“Sembrar uno, dos Bazofis…” : A propósito de Un día, un gato (Až přijde kocour)
“Todo el pensamiento moderno está permeado por la idea de pensar lo imposible.”
Michel Foucault
El cierre de la última edición del Bazofi, “Manes not dead”, fue a pura polenta y emoción. Tras la celebrada proyección de El regreso del dragón (Way of the Dragon, 1972), con el genial Bruce Lee, nos preguntábamos qué más podía pedírsele a este ciclo que edición tras edición se esfuerza en respetar su consigna: “Lleva cantidad, lleva calidad”.
La película que cerró el festival se popularizó como Un día, un gato, aunque recibió muchas más traducciones. En la presentación, Fernando Martín Peña hizo una breve mención a cómo fue conservada por la distribuidora Artkino y posteriormente donada a Filmoteca junto con otros cuatrocientos títulos.
Un día, un gato pertenece cronológicamente a uno de los más famosos períodos del cine checo: la Nueva Ola, denominada así según el modelo francés. Fue rodada a principios de los años sesenta respetando más o menos fielmente ese afán de experimentación propio del espíritu de vanguardia de la época, en oposición al Realismo Socialista imperante desde Moscú. Cabe señalar que en 1963, año del estreno, el célebre Miloš Forman terminaba de filmar Pedro el Negro (Černý Petr) según el modelo del cinéma-vérité. La Nova Vlná agrupaba a cineastas que procuraban hacer un cine más personal y al margen de las estructuras burocráticas. Los principales tópicos eran los de la resistencia al sistema establecido, la preeminencia de la libertad individual, una buena cuota de esceptismo ideológico y el abuso de la ironía para narrar los eventos.
Frente al Pacto de Varsovia que puso fin a la Primavera de Praga de 1968, las políticas culturales dictadas por la URSS volverían a endurecerse, obstaculizando la apertura política que se estaba desarrollando en Checoslovaquia, por lo que buena parte de estos cineastas decidirán exiliarse o sufrirán la censura de la caja negra.
Un día, un gato es testigo de este período de transición. En el plano narrativo, la historia se desarrolla en una pequeña comunidad que funciona como un micro universo desde donde podrá plantearse una crítica social más general. Aunque parezca involuntario, el punto de vista escogido, así como la materia con que trabaja, resulta ante todo un manifiesto estético. La película se estructura sobre una fábula maravillosa (Märchen) en el sentido riguroso del término: introducción de lo sobrenatural en una comunidad pequeña, transgresión de una prohibición, resolución de los conflictos por la vía no-racionalista, y cierta pedagogía ética hacia el final. Huelga aclarar que tanta minuciosidad para dar cuenta del portento no hace más que delatar ineluctablemente la notable filiación con la tradición literaria de matriz eslavo-germánica maravillosa que subyace a la película.
Oliva (Jan Werich) es el campanero del pueblo, el cuenta cuentos de la escuela y también la voz narrativa que nos conduce por esta aventura. Al inicio de la película se nos aparece desde una ventana del reloj de la torre y nos introduce a la verdadera realidad del apacible pueblo: Janek (Karel Effa), un timador que se hace pasar por lisiado, y Marjánka (Vlasta Chramostová), trabajadora incansable que carga con él cuando el otro finge estar enfermo; la chismosa (Alena Kreuzmannová), que se ufana de enterarse de lo que ocurre detrás de cada ventana; el dueño del restaurante (Jaroslav Mares), que coimea a los representantes oficiales para que hagan la vista gorda a las infracciones…
Luego, cansado de esta narración, Oliva nos habla de viejos amores y de muchas vidas que le ha tocado vivir. En una de ellas conoció a la mujer más bella del mundo, de quien se enamoró perdidamente. La dama en cuestión era la poseedora de un gato que llevaba lentes de sol. El caso era que si alguien osaba quitarle al gatito sus anteojos, se develaría -como una especie de aggiornada teoría de los humores- la esencia de cada persona. Los infieles entonces cambiarían su color a amarillo, los hipócritas a violeta, los enamorados a rojo y así sucesivamente, a medida que el gato lanzara su mirada fatal (bien vendría a cuento el chiste de “Quietos o aprieto al gatillo”).
Esta fábula que cuenta el camarada Oliva a los niños de la escuela se hace realidad cuando un circo llega al pueblo con gran alboroto y se verifica la presencia de la bella Diana y su gato con gafas.
Comenzarán entonces los estragos provocados por este cambio de color en las personas –el gato deschava todas las trampas– con lo que se montan escenas psicodélicas hilarantes. Un día, un gato construye una sátira poética de todos colores con una técnica cinematográfica muy singular para la época.
La película tiene un alto componente ético –más que moral– en la medida que denuncia ese abismo entre lo público y lo privado entre las personas, aun en una comunidad tan pequeña y aparentemente igualitaria, pero la verdadera crítica está en la distribución de poder y el lugar del arte,
Es significativo el pasaje en donde Robert, el profesor, lleva al campanero a la clase de dibujo. La excusa que da al director es que los niños van a retratar “la realidad” –acorde al Realismo Socialista hegemónico- y por ello necesitan un modelo que imitar, pero en un instante Oliva embarcará a los alumnos en la fantasía de un cuento imposible.
Por ello, los héroes de esta historia son los niños y el campanero, depositarios y artífices de la utopía, que salvan al gato de las manos de los prosaicos burócratas –el director de la escuela y sus esbirros- obstinados en matarlo y llevarlo al museo, otra metáfora del arte y de la revolución. De alguna manera el poder de los débiles, de la organización, de los que sueñan y luchan, se transmite sin burdos sentimentalismos sino desde la más pura comicidad y la empatía que generan los personajes.
El camarada Oliva se presenta como un jardinero que busca que la flor de la fantasía infantil no se marchite al concluir la infancia y por eso confía en la importancia de sembrar la utopía. No habrá quien descalifique con algo de razón el costado naif de la propuesta. Sin embargo y a modo de conclusión, vale un fragmento de don Osvaldo Bayer en Nuestra responsabilidad frente a la utopía, amante:
“No voy a hablar ni de Thomas Moro, ni de Campanella, ni de Owen, Bacon o Proudhon. (A ellos hay que leerlos, gozar de ellos, imaginarse el mundo pensado por ellos). Es mejor y ya es tiempo de ponernos a caminar. Aplicar lo simple de la razón. Terminar con aquello pérfido de que «la política es el arte de lo posible», sino que el único futuro está en la lucha por lo que se cree imposible, que es nada menos que poner de relieve la bondad del ser humano, que existe. Ponerse a caminar y aprender lo bueno de los revolucionarios y corregir sus equivocaciones. Eso es la utopía. Si logramos dar diez pasos de aproximación a ella, ya justificaremos nuestro viaje por la vida”.
La historia que nunca ocurrió (Az prijde kocour, Checoslovaquia, 1963), de Vojtech Jasny, c/ Jan Werich , Emília Vásáryová, Vlastimil Brodsky, Jirí Sovák Jaroslav Mares Jana Werichová, Ladislav Fialka, Karel Vrtiska, Václav Babka, ‘91.
Aquí puede leerse un texto de Hernán Gómez sobre otra película del Bazofi Abril 2014.
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