En el principio fue un libro. Más precisamente, una frase en un libro. Ese libro se llama “En la nuca de Houssay” y la frase hace referencia a un científico argentino cuyas ideas eran discutidas en el ámbito científico en la década del sesenta. Oscar Varsavsky, que de él se trata, constituye una suerte de enigma desde el cual partir: alguien sobre quien se ignora todo pero de quien esa trascendencia despierta la curiosidad. Ese libro, sin ninguna aclaración mayor, constituye el grado cero del documental: el punto en el cual ese personaje parece haber quedado a merced del paso del tiempo y de donde es necesario rescatarlo.

El título que elige el documental –el nombre, seguido de la calificación- es atractivo, en tanto engendra la pregunta: ¿en qué consiste la rebeldía de un científico?. No es un detalle menor que se elija la idea de rebeldía por sobre la de revolución, aún cuando esta podría ser más afín si se tiene en cuanta la militancia inicial de Varsavsky en el Partido Comunista. La rebeldía es un término “situado”, que ubicamos imaginariamente como parte de la década del 60 –“Rebelde me llama la gente/Rebelde es mi corazón/Soy libre y quieren hacerme/Esclavo de una tradición” cantaban Los Beatniks en 1966- y está asociado a una idea juvenil. No solamente el término revolución es más serio y pesado, sino que incluye en sí mismo la toma del poder, el reemplazo de un régimen por otro en un contexto de antagonismos irresueltos (la rebeldía cuestiona, se enfrenta al mandato instituído pero lo que busca no es la toma del poder necesariamente, sino una modificación en las relaciones sociales). Y la exploración que emprende el documental no evade la paradoja: Varsavsky no se plantea la toma del poder (lo atestiguan los breves relatos de sus sobrinos, ex militantes del ERP) pero planteaba a la vez, los modelos científicos que deberían aplicarse para después de la toma del poder además de la necesidad de cambiar el paradigma de los proyectos pasando de poner en el centro a las empresas para poner al pueblo. Una paradoja que la historia argentina parece resolver en un solo momento: la primavera camporista, ese lapso en el que para Albertoni, “los planteos de Varsavsky eran posibles”.

Vuelvo a la pregunta entonces. La rebeldía de un científico está en función de la relación que establece con el paradigma dominante en su época. Es allí donde Varsavsky se coloca en un lugar incómodo hasta para sus colegas jóvenes del presente (como se vislumbra en la escena en que reaccionan ante la lectura de algunas de sus ideas) y que parece el corolario de lo que Bunge planteó sobre él (“El libro de Varsavsky arruinó muchas carreras de jóvenes científicos”). Es entonces que la estructura sobre la que se organiza el documental deviene engañosa: tres conceptos básicos (cientificismo/modelos matemáticos/estilos tecnológicos) apuntalados por algunos de sus libros (“Ciencia, política y cientificismo”, “Hacia una política científica nacional”, “Estilos tecnológicos”) que suponen una estrategia de desarrollo cronológico de sus ideas. Pero lo que circula dentro de cada uno de esos apartados es un esquema que implica un cambio de mirada sobre la concepción científica.

Entonces, el relato se articula sobre una serie de oposiciones que ya se manifiesta en sus inicios cuando con Sadosky y García intentan cambiar el modelo de la Facultad de Ciencias Exactas en la Universidad de Buenos Aires, siendo elementos de un pensamiento de izquierda enquistado en una estructura ligada al desarrollismo. Copia versus desarrollo nacional; ciencia social versus ciencia pura; la creación de una red científica latinoamericana frente a la dependencia de los países centrales; el criterio de importancia frente al criterio de verdad; partir desde problemas antes que desde las hipótesis; pasar de un modelo empresacéntrico a otro pueblocéntrico: todas formulaciones que se vislumbran como proyectos liberadores en tanto rompen con modelos instituidos e importados. Pero esas oposiciones sobre las que trabaja el documental implican además algo mucho más interesante: abandonar el laboratorio por lo concreto, lo palpable. Esa distinción que aparece claramente reflejada en otro elemento, cuando Alfredo Eric Calcagno recupera desde Varsavsky que los modelos numéricos no deben utilizarse como predicción exacta sino como elemento para pensar la construcción política del futuro. El número deja su estado de pureza y su centralidad para servir como el elemento desde el cual pensar una conformación social.

Si las ideas de Varsavsky parecen haber quedado en cierto olvido –como si estuvieran datadas y no pudieran servir en el presente- el documental explora otra faceta en la que el personaje ha quedado envuelto en el misterio. Si su existencia puede verificarse en sus libros y en el recuerdo de quienes lo conocieron, se repite en ellos un detalle enigmático. Ninguno tiene fotos con él. No hay registros fotográficos públicos de Varsavsky: no aparece en las solapas de los libros ni en otro tipo de producciones (y en ese sentido es notable el hallazgo del afiche de la colección científica en la que es el único que aparece dibujado de espaldas). Tampoco, como puede imaginarse, hay filmaciones. La búsqueda de Petriz se orienta también en esa dirección: hay que recuperar no solamente las ideas sino el cuerpo que las producía. Varsavsky debe ser una imagen también: unas escasas fotografías familiares parecen rescatarlo de esa oscuridad. Y sin embargo, parece haber algo más que falta y que el documental parece vislumbrar cuando encuentra la foto de Varsavsky dando una clase en la década del sesenta. Esos casetes maltrechos que Carlos de SennaFigueiredo guardó durante décadas, se vuelven el testimonio definitivo de su existencia, cuando en el final del documental aparece su voz, para terminar de darle ese cuerpo que durante toda su vida quiso escamotear.

Varsavsky, El científico rebelde (Argentina, 2022). Guion, producción y dirección: Rodolfo Petriz. Fotografía: Rodrigo Sánchez Mariño. Montaje: Rodrigo Sánchez Mariño, Rodolfo Petriz. Colaboración en guion: Marcelo Petrazzini, Marcelo Rodríguez, Rodrigo Sánchez Mariño. Diseño sonoro y música original: Rodrigo Sánchez Mariño. Cámara: Rodrigo Sánchez Mariño, Miguel de Zuviría, Rodolfo Petriz. Sonido Directo: Tomás Guiñazú, Felipe Rugeles Pineda. Testimonios: Carlos Borches, Cristina Mantegari, Gabriel Bilmes, Guido Riccono, Florencia Faierman, Carlos de Senna Figueiredo, Irene Spivacow, Matías Blaustein. Duración: 98 minutos.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: