unnamed_3No puedo dejar de pensar en cuál hubiera sido mi impresión sobre Placer y martirio si no hubiera visto y acompañado las películas anteriores de José Campusano. Supongo que no muy buena, quizás la hubiera sentido ridícula. Por suerte no lo sabré. La única forma que tengo de hablar de esta película es pensándola como un acto de coraje excepcional del director más valiente que haya visto en mi vida.

Al ver Vikingo, uno queda impactado por la potencia de la película, pero también por esos personajes tan particulares. Puede quedar la impresión de que la potencia está en esos motociclistas de apariencia legendaria y en sus historias de caballeros. Vil romance, Fango, El perro Molina, prueban que no es el vestuario lo que le da la fuerza a ese cine. El nombre de Campusano se expandió, se creó una mitología alrededor de su cine y de su figura. Estaba claro que no eran los motociclistas, era ese hacerse carne en mundos marginales. El tipo conoce esos mundos y filma desde ahí. Aunque no haya personajes de figura mitológica, sigue habiendo un ambiente que reconocemos como oculto o lejano. El barro del conurbano profundo se mitifica.

Ya cualquier persona que frecuente el cine argentino conoce a Campusano, cualquiera se forma una idea si se le dice que un ambiente es “como el de una película de Campusano”. Sin embargo el tipo redobló la apuesta. Hizo una de Campusano sin el barro, sin la marginalidad (al menos no la misma), despojándose de su terreno mítico y, de esa forma, de la aprobación segura de su ya firme y numeroso grupo de seguidores.

¿Es posible un Campusano sin conurbano profundo? ¿No era entonces esa marginalidad hecha carne su esencia? Placer y martirio es posiblemente la peor película del director, pero sus problemas no están en el cambio de ambiente sino en el relato. Por momentos la historia no avanza, la introducción se estira demasiado, algunas acciones no cuentan algo nuevo ni elaboran el conflicto. Por otro lado, los personajes secundarios que en sus películas anteriores tenían su propio mundo y movilizaban escenas de gran poderío, no tienen esa fuerza. Sus escenas quedan fuera de contexto y pierden interés. Se vuelven anecdóticas.

Es cierto también que la puesta en escena resulta más artificial que en sus películas anteriores. Más que nunca se nota que la forma de hablar alambicada es la del director más que la de los personajes (se pueden constatar en las numerosas entrevistas que circulan en internet), así como el uso de algunas palabras inesperadas, no habituales en el lenguaje cotidiano. A pesar de todo esto hay algo que Campusano logra decir con la potencia habitual. En sus películas anteriores siempre se jugaba el cuerpo de los personajes. Veíamos como esos personajes marginales entregaban el cuerpo a sus miserias y, como espectadores, creímos que esa era una consecuencia de una vida fuera de las comodidades del sistema. Podíamos identificarnos con las motivaciones, con el sufrimiento y con los deseos, podíamos acercanos así a los personajes, pero la lógica del excluido aparecía siempre como condición para esa entrega de la carne.

Trailer-Placer-martirio-Campusano_CLAVID20150701_0044_34Esta idea queda destrozada por Placer y martirio, estos ricos también entregan el cuerpo en sacrificio por sus miserias. En este sentido las escenas en las que Delfina (Natacha Méndez) va a una clínica donde le inyectan su propia sangre (¿el botox se inyecta así?) en la cara es arquetípica. Es un Campusano puro, poniendo otra vez en ridículo nuestros prejuicios. Delfina ofrece su cuerpo a las intervenciones médicas, a Kamil (Rodolfo Ávalos), a la imagen de Kamil en Skype, a las pastillas, al alcohol. La hija de Delfina coge por primera vez, su empleada (gran personaje de Myrian Agüero) también se entusiasma con las pastillas, las amigas de Delfina tienen experiencias sexuales que dejan marcas en el cuerpo al día siguiente. A través del martirio del alma, pero siempre con el cuerpo en juego, la oscuridad psicópata de Kamil arrastra a Delfina a su lado oscuro. La imposibilidad de salir de esa humillación hace que el lado oscuro de ella tome el control. En el final ella sale de la depresión y la angustia, pero al costo de perder cualquier esperanza de placer, cualquier relación luminosa con los demás. Solo el goce queda. El último estertor de ese lado es la cena con sushi y vino acompañada de su amiga Jimena y la empleada. Pareciera entonces que la esencia Campusano es la carne, todo carne y tierra, el cuerpo como pantalla donde la vida se imprime. Campusano es el antidigitalismo, en él nada es liviano, nada flota, cada imagen tiene el peso del cuerpo como pura materia, casi sin significado, al borde del extrañamiento, pero sin pasar nunca ese borde. Campusano pone como nadie el alma en el cuerpo. Fisiología dijimos alguna vez.

Extrañamente una parte del cuerpo mentada durante toda la película se queda sin su aparición física. En la escena de la reunión de señoras con la profesora de sexo la pija es la protagonista, reina absoluta de la situación. No hay genitales femeninos en juego, solo el masculino que el striper precalienta profesionalmente antes de salir a escena. Un plano rápido de las manos de Delfina cuando le cuenta a su amiga sobre el sexo con Kamil también lo alude. Incluso en la sesión de fotos entre Kamil y Delfina, él le dice a la fotógrafa que le interesa que se vean los genitales. Campusano tiene un extraño sentido del pudor aunque no lo parezca, de todos modos supongo que esa ausencia tiene más que ver con lograr una calificación del INCAA (la película es prohibida para menores de 16) que con ese pudor.

Aquí pueden leer un texto de Gustavo Gros sobre la película.

Placer y martirio (Argentina, 2015), de José Celestino Campusano, c/Natacha Méndez, Rodolfo Ávalos, Paula Napolitano, Aldana Carretino, Myriam Agüero, 100′.

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