La última película de Aldo Paparella es rara, una extraña especie de Constantine (2005, Francis Lawrence) criollo, condimentado con imágenes que dan cuenta del sincretismo religioso de casi todo el país, desde San La Muertehasta un extraño personaje azul sin rostro y con nombre quichua. Hay, además, un narrador, un paisano viejo, muy viejo, que nos irá poniendo al tanto del desarrollo de la historia a la que presenta como una “triste, muy triste historia de amor”.

Aunque decir que es solamente eso no sería justo. Es varias películas en una y a la vez no es ninguna. Inicialmente nos coloca en un entorno sórdido y prostibulario en donde ubica a la protagonista, Ámbar (Antonella Costa), y es en esa secuencia en donde aparecen los primeros ruidos: todas las “chicas” son lindas, muy lindas (parecen modelos de una campaña de perfume francés), y están muy cómodas. La sordidez desaparece lentamente y queda un cierto desconcierto en el espectador. Que no será el único desconcierto al que nos someterá la trama.

En esos minutos iniciales, dedicados a la presentación de los personajes, también conoceremos al “viejo” (Carlos Kaspar, que no es tan viejo como para que se haga hincapié en ese rasgo) y a su enigmático chofer (Mario Alarcón). Inmediatamente nos pondremos al tanto de la obsesión del viejo por Ámbar quien, para acudir a su llamado y en una escena muy freak en el prostíbulo, se desembaraza rápidamente de dos ursos que hablan en ruso (creo) y que la dejan ir -después de haberle pagado y casi a punto de concretar- sin siquiera decir ¡epa! (o como sea que se dice en ruso).

Y llega el turno de conocer a Víctor (Gonzalo Valenzuela), un predicador de la “Escuela espiritista de la Salvación” que viaja en un colectivo convertido en motor home y que  evidencia serios problemas a la hora de establecer relaciones duraderas ya que a sus eventuales partenaires sexuales, en el clímax del encuentro, las ahorca con una trenza de su pelo (de sus mismas víctimas, claro). Así no hay novia que le dure… Después las envuelve en film plástico, como una crisálida, y las cuelga de los pies para que se desangren en un coqueto tintero que luego utilizará, pero no vamos a develar para qué.

Hay, además, un policía que busca al asesino de mujeres, un forense y varios personajes con poderes sobrenaturales (un dentista, una curandera, el hombre azul que mencioné al principio) que son los que la pareja consulta para tratar de romper el fatídico destino de Ámbar …

Y así transcurren las casi dos horas de Olvídame, entre diálogos escasos y bastante forzados en boca de personajes bastante incómodos en sus papeles, con una dupla protagónica al menos despareja (Antonella Costa está gran parte de la película desnuda, desmayada, o ambas cosas a la vez, y siempre con la misma cara; y Gonzalo Valenzuela, que interpretó un psicópata maravilloso en Botineras acá ni se acerca a la densidad de ese personaje) y escenarios con aspiraciones surrealistas.Algunas locaciones son maravillosas, majestuosos palacetes furiosamente decadentes (como sus habitantes) y semiderruidos, pero que conservan las trazas de un esplendor perdido. Maravillosa es, también, la fotografía que premeditadamente saca provecho de estos escenarios.

Si no fuera tan terriblemente solemne Olvídame sería un grato entretenimiento, pero ni siquiera eso es.

Olvídame(Argentina, 2009), de Aldo Paparella, c/Antonella Costa, Gonzalo Valenzuela, Mario Alarcón, Carlos Kaspar, 106’.

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