesis están abiertas.
Hitler’s Hollywood aborda este tema en su caso a la vez más paradigmático y, hasta ahora, menos conocido, el del cine realizado en Alemania durante el período nazi; un fenómeno en el que se reúnen la potencia del cine alemán ya plenamente desarrollada y recuperada luego de la derrota en la Primera Guerra Mundial, con la cinefilia de Hitler y Goebbels, que excedía a la mera utilización de las películas para sus tenebrosos delirios de poder y exterminio y era tal vez su único rasgo humano rescatable. Goebbels trató casi con desesperación de crear su propio Hollywood en Alemania. Es suficientemente conocido que ofreció a Fritz Lang la dirección del futuro imperio cinematográfico y que, cuando éste le observó que era judío, Goebbels dijo:
– El único que decide si alguien es judío en Alemania soy yo.
Por supuesto detrás de esta historia hay una prehistoria que arranca durante la primera posguerra con la irrupción del expresionismo, su innovación estética y, de acuerdo al célebre estudio de Siegfried Krackauer, su anticipación del horror por venir. Ya en el poder Goebbels sufre la primera deserción, Greta Garbo se va a Hollywood, el otro, el verdadero; suplirla era un imperativo de estado para el cine teutón. Desde entonces numerosas rubias suecas prueban suerte en los estudios alemanes, hasta una muy joven Ingrid Bergman, que filma en Alemania en 1938, seis años antes de triunfar en el lado opuesto del mundo y de la razón con Casablanca. Finalmente Goebbels encontró su estrella sueca Zarah Leander, algunas veces dirigido por un alemán especializado en melodramas, Dieter Sierf, que años más tarde se llamaría Douglas Sirk para mayor gloria de Hollywood.
Las películas que nos muestra Suchsland son melodramas en blanco y negro, como los de Sirk o los de Pabst, una especie de prisionero que no pudo huir a tiempo del nazismo y siguió su carrera en Alemania haciendo equilibrio entre las exigencias del régimen y sus convicciones. También comedias, en las que comienza a predominar el heimat (algo así como el elogio de la vida familiar, rural y tradicional, que sería el leitmotiv del cine alemán de posguerra), y lógicamente películas bélicas. El nombre de Gustav Grundgens, actor y director vinculado artística y sentimentalmente a la familia de Thomas Mann desde su romance con Klaus, el hijo mayor del escritor, y su posterior matrimonio con su hija Erika, domina con su imponente presencia de actor, su talento de director y la trágica vocación que lo lleva a quedarse en Alemania al servicio del régimen y en contra de sus ideas, parece una síntesis de todo lo que tiene por decir Suchsland del cine nazi. Ambiciones, grandeza, tragedia y miseria moral, nada muy distinto a lo que ocurre en cualquier cinematografía respetable, películas maestras al lado de otras menores, intrigas y vanidades, éxitos y fracasos. Todo lo mismo pero encerrado dentro del régimen que encarnó la mayor expresión del mal en la historia de la humanidad.
Hitler´s Hollywood deja abierto el espacio para todos los debates estéticos y éticos imaginables. Para muchos de nosotros es apenas una introducción. Las sorpresas que nos deparen los siguientes nos están esperando.
Hitler’s Hollywood (Alemania, 2017). Dirección: Rudiger Suchsland. Duración: 105 minutos.
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