selma-movie-posterDice Enrique Vila-Matas que calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Luego, todo artista, todo narrador, es un embaucador. El arte no es más que una mentira. Eso sí, debe ser una mentira que nos cautive. ¿Y por qué será que Selma no cautiva? Pienso que es un problema de género. Selma merecía ser un documental, donde las leyes son otras, donde la rigurosidad histórica acaso es una ventaja. Como ficción, le exigimos algo que no puede darnos.

La historia de Martin Luther King es fascinante y movilizadora, pero no hay que confundirse y pensar que eso es mérito de la película. En todo caso, el mérito de la película es hacer foco sobre un personaje de la historia en el que vale la pena hacer foco. O ni siquiera en un personaje, alcanza un suceso histórico realmente interesante, como en este caso. De ahí en adelante, hay muchas maneras posibles de relatar una historia. Pienso que la manera utilizada en el caso de Selma no es la mejor, a pesar de las  opiniones favorables que ha cosechado por parte de la crítica estadounidense. No obstante, resulta sintomático que esos elogios no se replicaran en la crítica local, lo que nos lleva a la otra cuestión por la que pienso que Selma falla: no sabe volverse universal y, aunque narra un episodio en particular de la historia estadounidense -en rigor, ni siquiera es una biopic sobre Martin Luther King- pienso que tenía el potencial para volverse universal, toda vez que el racismo y la fuerza de las minorías siguen siendo temas vigentes, presentes y universales.

Básicamente, es una película complaciente que narra con mucha corrección política (y destreza técnica) una historia que no lo es. Al insistir tanto en la bondad de los buenos y en la maldad de los malos, se corre el riesgo de caricaturizar a los personajes. Hay, detrás de la visión de la directora, detrás de la puesta en escena de toda la película, algo deshonesto: una visión paternalista sobre la propia historia del país, como si el racismo fuese algo superado. Revisamos el pasado para destacar aspectos bárbaros, con la soberbia de quien supone que ese error quedó atrás. «Ahora tenemos un presidente negro, es obvio que ya no somos racistas».

Selma es una película que quiere contar de una manera amable una historia que no lo es y en esa operatoria falla irremediablemente, dándonos una versión simplificada y edulcorada apta para todo público. Si tiene algún mérito, será el mérito de hacernos pensar, como espectadores, en la importancia de la desobediencia civil. Enhorabuena. La gran película que Selma no fue seguramente debía hacer hincapié en qué pasa con las minorías cuando tienen razón. Qué pasa con las minorías explotadas y reprimidas.

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Primo Levi decía que el error más grave de pensar que el nazismo es un capítulo concluido de la historia es que el nazismo puede volver a ocurrir. La vida de Martin Luther King merece contarse con la aspereza característica de la historia. Tal vez es solo un problema de género. La vida cotidiana no es como una película. El lenguaje cinematográfico, a veces, parece burlarse de la vida. Quizás deberíamos insistir menos en las biopics y más en los documentales. ¿Por qué le tenemos tanto miedo al cine documental?

Esa es la gran pregunta en la que deberíamos pensar seriamente.

Selma (Gran Bretaña/EUA, 2014), de Ava DuVernay, c/David Oyelowo, Carmen Ejogo, Tim Roth, Tom Wilkinson, Giovani Ribisi, 128′.

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