Temporada de caza es una película pesada como un tema de Almafuerte, áspera y cruda. Una película de apariencia hostil que detrás de su sugerida ferocidad encuentra una dulzura agria y esquiva, pero dulzura al fin.

La ópera prima de Garagiola es una película climática que problematiza los duelos (el duelo de la muerte, el duelo de la pérdida, el duelo de lo que nunca fue) o, mejor dicho, el cómo atravesar esos duelos; es una película dolorida y que en ese dolor encuentra el motor para encarar la reconstrucción.

Temporada de caza es también una película masculina que gira en torno a una relación padre e hijo y a cómo un vínculo se reinventa.

Sostenida de modo notable por la pareja protagónica (Lautaro Bettoni y Germán Palacios), la película se aleja de la ciudad y se piensa desde la naturaleza, siendo ésta también un actor protagónico de la trama. Remitiendo a la imagen fantasmagórica y modélica de El aura, pero volviendo a la senda que también atravesaron en los últimos años Nacido y criado, o la más reciente Nieve negra, Temporada de caza huye de la ciudad y se sumerge naturaleza adentro. Ese contraste entre la urbe, con su metáfora civilizatoria, y la naturaleza con su resabio salvaje, bien podría ser uno de los ejes posibles para pensar el film de Garagiola.

Temporada de caza también se sostiene en esa complejidad narrada de modo poderoso por una cámara debutante y decidida. Desde ese inicio en el que ese adolescente problemático es separado tras pelear con un compañero en el medio de un partido de rugby vemos al protagonista  deambular y transitar un dolor íntimo y poderoso (como la cámara que lo filma) sin subrayados altisonantes. Percibimos que algo sucedió y la película empieza a darnos pistas para que nosotros podamos rearmar ese rompecabezas.

La actuación del debutante Lautaro Betonni es fulminante y en ella radica parte del poder hipnótico de la obra de Garagiola. El joven Nahuel está atravesando el duelo por la muerte de su madre -información que la película va evidenciando a medida que avanza el metraje-, hecho que lo lleva a ir en busca de un padre al que hace mucho tiempo no ve. (De la madre solo le queda a este huérfano herido un video en el celular). Para eso debe abandonar su vida urbana, cortar abruptamente el vínculo con Bautista, la pareja de su madre y su padre sustituto (conmovedora y contenida actuación de Boy Olmi), y viajar al sur a encontrarse con Ernesto (Germán Palacios en una actuación sutil y llena de tensión acumulada que dice mucho desde los silencios y las miradas). Ese vínculo es lo que tracciona el relato, lo que también deshiela la mirada fría de la cámara de Garagiola.

La primer escena, en la que Nahuel espera a su padre tres horas en la ruta, ya marca la pauta de la fricción inicial, la que deriva en una relación nueva, nacida de la perdida y de lo irreparable. Si lo pasado es una materia sobre la cual no se puede construir absolutamente nada, la película no se ancla en un espacio melancólico, sino todo lo contrario: la película de Garagiola piensa en cómo se reconstruye una vida desde el más puro presente. Nahuel genera conflictos desde su llegada a la casa del sur: no quiere estar en esa casa fantasmal habitada por la nueva pareja de su padre y sus hijas mujeres (la casa y la cuestión  de lo femenino remite al cine de Lucrecia Martel). El clima fantasmagórico de esa casa es uno de los logros de la puesta en escena construida por Garagiola ya que produce un extrañamiento que potencia la tensión siempre creciente en el inicio entre esa pareja de padre e hijos desconocidos.

Si algo de la puesta en escena remite al cine de Lucrecia Martel ciertas escenas filmadas al aire libre en esa extensión de la naturaleza remiten a El aura, la obra maestra de Fabián Bielinsky. La escena en la que Nahuel  es expulsado del auto y abandonado por su padre en la ruta es poderosa y de una tensión lograda a partir de recursos cinematográficos: uno siente el frío y la soledad que sufre Nahuel, y ese desamparo propio de la edad y del duelo impacta como un golpe en el rostro.

La película, a su vez, se sumerge en la reparación de ese vínculo en el que participan padre e hijo. En este punto es fundamental el entorno de jóvenes con el que se rodea Nahuel, que lo vuelve más humano. A partir del contacto inicial con esos adolescentes (y de la pulsión sexual que produce el personaje interpretado por Rita Pauls) es que Nahuel comienza lentamente a cicatrizar sus heridas y a experimentar ese deseo que la cámara de Garagiola registra en tensión hormonal, el que le permite pensar el deslizamiento del pasaje de la adolescencia a la adultez.

Esos vínculos externos también le permiten a Nahuel humanizar la figura de ese padre que en la primer parte de la película se muestra feroz e inflexible: el vínculo generacional que se habilita a partir de esa integración de Nahuel al entorno es lo que lo vuelve a conectar sin más con la vida.

Temporada de caza es un retrato de iniciación y una película que duele como duelen los duelos, y a su vez es una película que habla de la necesidad de poder transitar el dolor de las pérdidas. Uno de los principales méritos del opus 1 de Garagiola es que nunca deviene en mero ejercicio de estilo. Temporada de caza no es una película paisajista sino que se interesa en narrar un drama de interiores en la inmensidad de la naturaleza.

Hacia el final del film en una escena de quizás excesivo peso alegórico Nahuel sale de caza con su padre y los compañeros y amigos de este último. Esa actividad específica es la que, por un lado, permite reconstruir del todo esa relación fracturada entre padre e hijo y, por el otro, reinicia en esa inmensidad repleta de nada el vínculo dañado. En un momento Nahuel se aleja del grupo de caza y, perdido en la espesura del bosque, hiere a un ciervo que producto de su disparo agoniza. Nahuel se acerca al ciervo que está muriendo y lo abraza intentando, de algún modo, reparar lo irreparable. Ernesto, desesperado al oír el disparo y percibir que su hijo se alejó del grupo de cazadores, corre hasta encontrar a su hijo y sacrifica al animal herido.

Más allá del exceso metafórico, la escena es fundamental para entender el alma de Temporada de caza. Todos nos hemos sentido en algún momento de nuestra vida como un animal herido y nos hemos sentido desamparados ante lo irreparable. Todos, en definitiva, necesitamos que alguien alguna vez corra, se preocupe por nosotros y nos cuide. Desde esa humanidad latente que se forja en el transcurrir del film es que la voz de Garagiola avizora a una cineasta humana que alumbra con calor y amor el manejo de la técnica. El cine en definitiva se trata de eso.

Temporada de caza (Argentina/EE UU/Alemania/Francia/ Qatar, 2017), de Natalia Garagiola, con Lautaro Bettoni, German Palacios, Boy Olmi y Rita Pauls, 105′.

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