En 1997 fui a ver Buenos Aires viceversa. No quedaba claro si era una buena o una mala película. Sí se entendía que era algo distinto, que corría por otros carriles. No era algo original ni revolucionario; simplemente no se miraba con los mismos ojos con los que se miraban las películas de su época. Pocas palabras y mucha acción para ser cine de los 80, demasiado movimiento, demasiado grande para ser lo que todavía no era el Nuevo Cine Argentino.
Algo parecido pasa con Mecánica popular. Posiblemente ahora la operación sea más consciente o más evidente para el espectador, o más evidente para mí que tengo, como todos, veinte años más. Más allá de eso la sensación es la misma, esta película no aparece en la foto del cine argentino actual y, como aquella, tampoco es original, ni vanguardista, ni inaugura tendencias.
La película se desarrolla en dos tiempos. En uno de ellos es de día y hay sol, Mario Zavadikner (Alejandro Awada), director de una editorial, le pide a uno de sus editores de confianza (Diego Peretti) que edite el libro de Silvia Beltrán (Marina Glezer). El otro es la lluviosa noche anterior a ese día, Mario va a su oficina vacía a pegarse un tiro y se encuentra con Silvia que amenaza también con pegarse un tiro si no se publica su libro. Dentro de este tiempo hay otro tiempo levemente mágico en el que en el mismo lugar y con el mismo aspecto, Zavadikner conversa con la que fue su mujer (Romina Ricci) que aparenta la edad del momento en el que se conocieron.
El día es liviano, limpio, claro, abierto. El hombre que acompaña a Awada durante el día es Peretti, un protagonista de costumbrismos televisivos y de comedias leves. El hombre de la noche densa y pesada es Patricio Contreras, un protagonista del cine teatral y discursivo de los 80. Acá es el guardia de seguridad del edificio de la editorial. Un chileno coleccionista de las ediciones de la revista Mecánica popular y notoriamente un par de escalones abajo del resto de los personajes en su caudal cultural.
Alejadro Awada es el vínculo entre los dos tiempos: es un actor que puede tener densidad, contenido, oscuridad, que hizo gran parte de su carrera en el teatro, pero que también tuvo muchas y exitosas apariciones televisivas y que se hizo famoso cuando aquel cine en el que Contreras era protagonista ya había desaparecido hacía tiempo. No le debe hacer mucha gracia, pero es también, a través de su hermana, el vínculo de la política ideologizada del gobierno anterior con la política liviana, buena onda, del nuevo gobierno.
Mientras durante el día Peretti enumera las avellutas y panózzicas razones por las que el libro de Silvia Beltrán fue rechazado, es decir la excesiva cita de autores, una supuesta falsa densidad que esconde un vacío sustancial; durante la noche Zavadikner y Beltrán se despachan con monólogos larguísimos, teatrales y filosóficos, imposibles de decir con naturalidad, repletos de hondas reflexiones declarativas sobre el sentido de la vida. Monólogos que bien podrían haber sido dichos por Ulises Dumont, Brandoni o Alterio hace treinta años. La lista de autores canónicos que les falta a estas declaraciones se compensa con las fotos que adornan las paredes de la editorial donde todo sucede: Lacan, Hegel, Virginia Woolf, Heidegger o Sartre o cualquiera de esos que seguramente nombra también Silvia en su inédito libro.
Esta operación es al menos simpática, incluso necesaria; patea el tablero. Mecánica popular pareciera ser una declaración, una película que tiene mucho para decir. El problema es que dice más de lo que hace. Más allá de su carácter de manifiesto o proclama casi no hay lugar para la emoción, para el cine, podría decirse. Digo «casi» porque, entre los Avellutos y los otros (¿los Olivera? ¿los J. P. Feinmann?), aparece Patricio Contreras, el que sin nada para declarar más allá de su sentido común superficial, de su sabiduría trivial, es quien desgarra la reflexión y llega a la carne cuando nos cuenta, de espaldas a los protagonistas, que su hija fue una desaparecida en Chile, y pareciera ser el único a quien alguien realmente le importa en toda la película.
Mecánica popular (Argentina, 2015), de Alejandro Agresti, c/Alejandro Awada, Patricio Contreras, Diego Peretti, Marina Glezer, 98′.
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Con todo respeto, usted está intoxicado de momento político. Avelluto, Feimann. y otros? Le recomiendo ver nuevamente esta obra, cuando pueda desprenderse de su multiplicidad de prejuicios y logre pensar por usted. Creo que el gran mérito de la historia, tal vez demasiado avanzada en su libertad para quién no puede sacar la cabeza afuera, es justamente abrir un debate cultural sin anclarse en los mitos que nos gobiernan ni sus diversos tipos de falsos altruismos. Entiendo que lo confunda, entiendo que no se entienda ya que es sumamente extraño, que alguien se juegue a realizar este tipo de producto en un país neurológicamente devastado.
Le pido que me explique que entendió que yo estaba diciendo, lamento haber sido tan poco claro, porque justamente yo también veo un debate cultural en la película. La mención a Avelluto tiene que ver con su tarea de editorialista, como el personaje de Awada y la de JP Feinmann a su tarea de guionista en los 80 y 90. De ahí que nombre también a Panozzo y Olivera. Posiblemente no sea el único intoxicado de momento político. Por supuesto que esta discusión está imbricada de política que efectivamente es un tema que me interesa mucho. No creo que alguien pueda hablar desde un lugar que no esté «intoxicado» de algo, sea política, cultura, lo que fuere. De la misma manera me parece imposible hablar sin prejuicios, es lo que somos.
Aprovecho para preguntarle a qué se refiere con eso del país neurológicamente devastado.
Ignacio, ayer pude volver a ver Mecánica Popular en un DVD. ¿Qué ha hecho la crítica local con esta obra?… ¿Dónde hoy en día se ve un cine en que sus personajes no sean simplemente los buenos y malos, los fuertes y débiles?… El director- escritor de este film, deliberadamente construyó un pequeño drama al que no le sobra ni le falta nada. A mi juicio, todos sus personajes son espejo de la confusión politico, social e intelectual de la que espero algún día podamos escapar. Creo que hacía mucha falta un grito así. Creo que culturalmente el film habla de los patéticos disfraces que los unos y los otros usamos para comprobarnos, de alguna manera, inmunes al mal entendido que es nuestro país: un territorio tan snob y truculentamente retórico que escapa a todo tipo de nobleza por desesperación y torrente que nos lleva a lo que no queremos pero necesitamos ejercer para no desaparecer. Cuando pienso que Alejandro Agresti podría dedicarse a seguir haciendo dinero en el extranjero, y vuelve aquí para diseñar algo así, me invade cierta clase de esperanza no de la estúpida, no de Luna de Avellaneda o de ser capaces de emular cine del maestro Antonioni cincuenta años más tarde. Entiendo que Mecánica Popular moleste, pero es la mejor de las molestias, siempre y cuando la analicemos sin prejuicios, con la serenidad adecuada. Habla de nosotros sin hacer de nadie un héroe, habla de nosotros y nuestras poses y abuso retórico sin alegorías ni alter egos, o sea, sin eso que abunda.