En películas como Tres, todo orden jerárquico parece estar cayendo o al menos desvaneciéndose, si no pertenecer al pasado, sea como realidad en la ficción o expresión de deseos. No hay fronteras sexuales establecidas con claridad dogmática, no aparece la rigidez de las instituciones imponiéndose a los personajes, quienes finalmente conciben la pareja como vínculo de a tres y también conciben un hijo sin necesidad de averiguar, al menos en el marco de la ficción, cuál de los dos hombres del trío es el padre, puesto que acaban todos juntos en la misma cama, en una suma que funciona como summa final y puesta en abismo que vuelve todo lo visto alegremente experimental. La presentación simultánea de imágenes con pantalla dividida en más de dos campos, la superposición sonora, la puesta en escena de un número de danza bailado en un escenario blanco, vacío y sin contexto, la reducción de unas figuras humanas y su espacio físico a dimensiones microscópicas observados por un ojo ubicuo y científico, entre otras estrategias, son parte de un mosaico representativo que elude la hegemonía del discurso narrativo único y lineal por otra un poco más abierta, inestable e inclusiva, si se quiere usar un término coincidente con la retórica política de estados e individuos progresistas que enmarca tanto esta película como la otra de Tom Tykwer actualmente en cartelera.


Como en Cloud Atlas, esta ficción refiere discursos de diversa y variada procedencia, que van de Milagro en Milán a David Bowie, de un soneto de Shakespeare a la filosofía de la ciencia, del porno a Erich Fromm, de Los pájaros de Hitchcock a la arquitectura ecológica, de Jeff Koons a la densa tradición angélica alemana devenida encuentro kitsch de un hombre -al que tienen que extirparle un testículo- con su madre que acaba de morir. Los miembros de una pareja de hábitos heterosexuales más o menos estables se acuestan, cada uno por su lado y sin saberlo, con el mismo hombre, permitiendo constituir hacia el final de la película una unidad de convivencia no tradicional y potencialmente simbólica que suple todos sus deseos y carencias. Por momentos esta pareja de tres tiene algo de la ligereza, picardía y ausencia de culpa de aquellas que filmara Lubitsch en Alemania, antes de incorporar una dimensión moral más ostensible merced a la mudanza a los EE.UU. , el paso del mudo al sonoro, y el transcurso de los años. Pero esta pareja de tres también hace pensar en la asociación artística  de Tykwer con los Wachowski, cuyo vínculo ha hecho posible un mainstreamtrans que encastra tradiciones culturales y cinematográficas diversas y ha sido ninguneado por los Oscars.



Descentralizar el relato, evitar la trascendencia mítica, encarnar en los protagonistas a la ciencia y el arte, potencial antagonismo resuelto en concilio sin implicaciones religiosas, constituyen no sé si un programa, pero si una particular disposición de los elementos que, hasta cierto punto, esteriliza la pasión en tanto energía sublimada que en otras ficciones pesa con angustia sobre los hombros de personajes y espectadores. Como acá no hay represión sexual, sea por razones religiosas, psicológicas o económicas, accedemos a una gran escena de iniciación y a otras en las que lo único que se juega es la dimensión física del placer, desprovista de toda otra connotación. Las funciones corporales ganan entidad en detrimento de las simbólicas y coger en un vestuario es equivalente a nadar o andar en bicicleta. El arte no se entiende como arrebato sucedáneo del religioso sino como artesanía no ajena al funcionamiento mercantil y como discurso que no busca distinguirse del resto sino sumarse a la circulación indiscriminada de intangibles. Si la selección de un punto de vista dominante propia de cierto clasicismo facilitaba la relación afectiva con un personaje y convertía una vida en un destino (a veces como fatalidad, a veces como elección), aquí la puesta en escena prioriza la materialidad de las artes performáticas tradicionalmente periféricas a la narración como dominante cinematográfica. La celebración de una dinámica afectiva no convencional recupera la libertad sexual de varios cineastas europeos de la segunda mitad de los 60 y primera de los 70, pero declinando aquel radicalismo en aras de una fraternidad nada tensa. Mientras la miraba me dije ‘¿qué hubiera dicho Fassbinder de ella?’ casi como un cristiano se pregunta ‘¿qué diría Jesús en tal o cual situación?’ y ese reclamo insatisfecho de creencia me parece prueba suficiente de la desinhibida racionalidad de una película que parece estar más allá del desencanto.

Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: