
Ante el estreno de una película presentada localmente como Un amor imposible, el primer e inevitable reflejo es ir en búsqueda de su título original, con seguridad más ascético y singular. Pero, ¡vaya sorpresa!, nos encontramos con que el film lleva ese título ab origene, ahorrándole el trabajo sucio a los distribuidores, seguramente conmovidos ante el maridaje de dos de los vocablos más usados en el cine para asegurar un piso de taquilla (fastidiosa estrategia, aunque ¿quién puede culparlos, con lo duro que está todo?). Incluso más, ese es también el título del libro de la escritora francesa Christine Angot en el que se basa la película. Ahora bien, si al nombre de Angot, famosa por sus revulsivas novelas autoficcionales en las que el incesto y las relaciones tóxicas son tema recurrente, le sumamos el de Catherine Corsini, una directora caracterizada por la exploración del deseo y la sexualidad en contextos tormentosos y represivos, no cabe duda de que aquel título apastelado forma parte de una emboscada. Un indicio de ello puede advertirse en el propio afiche del film, donde se insinúa en primer plano una historia de amor almibarada, pero que, si observamos con mayor detenimiento, encontraremos el punto rojo en el que la película se abisma: mientras una mujer sonríe ante el encuentro con un hombre, una niña se resguarda tras su falda. El amor imposible triangula entre esos personajes en todas las direcciones.

Fines de los 50 en la pequeña localidad francesa de Chateauroux. En una pista de baile flamean vestidos con estampados vistosos. La banda toca Diana, aquel calypso que lanzó a Paul Anka a la fama mundial. Del escenario llegan las primeras líneas de la canción: “Soy tan joven y tu tan mayor. Esto es, mi amor, lo que me han dicho”. Rachel Steiner (Virgine Efira) mira impaciente a su alrededor. Quién es y a quién espera, nos lo cuenta en off su hija, ya adulta, quien vuelve al pasado de su madre, esta secretaria soltera de 26 años, proveniente de una modesta familia judía local, para narrar el inicio de la relación con su padre, Philippe (Niels Schneider), un joven apuesto y seductor, cuyo transitorio trabajo como traductor en la base militar de Estados Unidos no dice demasiado sobre su pertenencia a una familia acomodada parisina y su educación de elite. ¿Por qué esta mujer desea compartir con nosotros la historia de amor de sus padres? De eso trata el film y habrá que esperar para saberlo. Por lo pronto, vemos que Rachel, ansiando ser deseada, con el vacío de un padre que la abandonó cuando era pequeña y víctima de los estigmas sociales de solterona, se deja seducir con facilidad ante este hombre apasionado, de modales elegantes, que le habla de Nietzsche y domina múltiples idiomas.
Viven días de intenso romance. Pasan las horas tendidos en la cama o paseando. Philippe, sabiéndose dominante de la relación y echando mano a su retórica apasionada, logra que Rachel acepte continuar con la relación a pesar de que él le advierte su rechazo al matrimonio y su deseo de volver a París, cosa que finalmente ocurre. La partida de Philippe coincide con el embarazo de Rachel, fruto del cual nacerá Chantal. A pesar de que Philippe no la reconoce como su hija y Rachel debe criarla en soledad, la relación entre ambos no se interrumpe. La ambigüedad perversa de Philippe y la obnubilación de Rachel establecen una dinámica de encuentros esporádicos atada a los caprichos del primero, consiguiendo incluso que ella acepte ser destratada por su escasa formación intelectual y la posición económica de su familia. Philippe, incluso, llega a casarse y tener hijos con la hija de una acaudalada familia alemana. Aún así, Rachel sigue aguardando su regreso, mientras mantiene presente, ante los ojos de Chantal, su figura como padre.

Chantal nos cuenta que Rachel obtuvo posteriormente un mejor empleo. Nuevamente como secretaria, pero esta vez asistiendo al director de un hospital psiquiátrico. Secretaria es quien debe guardar secretos y Rachel se ufana del expertise acumulado en ello. “¿Sabes lo que dicen en el trabajo?: La señorita Steiner es una puerta cerrada”, le dijo alguna vez a Philippe. Ese hábito por el silencio incidirá fuertemente en su vida, y dramáticamente en la de Chantal.
Cuando Chantal es adolescente, en Philippe se despierta un repentino entusiasmo por ella. Súbitamente, padre e hija conectan por inquietudes intelectuales compartidas y pronto pasan a compartir fines de semana en su casa en Estrasburgo. Philippe, incluso, termina por aceptar que Chantal lleve su apellido. Pero de un manipulador que maltrató a su madre de tal modo, no puede esperarse algo distinto. ¿Cuál será la reacción de Chantal frente a las aberraciones de su padre? ¿Cómo procederá Rachel en esta ocasión? El futuro de la relación entre ambas se definirá en función de las respuestas a esos interrogantes.
De la osadía de abordar una historia tan compleja y urgente, a partir de una puesta en escena clásica y una estructura melodramática, surge un planteamiento lúcido. La pieza que bailan Rachel y Philippe al comienzo es aquel famoso bolero que reza “Es la historia de un amor, como no hay otro igual”. No hay nada más universal que la idea del amor sin igual, y de ello se sirve Corsini para introducir en la historia, de polizón, el lado oculto del asunto. Lo que resulta, a la vez, un cuestionamiento político: bajo la romántica figura del amor no correspondido y de las relaciones basadas en la postergación y el sacrificio, se esconde un andamiaje histórico sostenido en la crueldad, el abuso y el sometimiento hacia la mujer. Es, justamente, sobre lo singular de ese amor, por momentos apasionado, en otros desangelado, pero casi siempre escabroso, de lo que trata la película.“Lo nuestro es especial”, le dice Philippe a Rachel. De ese tipo de frases, invocando a relaciones que se sostienen por fuera del marco social y moral regulador, están plagados los testimonios de tenebrosos casos de abuso.

La infinidad de pliegues de estos personajes tan densamente construidos se logran gracias a excelentes interpretaciones. La belga Virginie Efira se luce como Rachel, logrando expresar la profundidad de sus dudas y emociones sin subvertir las coordenadas de ese personaje tan reservado. “Raquel deriva de oveja y gentileza. Steiner, de picapedrero. Una mezcla de suavidad y firmeza”, le dice Philippe al conocerla. Es exactamente esa mezcla la que transmite Efira.
La estructura de crónica, con la voz de Chantal hilvanando las distintas etapas de la vida de la familia, plantea un contrapunto interesante, a la vez que la cámara se mantiene junto a Rachel, la narración de Chantal introduce sus opiniones y cuestionamientos. Pero, sobre todo, ese desarrollo sostiene el objetivo de la película: su necesidad de entender el rol histórico de lo perverso, la lógica oculta tras el silencio. ¿Por qué lo amaste, mamá?, pregunta Chantal, y no aceptará ninguna frase hecha como respuesta.
Calificación: 7/10
Un amor imposible (Un amour impossible, Francia/Bélgica, 2018). Dirección: Catherine Corsini. Guion: Catherine Corsini, Christine Angot y Laurette Polmanss, basado en la novela de Angot. Fotografía. Jeanne Lapoirie. Música: Grégoire Hetzel. Edición: Frédéric Baillehaiche. Elenco: Virginie Efira, Niels Schneider, Jehnny Beth, Iliana Zabeth, Coralie Russier, Régis Romele, Didier Sandre, Estelle Lescure, Camille Berthomier, Catherine Morlot y Pierre Salvadori.Duración: 135 minutos.
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