La película de Julián Troksberg, Una casa sin cortinas, se mete en uno de los nudos más difíciles de deshacer para el peronismo, un año y medio oscurísimo en la historia nacional.
Tanto por lo que se sabe, como por lo que no se dice y por lo que parece que fue, el período es un punto de partida difícil, un corte transversal a nuestra historia, un momento único y no me arriesgaría a decir que irrepetible porque, justamente, nunca se sabe.
El desparramo fue importante en aquel momento de la Argentina; Isabel era la presidenta que había llegado a ese destino por los avatares de la vida y la voluntad de Perón. Cuando la película reconstruye su biografía antes de Perón, parece no haber indicios de una militancia partidaria, aunque los datos son tan escasos que es difícil determinar quién fue en esos años. En esa primera media hora, tal vez algo menos, hay un intento formal de comenzar a construir la historia a través del montaje, las preguntas y las respuestas que dan los entrevistados. Es un relato que no funciona del todo bien, cuya torpe dinámica curiosamente contrasta con el certero y punzante montaje de Furia: las peleas de Carlos Monzón, el documental que Troksberg hizo para el canal Space, que se mimetiza naturalmente desde la edición con la potencia pugilística de Monzón y su dramática historia, y que no tiene un paso en falso en los 120 minutos que dura.
Los años de Isabel fueron tiempos de desconciertos en general: una teoría instalada dice que ella misma propició el golpe; otros, que el golpe, incentivado por todo lo que ocurría en la región, hubiese sucedido de todas maneras, inclusive con Perón vivo, y tal vez con un inicio mucho más sangriento. Baste recordar el bombardeo a Plaza de mayo en 1955.
La lista de entrevistados es escasa para la envergadura del personaje, y muchos de ellos no pasan de la nota de color. La hija de Gatica (Eva) y el señor de la Federación de Box (Luis Romio) hacen comentarios lejanos, difusos, que se perciben como un intento de dosificar con algo de humor al relato, pero que no suman más que algo de empatía para el espectador. Incluso las repreguntas, en muchos casos, denotan un tono sarcástico con los hechos relatados, que son absolutamente domésticos. El caso de Ruckauf también es un ejemplo: si bien fue ministro de trabajo en ese período y cuenta algunos detalles de reuniones de gabinete algo más jugosas, el modo de presentarlo, desde el encuadre incluso, es al menos mordaz. También están Abal Medina padre y Osvaldo Papaleo, actores políticos activos en esos tiempos, pero que tampoco pueden o quieren apartarse de esa parcela minúscula donde parecen no decir nada relevante.
No debe ser fácil que representantes del arco político actual se sumen a dar su opinión sobre Isabel; en efecto, los pocos que lo hacen son más bien moderados, aunque Nilda Garré se lleva todos los premios a la tibieza. Dice, entre otras cosas, que “criticar a Isabel es defender al peronismo”: primer premio a la posición menos jugada de la película. Isabel es el peronismo, también, nos guste o no. Igualmente, su declaración se ajusta a la idea de ese neoperonismo K que cree que todo se inició en el 2003 y se despega de cualquier paso en falso, como por ejemplo la designación de Milani.
Curiosamente, los que trabajaron en el entorno de Isabel, como su cocinera que aclara que no tiene nada que ver con el peronismo, hablan muy bien de ella. Un médico que cuidó a Perón en sus últimos días, simpático, anti peronista, confiesa que lloró el día que Perón murió, e inclusive se pregunta por qué.
No sé qué tan lejos del peronismo se encuentra Troksberg, pero claramente no está cerca; sobre todo por la perspectiva que les da a varios de los acercamientos al movimiento, como la visita a San Vicente, que insiste con el tono socarrón que, imagino, debe hacer las delicias de los antiperonistas. Y aquí no puedo dejar de relacionar a la película con su participación en el Bafici o con el hecho de que sea Flow la plataforma que la exhiba.
Pasada esa primera media hora, podemos intuir que Isabelita no va a participar y que tal vez al final del viaje no hay nada. Pero antes de eso vemos que el trato para con ella es tal vez de lo más justo que tiene la película: no la juzga a priori e intenta defenderla ante acusaciones vacías. La única nota que contradice esa sensación es la inclusión de esas proyecciones inexplicables de Marcia Schvartz sobre la figura de Isabel, que van ganando minutos de manera enigmática y que, más que argumentos, son ideas afiebradas o interpretaciones que se acercan más a una especie de neurosis con el personaje, pero que al fin y al cabo no tienen ni pies ni cabeza. Una demonización sin anestesia y sin sentido.
De todos modos, la decisión más desacertada de la película, por su roce con el clisé de la representación del peronismo, es la inclusión de algunos planos de los muchachos tocando el bombo, Tula incluido; incluso hay una escena en la que se pelean entre ellos. Parecen pertenecer todos a la misma secuencia, pero Troksberg los divide y los desliza en varios pasajes, como para acentuar ese costado violento del movimiento, que fue real, que existió, que en general tenía que ver con hombres de los sindicatos, esos mismos que operaron para mandar a López Rega de viaje y que batallaron siempre en territorio enemigo. Esos planos parecen querer afirmar una idea, subrayar y satisfacer al público pequeño burgués al que está dirigida la película, que históricamente detesta al sindicalismo.
La película imposible de Troksberg termina siendo un viaje curioso hacia ningún lugar, una historia que encierra un misterio que no logra develar y que tal vez nunca conseguiremos saber, y que además tiene una carga que es al menos injusta: todos queremos la llave para abrir y entender ese pasado, esos momentos previos al infierno que nos permitan encontrar la paz.
Un documental sobre María Estela Martínez de Perón supone mucho más que una investigación profunda; de alguna manera supone una toma de posición, sea cual sea la idea o sensación sobre el personaje. Lo que le falta a Una casa sin cortinas es esa idea matriz, ese hilo conductor que lleve al director hacia lo que quiere contar más allá de los avatares del rodaje, sea esto un capricho, un punto incierto o un destino aleatorio.
Puntaje: 5/10
Una casa sin cortinas: El enigma Isabel Perón (Argentina, 2021). Dirección: Julián Troksberg. Guion: Julián Troksberg, Omar Ester. Fotografía: Luciano Zito. Montaje: Omar Ester. Duración: 91 minutos. Disponible en Flow.ngfngfn
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: