Hay películas que hacen de la sutileza y la economía narrativa su mayor virtud. Este es el caso de The Assistant (2019), primera película de ficción de la directora australiana Kitty Green. Optar por  la austeridad y el minimalismo de los detalles es aquí un gran acierto, especialmente cuando se alude a un caso de gran resonancia y estridencia mediática como fue el escándalo en torno a Harvey Weinstein, quien fue el más importante productor cinematográfico estadounidense durante los años noventa y dos mil.

La película relata un día en la vida laboral de Jane (Julia Garner), una novata asistente del magnate de la producción cinematográfica. Es un drama que puede leerse como un coming of age, por cuanto se trata del despertar a la realidad, de la toma de conciencia de la protagonista del entorno abusivo y violento en el cual trabaja. 

El film está construido sobre dos grandes pilares. Uno es el punto de vista adoptado, que es el de la protagonista. De este modo como espectadores, vemos y sabemos lo que Jane ve y construye a partir de lo que ve y oye durante su jornada laboral. El otro acierto es el uso del fuera de campo, complementario al punto de vista elegido. El magnate de la producción y jefe de Jane no aparece claramente como imagen durante la película. Se habla de él, se ve su oficina, se pasea fugazmente, o bien se reduce a una voz en el teléfono. De esta manera, adquiere un tono espectral, que lo hace más poderoso y terrorífico. Es como una suerte de Dios que no está presente, que no se ve; pero que todo lo ve y todo lo sabe del movimiento de su empleada.

En el comienzo, una mañana de invierno y todavía de noche, un auto lujoso recoge a Jane en la puerta de su casa en los suburbios de Nueva York para trasladarla a la oficina. Ella es la primera en llegar y en poner en funcionamiento el lugar: enciende las luces, saca fotocopias para sus compañeros, ordena y limpia los restos que han quedado en la oficina de su jefe de la noche anterior.

Jane comparte la oficina de asistentes del productor jefe con otros dos compañeros varones. Y, poco a poco, vamos notando desigualdades determinadas por el género en las tareas que cada uno realiza. Mientras los hombres realizan tareas eminentemente administrativas, sentados al frente de la computadora, Jane es una suerte de recepcionista y sirvienta. Atiende el teléfono, recibe la correspondencia, a los proveedores y a las visitas con quienes se reúne su jefe (proveyéndoles servicio de café o el cuidado de sus hijos pequeños), distribuye en los escritorios las copias de la agenda del día y los almuerzos de sus compañeros de trabajo, limpia la sala luego de cada reunión y tiene que lidiar con los llamados de la enfurecida esposa.

La película se va construyendo a partir de los restos de lo visto y lo oído por Jane: un aro caído en la alfombra de la oficina del jefe, la recepción de un envío con cajas de medicación para la disfunción eréctil, la preparación de cheques para su firma con las cantidades de dinero pero sin el nombre del beneficiario, las fotos de diversas mujeres que debe imprimir para dejar sobre su escritorio, las distintas jóvenes y bellas mujeres que entran a su oficina con la ilusión de obtener algún papel en alguna de sus películas (incluso fuera de horario laboral o fuera de la oficina en lujosos hoteles) y el festejo que la cofradía de machos realiza respecto de sus ausencias y sus alardes de virilidad.

Que ningún acoso o abuso sexual sea visto directamente, y que en cambio esté sugerido a partir de la mirada de la protagonista, permite al espectador ir deduciendo la situación junto a ella, casi como un detective, y  también deslizar la duda respecto de si la construcción es verosímil o si es producto de su fantasía. Esto permite sostener la tensión narrativa de la película, cuyo clímax llegará en el tramo final cuando Jane se decida hablar con el jefe de recursos humanos y se precipite la claridad.

La paleta de colores apagados en la gama del gris da cuenta del clima opresivo y tenso que se vive en la oficina, así como de la conformidad y la naturalidad con que se acepta un estado de cosas que es repulsivo, sin que nadie se anime a hablar o tomar partido respecto de lo que sucede. En este contexto, resalta el rosado de la polera de Jane que da cuenta del estereotipo de género que asocia a la mujer con lo tierno y frágil (en contraposición al azul de sus compañeros varones). Y, al mismo tiempo, sugiere la inocencia de su juventud: graduada recientemente de la universidad, vive este primer empleo importante como la gran oportunidad de su vida para abrirse paso en la carrera de producción. Este aspecto es el que la emparienta con las jóvenes actrices que llegan a la oficina del magnate de producción, especialmente en la escena del auto con la nueva asistente y aspirante actriz, donde las une la puesta en escena por el color verde esperanza de sus camperas.

Y si bien Jane no queda expuesta directamente, sin embargo experimenta en carne propia la psicopatía de su jefe, que desaprueba su trabajo de manera agresiva, que la hace sentir culpable por no poder resolver asuntos personales que él mismo genera, que la intimida con la posibilidad de perder su trabajo y que la somete a la humillación de tener que pedirle disculpas y agradecerle por la oportunidad de poder trabajar en su empresa.

La posición de magnate de la industria da cuenta del enorme poder de dominio de este repugnante patrón por sobre las mujeres que trabajan en su empresa o que acuden a él en busca de oportunidades. Se constituye así como una suerte de amo absoluto e intocable, que como hacía el emperador romano puede llevarlas a la salvación de la fama o condenarlas al fracaso, dependiendo de que se comporten o no como bienes de uso. El detalle de la medicación para la impotencia no es menor, porque da cuenta de una virilidad menoscabada y mancillada, que explica los abusos sexuales como manera de restaurar su narcisismo viril.

Al emplear la alusión a Weinstein, más que la indicación directa, la directora trasciende la anécdota específica y la denuncia panfletaria para apuntar a una problemática más vasta, que ocurre de manera frecuente en distintos contextos laborales y que generalmente es naturalizada y silenciada.

En última instancia, The Assistant encuentra toda su potencia en la aguda mirada femenina de Green que elige no dar a ver esa obviedad que está a la vista de todos. Porque la mostración significaría caer en una mirada masculina que hace del escándalo un asunto pornográfico y oportunista, sin miramiento por la re-victimización de las mujeres abusadas. Lo que se da a ver, sin mostrar, no significa sin embargo invisibilizar. Por el contrario, es el punto de vista mismo el que hace evidente aquello que no se ve y que no se dice, a partir de su ausencia misma. De este manera, la directora pone el foco no tanto en el fenómeno anecdótico, sino en cómo la estructura de estatus de género pre-moderna se filtra en el orden de derecho contractual que regula las relaciones humanas en un contexto laboral. De acuerdo a esta lógica, un varón se define como aquel que se apropia o toma mientras que la mujer es aquella que da o concede. Entonces, es esta estructura patriarcal y sus efectos sobre el varón al imponer un modelo de masculinidad absoluta, que no tolera disposición pasiva o incompletud alguna, aquello que la película invita a repensar.

Calificación: 8/10

The Assistant (Estados Unidos, 2019). Guion y dirección: Kitty Green. Fotografía: Michael Latham. Montaje: Blair McClendon, Kitty Green. Elenco: Julia Garner, Matthew Macfadyen, Mackenzie Leigh, Kristine Froseth, Jon Orsini, Noah Robbins. Duración: 87 minutos.

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