Tangerine es un cuento de hadas trans frenético que, como la fruta que le da nombre, es tan dulce como ácido. Ambientada en la zona roja de una Los Ángeles repleta de colores intensos pero ajados, cuenta la historia de Sin-Dee Rella (Kitana Kiki Rodríguez) que, apenas liberada tras veintiocho días de detención, se entera por boca de su mejor amiga Alexandra (Mya Taylor) que su novio-fiolo la estuvo engañando con otra de sus chicas que, encima, es mujer. Esa noticia será el disparador de la incesante y rítmica búsqueda de Sin-Dee que, a taconazos limpios, gritos y estimulantes varios, irá tras la bruja y el desleal príncipe que acaban de arruinarle la Navidad.
Prostitutas trans y mujeres, clientes, transas, fiolos y otras variadas criaturas conforman el paisaje de esta ciudad vertiginosa que, cuando detiene su ritmo, pone en evidencia la extrema soledad de quienes la habitan. La verborragia callejera, la circulación constante del cuerpo como vehículo de infinitud de deseos, el maquillaje y las drogas en exceso son distintas maneras de rellenar los huecos del desamparo. Lo que empieza siendo una comedia de a poco va desnudando el drama que mantiene a sus desesperados personajes dentro de un círculo vicioso que no les permite romper con las estructuras socialmente impuestas que les asignan roles definidos e inalterables. Así lo signa la rosquilla que abre la película, los diferentes vehículos que transportan de un lado al otro a todos los personajes, la estructura circular del relato y, sin ir más lejos, las lavadoras del final. Por esto mismo es pertinente comprender el protagonismo de Kitana y Mya; la transmutación del propio cuerpo pareciera encarnar el espíritu mismo de la libertad pero sólo a nivel íntimo, personal. Desde la perspectiva social conservadora son cuerpos que sólo pueden ser explotados sexualmente.
No es esta la perspectiva de la película. A Baker no le interesa hacer de la diversidad sexual un discurso de manual ni pretende utilizar a sus actrices para enseñarle a la audiencia timorata la diferencia entre un gay, una travesti, un transexual, una lesbiana y un pepino como la edulcorada y esteticista La chica danesa que más bien aporta a su ignorancia. La personalidad de la protagonista es la de la película, lo entiendas o no, te guste o no, poco importa. Como casi todo en la vida, es cuestión de sensibilidades compartidas. Tangerine poco se demora en meternos de lleno en la intensidad física y emocional de sus protagonistas. Si hay algo que asimilar, se hará en el camino, junto a ellas.
Por esto mismo me resulta disonante para el espíritu de la película el relato en paralelo del taxista armenio que en sus ratos de descanso busca travestis para su goce. No es el personaje lo que está de más, son un par de escenas (y tal vez el desenlace de su historia) las que introducen, en un relato desprejuiciado, lecturas de índole moral que lo afectan, remarcadas especialmente por la presencia de su hija de aproximadamente un año a la que le dedican planos exclusivos. Alcanzaba con mostrarlo casado y viviendo bajo el dominio de una suegra controladora para señalar la necesidad que este hombre tiene de rebelarse contra los valores familiares retrógrados, como me dijera el compañero y amigo Santiago Martínez Cartier en un breve intercambio vía mail; el agregado y subrayado de la nena, en este contexto, pareciera funcionar más como una condena moralista que no recae sólo sobre este personaje sino sobre todo un submundo con cuyo profundo amor y dolor empatizamos.
Aquí puede leerse un texto de Gabriel Orqueda sobre la misma película.
Tangerine (EUA, 2015), de Sean Baker, c/Kitana Kiki Rodríguez, Mya Taylor, Karren Karagulian, Mickey O’Hagan, 88′.
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