Tom Sizemore fue lo que podríamos denominar un digno actor de reparto, perteneciente a una estirpe de presencias cinematográficas poderosas, que generan una presión, un control absoluto sobre los protagonistas y sobre el mismo relato. Estas cualidades se suman a que sus interpretaciones más logradas proyectan tensión y seguridad: chorros, policías, soldados y, por sobre todo, hombres de acción antes que de palabras. Podríamos decir que es una estirpe que arranca con Paul Muni, James Cagney y sigue con Joe Pesci, entre muchos otros que pudieron consolidar protagónicos importantes. Sizemore no pudo quizás porque tuvo una vida turbulenta, o simplemente porque no se dio.
Así, rápidamente, lo recuerdo en Escape salvaje, Asesinos por naturaleza, Rescatando al soldado Ryan y, por supuesto, en Fuego contra Fuego, la película de Michael Mann que promete nunca envejecer, un tratado sobre la soledad, sobre la abulia de la vida adulta. Una elegía a las personas rotas. De una manera u otra, todos en Fuego contra fuego están desgarrados, confirmando la presunción de verse tal cual uno es, no importa de qué lado estés. Junto a Al Pacino, Robert De Niro y Val Kilmer, Sizemore dio vida a un policial transformador, en tonalidad azul; una película de acción, aunque también sobre las diferentes formas del desamor. Una línea principal, vital, y muchas ramificaciones con personajes laterales que funcionan como ejemplo de la construcción del relato cinematográfico, del artificio perfecto. Escenas de acción de una dureza renovada para el Hollywood de 1995. Una postproducción de sonido que era todo un descubrimiento. Recuerdo el sonido cruzado del tiroteo principal en la sala del cine Rivera Indarte del barrio Flores. Todos sabíamos que no habíamos escuchado nada así hasta ese momento. Una epifanía pura.
Sizemore ocupó su lugar en esa parábola del experto, el técnico, el bueno y el malo. Lo clásico y lo moderno, todo está en juego cada vez que uno se cruza con la película. Diálogos acotados, intensos en algunos casos, urgentes despliegues visuales en los que se puede percibir el agobio de una ciudad que es el mismísimo infierno, caliente y desesperanzador.
Un clásico indescifrable con una estructura perfectamente balanceada para su funcionamiento óptimo en todos sus niveles.
Tom Sizemore consigue el sitial de la vida eterna allí, representando a una liga en la que todos juegan de verdad, son lo que son y lo que parecen ser también.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: