No quiero ser polvo, segundo largometraje del productor, guionista y director mexicano Iván Löwenberg, nos presenta en su primera parte a su protagonista. Se trata de Bego (Bego Sainz), una ama de casa de clase media en buena posición económica, que vive junto a su esposo y su hijo. Bego se encuentra en un momento bisagra en su vida, habida cuenta de que su marido no se interesa en ella y llega tarde de su trabajo (lo que la lleva a sospechar de que la engaña con otra mujer), y su hijo está ocupado en la organización de un viaje al exterior para realizar una maestría. Educada como mujer para situarse en tanto esposa y madre (lo que refleja el tono rosa pastel delicado en detalles de su vestimenta, más que el rojo pasión que la situaría como mujer deseante y deseada), ya no tiene de qué ocuparse. Mientras tanto, intenta cubrir el vacío de su vida concurriendo a un centro de meditación, autoconocimiento y manejo de las energías. Su vida da un vuelco cuando la gurú del lugar, apoyándose en la evidencia que le brinda un invitado que dice ser físico cuántico, anuncia que próximamente la Tierra va a entrar en una nueva dimensión donde habrá días de clima apocalíptico de frío y oscuridad. Se trataría de una información secreta y exclusiva que reciben los asistentes y que no ha trascendido en los medios de comunicación para no cundir en pánico a la población.
No quiero ser polvo es, entonces, un drama intimista narrado con las claves del fantástico y con elementos de la distopía, ambientada en la reapertura social de la pandemia del Covid-19 (como evidencia, el uso de barbijos) y que se encuentra inspirado en vivencias reales de la familia del director.
El predominio de los planos cerrados sobre Bego y la decisión de narrar la historia desde su punto de vista colocan al espectador en la interioridad de los sentimientos y pensamientos de este personaje. El cambio que se producirá en la Tierra aparece para Bego como una posibilidad de llamar la atención de su esposo e hijo, de intentar unirlos como familia en la supervivencia. En la mutación que se aproxima y en los dichos de la gurú que le dice a Bego que se le han despertado ciertas dotes de vidente (ya que ella comienza a experimentar sueños oscuros y recurrentes); la protagonista encuentra una razón de ser, una misión en su vida: intenta alertar a su familia, a su vecina y comienza a prepararse para el evento cósmico, acopiando víveres enlatados, velas, antorchas y ropas térmicas. Sin embargo, ellos descreen del evento y siguen tranquilamente adelante con sus vidas.
Llegado el momento apocalíptico, el director realiza un trabajo interesante con el sonido, con la luminosidad de tono violáceo que se filtra por las ventanas, con el fuera de foco que acentúa la crisis emocional y el pavor de la protagonista. Las rajaduras en las paredes del departamento y también del edifico evocan al film Repulsión (Roman Polanski, 1965) y, mediante el recurso al fantástico, el espectador vacila entre la lectura apocalíptica de una mutación cósmica en la Tierra, una lectura simbólica de dicho evento que reflejaría tanto la crisis vital del nido vacío como la necesidad de reacomodarse en la vida, o bien un brote paranoico desencadenado por esta coyuntura de vida. La línea de lectura simbólica de un cambio critico emocional y de su regeneración está apoyada por los ciervos enjaulados que visita Bego asiduamente, animales que simbolizan estos elementos en sus cornamentas.
Al mismo tiempo, mediante la intervención policial al centro de meditación y en un marco de devaluación de las prácticas religiosas tradicionales para aportar un sentido de trascendencia, Löwenberg da cuenta del aprovechamiento económico y la manipulación emocional que realizan ciertas personas que se proponen como líderes o gurúes del bien y la sanación, apoyándose en la vulnerabilidad emocional de ciertos momentos de la vida de sus adeptos.
No quiero ser polvo, prolija desde lo técnico y desde lo interpretativo, consigue transmitir el grito desesperanzado y al mismo tiempo liberador, de una mujer que intenta lidiar con la crisis de ver su vida sumergida en la vacuidad y la apatía de haber sido un mero decorado en la vida de quienes la rodean.
Calificación: 7/10
No quiero ser polvo (Argentina/México, 2021). Guion y dirección: Iván Löwenberg. Fotografía: Rodrigo Calderón García. Montaje: Damián Tetelbaum. Elenco: Bego Sainz, Anahí Allué, Agustina Quinci, Romina Coccio, Eduardo Azuri, J.C. Montes-Roldán, Mariana León, Mónika Rojas, Iván Löwenberg. Duración: 86 minutos.
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