El duelo no es sólo la reacción normal frente a la pérdida de un ser querido, sino que es también el proceso por el cual se elabora esa pérdida y que, una vez atravesada, le permite al sujeto en duelo restablecer su capacidad de crear nuevos vínculos de amor. En el cine, que se acentúe el aspecto sufriente o el aspecto regenerador, define de alguna manera el tono que las películas asumen. En ese sentido, Los miembros de la familia (2019), segunda película del realizador argentino Mateo Bendesky, aborda el segundo aspecto, de ahí su particular humor negro y cierta extrañeza que puede resultar para el espectador al evitar el patetismo melodramático.
Dos jóvenes hermanos viajan, fuera de temporada, a la casa que alquilaba su madre en algún lugar de la costa argentina. La faja de clausura policial no los detiene a entrar. La relación entre ellos es tirante y discuten acerca de quién va a dormir en la cama de la habitación y quién en el sillón del comedor. Gilda (Laila Maltz), como hermana mayor, tiene el poder de decisión y relega a Lucas (Tomás Wicz) al cuarto, ese lugar temido y aprensivo como el baño, donde pasó su madre sus últimos días y del cual se hace un interesante uso del fuera de campo. El umbral de un agujero, que es el que deja la muerte en lo simbólico y que es el del propio deseo inconsciente, es aquello temido que en algún momento habrá que franquear.
Ante la muerte, nuestro sistema de creencias y convicciones de la vida normal, entra en colapso y el psiquismo, busca respuestas y modos de explicar y elaborar ese agujero en la trama simbólica que constituye la muerte: la razón y la ciencia aquí aparecen como recursos insuficientes. Así despunta una búsqueda que se apoya en otros sistemas simbólicos: como la religión protestante que sirvió de apoyo a la madre ahora fallecida, las terapias de tipo alternativa y esotéricas en el caso de Gilda y las disciplinas marciales basadas en la filosofía oriental en al caso de Lucas.
Las causas de la muerte de la madre de estos jóvenes permanece fuera de campo para el espectador, aunque sí se intuye por la faja policial, y la aprensión de sus hijos, que no ha sido una muerte apacible sino dolorosa y violenta. El motivo del viaje es cumplir con la voluntad de la madre, de que sus cenizas sean esparcidas en el mar; pero a falta de las cenizas, el ritual se realiza arrojando su mano ortopédica. Los rituales vinculados al entierro, o la cremación y el destino final de las cenizas, son procesos simbólicos que permiten tramitar la pérdida. Bendesky da cuenta del camino singular y los recursos particulares que cada uno de los hermanos utilizará para elaborar esa ausencia. En Gilda, el dolor se expresó en un episodio con drogas en una fiesta, que derivó en una hospitalización. Para ella, dejar ir a la madre implica abrir la posibilidad de que le comiencen a pasar cosas buenas en su vida, por eso ahora apela a una sanación a través de creencias esotéricas alternativas. En el caso de Lucas, la añoranza del vinculo materno se tramita a partir de sueños, como modo de trabajo del aparato psíquico, donde su voz espectral e inquietante lo llama a reunirse con ella, y donde la aceptación irreparable del desencuentro con ella acaso le permita encontrar su lugar.
Que lo que arrojen a la vastedad del océano, que bien puede representar el útero materno y las angustias de quedar atrapado en el deseo materno, sea la mano ortopédica es una clave para pensar la película. La mano es un miembro del cuerpo humano, vinculado al contacto con los demás, a la posibilidad de dar y recibir afecto en los vínculos. ¿La mano inerte da cuenta de la distancia afectiva de esa madre para con esos hijos? ¿Soltar esa mano, habilitaría poder reconstruir vínculos afectivos más satisfactorios, tanto de los hermanos entre sí, como de ellos con nuevas personas encontrando la posibilidad de hacer familia? Incluso uno podría preguntarse: ¿qué es lo que hace familia? ¿Simplemente los lazos de sangre o los lazos de deseo y amor? Estas son las temáticas que explora hábilmente Bendesky en su película, no por nada titulada Los miembros de la familia. Ser miembro implica ser parte y sólo se puede ser parte si es desde el amor, ya que el odio es fuente de segregación, de separación, de distanciamiento. Obvio que no se trata del amor tonto, que aspira al absoluto fusional, sino de aquel que permite establecer un lazo tolerando las diferencias.
Un paro de transporte por tiempo indeterminado provoca que Gilda y Lucas permanezcan en la costa más tiempo del que habían planeado y esta demora temporal, en tanto tiempo suspendido como lo es el proceso de duelo, les permite volver a pasar tiempo juntos, sanear las heridas que los distanciaron y redescubrirse como sujetos deseantes. Como vaticinan las cartas de Gilda, las crisis y los imprevistos pueden ser, de acuerdo a la posición desde la cual se responda a ellos, o bien momentos de temor de los que se quiere huir rápidamente, o bien oportunidad de crecimiento y transformación, de aquí que la película tome el sesgo del coming of age.
La distancia entre los hermanos se advierte en lo poco que cada uno sabe de la vida del otro. Gilda, quien al ser la mayor tiene cierto carácter maternal, busca cuidar de Lucas, todavía adolescente, y también ofrece sus manifestaciones de afecto, de las cuales Lucas rehúye, como todo adolescente que necesita separarse de la familia, de las figuras de cariz materno y paterno para armar su propia vida, su propio mundo a través de la banda de amigos. Lucas es entonces quien sale del hogar, con su rutina matinal de running por la playa, con su deambular por el centro, abierto a conocer gente nueva. Lucas practica Ju Jitsu brasileño, al cual quiere dedicarse profesionalmente, a la vez que realiza su rutina de entrenamiento y alimentación con fines de ganar masa muscular. Aquí ya despunta la idea del macho como vinculada a la fuerza y a lo grande (del miembro traducido en la magnitud de la masa corporal). Lucas irá conociendo a Guido (Alejandro Russek), que es instagrammer de fitness, a partir de la contingencia de encontrarlo entrenando en la zona de los aparatos públicos. Guido menciona en un momento la teoría de cierta gente de que seríamos una simulación de un programa de computadora. Esta idea de la simulación es otra clave interesante. Porque en los ambientes de gimnasios, de entrenamientos, de suplementos, no se puede evitar la tensión homoerótica y que en Lucas comienza a expresarse en la escena de lucha en la playa. La cámara generalmente toma a Lucas en planos fijos o lo encuadra en las aberturas de puertas y pasillos. Así el director transmite la idea de los sentimientos encerrados, reprimidos dentro de él, pero que a la vez bullen moviéndose en su interior a la espera de poder ser manifestados. ¿Es la fuerza, la demostración de potencia, lo que hace a la virilidad, lo que la probaría y confirmaría, pese a las inseguridades respecto a la virilidad? ¿La posición pasiva ante otro hombre daría cuenta de una falta de masculinidad? Todos estos prejuicios sociales que dejan pegada a virilidad a la potencia y a la elección de objeto heterosexual, y que llevan a la represión de los deseos homosexuales se abren en la película para ser revisados y cuestionados tanto en el proceso interno de Lucas de descubrirlos y procesarlos como para el espectador.
La película no dedica el mismo tiempo a cada uno de los hermanos, y esta puede ser una de sus debilidades. La trama de Lucas tiene mayor presencia y despliegue conforme avance la película y somos testigos de su metamorfosis. La lógica del mundo masculino cobra entonces predominio. Mientras que la línea de Gilda con su esoterismo e intuiciones vinculadas a terapias alternativas no está tan desarrollada, perdiéndose aquí un elemento interesante en el cual indagar como es el del modo de goce femenino, más amalgamado al amor como posibilidad de encontrar cierto anclaje en su deriva y más vinculado a lo irracional e ilimitado (que se esboza en el acercamiento de Gilda a todo aquello alternativo y hétero respecto de razón).
El trabajo del duelo está llevado por Bendesky de manera original y alusiva, evitando los lugares comunes de entierro, momentos depresivos, de lamento, de llanto y de retiro respecto del mundo exterior, y recupera más la línea de aquello del espectro que retorna en los sueños de Lucas, en los recuerdos de los hermanos y en la mano ortopédica arrojada, que regresa a la playa. No es sin este recorrido reiterado por la memoria y la evocación del muerto, que acaso tanto él como quienes lo sobrevivimos, podamos seguir nuestro camino en paz. El matiz de humor permite a los personajes y al espectador seguir este derrotero, evitando los golpes bajos, en un viaje que va del encierro y las limitaciones impuestas por los prejuicios sociales, a la decisión de conquistar la potencialidad de la fuerza del deseo.
Calificación: 7.5/10
Los miembros de la familia (Argentina, 2019). Guion y dirección: Mateo Bendesky. Fotografía: Roman Kasseroller. Montaje: Ana Godoy. Elenco: Laila Maltz, Tomás Wicz, Alejandro Russek, Edgardo Castro. Duración: 85 minutos.
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