Misión de rescate (Extraction en el original en inglés) antes de ser un tanque de Netflix dirigido por Sam Hargrave, fue una novela gráfica llamada Ciudad (2014), escrita por Ande Parks y dibujada por el cordobés Fernando León González; esta génesis de cómic no es un dato menor y Hargrave, junto a la producción de los hermanos Russo, entendieron muy bien su impronta para construir el relato cinematográfico: lo mejor que le podía pasar a Misión de rescate era tener la dinámica compulsiva de la viñeta, pasar de un cuadro a otro sin parar, matizando una suerte de tiempo autónomo vertiginoso, sin concesiones con la elipsis -el tiempo que mejor define, sin dudas, al cine y al lenguaje audiovisual en general- para construir una historia electrizante de principio a fin, independientemente de lo básico que resulten su historia y argumento.

Misión de rescate, por ello, no para (ni debe parar) nunca o casi nunca: la cámara, con esa famosa técnica ficticia de la “toma única”[1] a lo 1917 (2020) de Mendes narra -sin mayores ambiciones que narrar eso, y alternando con el plano y contraplano normal- el rescate rabioso de un mercenario (Tyler Rake, interpretado por Chris Hemsworth), quebrado y dañado por la pérdida de su pequeño hijo extrayendo/rescatando a Ovi (Rudhraksh Jaiswal), el inocente hijo pre adolescente de un poderoso narco de la India, de las garras del brutal y sádico narco rival, Amir (Priyanshu Painyuli) en Bangladesh. Tiene algo así como dos días para hacerlo; mientras tanto, una horda interminable de hindúes que con suerte llegan al metro sesenta y pesan cincuenta kilos chocan una y otra y otra vez -con machetes, ametralladoras, cuchillos, granadas, camiones, autos, motos, puños y pistolas- contra la montaña de músculos de casi metro noventa que es Rake, y no mucho quedará de ellos a medida que Rake avance a toda costa intentando sacar a Ovi de la ciudad.

Misión de rescate tira golpes bajos y altos con su trepidante acción. Todo es una implosión maravillosa de muertos y mutilados, de sangre y heridas tremebundas con una textura absolutamente explícita y brutal; la idea de Hargravees es hacernos sentir el mismo dolor que siente Rake en su enorme cuerpo australiano magullado mientras protege a Ovi en un lugar donde sólo él lo puede proteger. Él y el ex guardaespaldas de Ovi, Saju (Randeep Hooda).

Misión de rescate muestra a esa India que supo inaugurar Slumdog Millonaire (2008) de Boyle, en una época donde para la crítica cinéfila estaba de moda la palabra “abyecto”, plagada de suciedad, casas y personas hacinadas, superpoblación, niños delincuentes brutalizados, hambre, precariedad sanitaria, policías corruptos, ríos infectos, mafiosos onerosos, calor demencial y una suerte de atmósfera pos apocalíptica opresiva y asfixiante que en estas épocas de pandemia y encierro decretado y obligatorio, si nos ponemos del lado de Rake, hasta puede mostrar a la película como una metáfora de liberación y subversión hiper violenta, pero particularmente entretenida, revitalizadora.

Misión de rescate tira algunos paralelos y metáforas con el agua, el bautismo en el agua, la tranquilidad reflexiva, primigenia, uterina del agua, el vientre acuático del agua, el renacer de y desde el agua mientras en la superficie todo es caos, tiros, muertos y fuego. Fuego inapagable, desaforado, cebado, demoníaco, infernal.

Misión de rescate muestra a la iraní Golshifteh Farahani haciendo de Nik, una suerte de jefa-coordinadora-enamorada de Rake y hay que agradecer por ello porque es absolutamente hermosa en una película donde las mujeres escasean totalmente, casi, exponiendo una virilidad drogada en testosterona infantil y bélica de la que sin embargo, cuesta despegarse, dejar de ver.

Misión de rescate vuelve a mostrar un uno contra todos a lo John Wick con Reeves o Búsqueda implacable con Neeson, donde lo épico alumbra a lo grandioso -para bien y para mal también-, y uno, como espectador, o se sumerge en ese estallido brutal de sentidos o, simplemente, cambia de película y se va urgente a buscar alguna de Bela Tarr para matizar los planos largos frenéticos con algo de filosofía existencial nihilista.

Misión de rescate cuenta una historia del montón, con una estética acertada y una acción maravillosa donde “pensar” no es una opción prioritaria; a esta película no hay que “pensarla”, hay que sentirla para poder dimensionarla dentro de un entretenimiento directo, dinámico y absolutamente efectivo.

Misión de rescate es un puñetazo indetenible, plagado de viñetas fílmicas, al que se lo disfruta o no -en sus términos y en los de Hargrave-, o a otra cosa, no hay puntos medios. Esa diversión, que nace y muere en su ley, siempre es bienvenida, al igual que Golshifteh Farahani usando el vestido que usa en el final de la película, y también el bueno de Rake que se come los tiros que se tiene que comer para que nosotros nos divirtamos (con todo lo sádico y gore que esto suena) y Ovi tenga, quizás, la oportunidad de vida que su propio hijo no tuvo. Que en realidad todo niño se merece tener, sobre todo en este mundo infectado de adultos corruptos y atropellados en su crueldad para seguir corrompiendo la inocencia perdida que, desde las corrupciones bíblicas de Adán hasta nuestros días, no se deja de intentar recuperar.


[1] Que tan buena estuvo en Hijos de los Hombres (2006) de Cuarón y tanto aburrió en Birdman (2014) y El renacido (2016) de Iñárritu.

Misión de rescate (Extraction, Estados Unidos, 2020). Dirección: Sam Hargrave. Guion: Joe Russo, Anthony Russo, Ande Parks, Fernando León González. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Montaje: Ruthie Aslan, Peter B. Ellis. Elenco: Chris Hemsworth, Rudhraksh Jaiswal, Golshifteh Farahani, Priyanshu Painyuli, Sara Rumao, Randeep Hooda. Duración: 116 minutos. Disponible en Netflix.

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