Es el  mediodía en una gran urbe. Entre autos y gente que van y vienen, se encuentra parado un viejo payaso, semejante a un duende. Se presenta ante todos y ante nadie como “El prólogo” y, sin esperar atención alguna, pregona estar aquí “para hacer recordar que todo artista es un ser humano. Y todo ser humano, es un tonto. Y puede ser que esa idiotez sea nuestra salvación”, porque “la vida no es una ópera, como diría Machado de Asís. Pero sí un circo. Y somos todos, todos, payasos. Presidentes, políticos, policías. Por detrás de una apariencia seria, intentan disfrazar sus ridículas miserias”. Luego de esta advertencia sobre la humanidad del payaso y lo payasezco de la humanidad, nuestro simpático anfitrión, ya sobre un escenario teatral, anuncia que un montón de torpes están por ingresar. Torpes que buscarán la gloria, “sin darse cuenta que payasos es lo que son”. Nuestro personaje toma su trompeta, retrocede unos pasos y se une a la banda de payasos que acaba de comenzar a tocar una de esas melodías circenses alegre y triste como cualquier otra.

El final de este prólogo encantador, que nos dispone a escuchar una historia de circo, da comienzo al primer acto de Paglacci, una de las óperas más populares del mundo. La particularidad, en este caso, es que la interpretación corre por cuenta de verdaderos pagliacci, los que conforman La Mínima, una compañía circense que goza de gran prestigio en Brasil. Y es el comienzo también de Pagliacci, el documental con el que un quinteto de nóveles realizadores brasileños abordan a esa compañía de circo, conducida por el famoso palhaço Fernando Sampaio, cuando están en pleno proceso de construcción de la obra. Todos están doblemente movilizados, ya que es la primera vez que la compañía emprende un proyecto sin la presencia de Domingos Montagner (Duma), socio amigo y cofundador de La Mínima junto con Fer, fallecido en 2016. El documental registra el duro trabajo de ensayos, donde se percibe la seriedad y gran oficio que caracteriza al grupo, el desafío que representa para los nuevos integrantes incorprarse a la mítica banda de “Fer y Duma” y la alternancia del grupo entre los ensayos para la ópera y las presentaciones con el Circo Zanni, donde los realizadores nos colocan tras bambalinas para dar cuenta del trajín de la vida circense, compuesta por trailers, descampados y muchos, muchos bultos que hay que llevar, traer, abrir y volver a cerrar. Una de las ideas fundamentales que sobrevuelan el film tiene que ver con esto. Que por más dura y extravangante que sea la vida de circo, es la vida que los artistas siguen eligiendo a diario. Así que a reír, porque no hay nadie a quien compadecer.

La columna vertebral del documental resposa sobre el pequeño y atlético Fernando, un payaso tan payaso que hasta pareciera que a fuerza de oficio, sus ojos se achicaron, la nariz se le ensanchó, las orejas se separaron y la frente se le alargó hasta que los rasgos de payaso torpe y tristón se le clavaron en el rostro. Puro histrionismo en el picadero, fuera de él su personalidad se retrae a un sujeto serio, taciturno, de hablar pausado y bajo. No hay chances de no adjudicarle responsabilidad en esto a la ausencia de Duma, su coequiper de toda la vida. La presencia de Fernando es la ausencia de Duma. El propio documental se encarga de narrar lo que representa para un “Augusto” quedarse sin su “Carablanca” de toda la vida. Cada acrobacia, cada movimiento, exigía una sincronía y un contrapeso absolutos. Basta apreciar, en las imágenes de archivo, el balance y la gracia con la que se desplazaban en el escenario para imaginar lo que es para el petiso no tener a su alto, al flaco su fortachón, al feo su apuesto.

Pero el resto de los testimonios, casi todos payasos o artistas cercanos a la compañía, hablarán de ese efecto que produce la carpa en todo artista, de cómo la adrenalina de la arena del circo eyecta al payaso que se lleva dentro y lo lanza a esa celebración de la vida, la risa y el vértigo que es el circo, hasta transformarlo en otro. Lo malo, en este caso, es que la película pareciera no confiar en su capacidad de expresar cinematográficamente la filosofía del arte circence y las motivaciones de los payasos. Esta información nos será confiada (en los mejores momentos) y dictada (en los peores) a partir de entrevistas que subrayan y explicitan la función de los payasos en el mundo, hasta no dejar margen al espectador. No hay forma más efectiva para dilapidar el deslumbramiento que producen los payasos, que un payaso explicando cómo logró ese deslumbramiento y qué buscó con ello.

Pagliacci, sin embargo, se recupera constantemente, a partir de pasajes muy interesantes, como el emotivo encuentro entre Fernando y su anciano maestro, con quien recuerda los comienzos de su dupla con Dumas. O cuando acompañamos a Fernando a reparar su tuba, o cuando conocemos el presente complicado que viven los circos, que han tenido que reducir su tamaño y ajustar sus gastos al máximo. Además, el registro de las funciones de circo logra, aún desde este punto de vista de detrás de escena, hacer justicia plástica con la magia de ese momento, con planos inundados de una luz cálida y montados con fluidez.

Finalmente, los ensayos dejan paso al estreno de la ópera y Pagliacci sale al escenario. Un montón de torpes están sobre las tablas, buscando la gloria en este mundo que es un circo y en el que todos, todos, somos payasos.

Calificación: 7/10

Pagliacci (Brasil, 2018). Dirección: Chico Gomes, Julio Hey, Luiza Villaça, Pedro Moscalcoff, Luiz Villaça. Guion: Guilherme Quintella,
Luiz Villaça. Fotografía: Pedro Moscalcoff. Montaje: Gabriel Lancman. Elenco: Alexandre Roit, Alice Viveiros de Castro, Carla Candiotto, Cesar Guimarães, Chico Pelúcio, Claudio Carneiro, Erica Stoppel, Fernando Cavarozzi, Fernando Paz, Fernando Sampaio, Filipe Bregantim, Keila Bueno, Luciana Lima, Marcelo Lujan, Roger Avanzi (Picolino), T´ófanes da Silveira, Verônica Tamaoki. Duración: 73 minutos.

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