Las playas de la Argentina en el cine, estaban representadas casi en exclusividad por Mar del Plata: punto central de las vacaciones del trabajador, de la referencia al descanso y a cierta aparente libertad sexual, que encarnaron una y otra vez desde las películas de Porcel y Olmedo hasta Los bañeros, pasando por las comedias costumbristas y musicales que asolaron a los espectadores entre los 60 y fines de los 80 –con algún que otro coletazo posterior y anacrónico. Pero si ese ropaje habitual se había puesto en cuestionamiento en la Generación del 60, especialmente en las películas de Rodolfo Kuhn, en los últimos años parece haberse retomado la conformación del paisaje de la playa, por fuera de lo estrictamente veraniego y de cierto influjo de lo cultural y sus modas. Las Vegas o Pinamar, solo por nombrar algunas películas recientes, han tendido a resignificar desde conceptos genéricos diferentes, el espacio visual de la Costa Atlántica, corriendo el eje de las coordenadas típicas de la temporada veraniega y utilizándolo como trasfondo o marco de otro tipo de historias.

Los miembros de la familia sigue esa forma de utilizar el espacio, pero trabajando sobre un retaceo inicial de la información respecto de la motivación de los personajes, como una manera de introducir al espectador en un concepto clave que sostiene a la película: lo misterioso. Vemos, en el comienzo, a dos jóvenes que viajan hacia la Costa, que llegan –y se quedan- por la noche en una casa que está cerrada con fajas policiales. La relación entre ambos es, en ese comienzo, tan difusa como sus acciones (¿por qué entran en esa casa?, ¿por qué no quieren utilizar el baño?, ¿por qué ninguno de los dos quiere dormir en la habitación?) y solo después de algunas escenas se empieza a construir en el espectador, la idea de que Gilda (LailaMaltz) y Lucas (Tomás Wicz) son hermanos y que llevan un tiempo sin verse. La progresión de la película de Bendesky se sostiene, como en esa relación, a partir de un mecanismo que implica la resolución de un enigma ya planteado, que a la vez abre la perspectiva de nuevas preguntas sobre los personajes y sus motivaciones. Lo misterioso no proviene del ocultamiento de la información, sino de una construcción en la que se privilegia lo que surge del contacto entre dos personajes que llevan un tiempo distanciados y que no parecen poder –especialmente del lado de Lucas- acortar esas distancias.

La película de Bendesky mantiene con Pinamar una serie de lazos temáticos, más allá del espacio en común en el que se desarrollan: en ambas, los protagonistas son dos hermanos que viajan a Pinamar, hay una muerte en el ámbito familiar, en los dos casos, de la madre, y el viaje es una secuela de esa pérdida. Pero Los miembros de la familia lleva la percepción del espacio en donde se desarrolla hasta los extremos. En principio, y como parte de esa reducción de lo puramente informativo, se difumina la idea del momento del año en que se desarrolla la historia, aunque puede inferirse que se trata del otoño o del invierno. Si esa ubicación temporal está signando con claridad la forma en que se pone en pantalla el lugar, la apuesta de la película es extremar su concepción como espacio fantasmagórico. Pinamar es, desde ese lugar, el vacío extremo: no se trata solo de la casa vacía, sino de la ausencia casi total y persistente de cualquier cosa que se mueva en ese territorio. Como si el mundo alrededor de Gilda y Lucas se hubiera detenido, las calles están vacías de gente y de vehículos, generando la sensación de que se trata más de un lugar abandonado que desértico: una estructura intacta y deshabitada, con los movimientos reducidos al mínimo y los pocos habitantes aferrados al encierro como refugio (ver que tanto la vendedora de pasajes como los remiseros no salen del espacio de su trabajo). El paro de transporte con el que se encuentran los personajes acentúa la quietud, pero al contrario de lo que podría esperarse –e incluso de lo que mencionan los remiseros-, pareciera que solo ellos dos han quedado varados en esa ciudad. A tal punto llega esa percepción que la fiesta a la que va Lucas se percibe irreal. Puerta abierta a otra dimensión o espacio marcado por la clandestinidad, la fiesta parece el refugio de los sobrevivientes, ese grupo de jóvenes que parecen revivir en la oscuridad, las luces artificiales y la música y que ponen una distancia casi infranqueable con el mundo exterior.

Si lo fantasmagórico surge como construcción de un espacio físico determinado, también funciona como introducción para el desarrollo de elementos ligados a lo fantástico. El planteo de la película desde el punto de vista de Lucas (y no de los dos hermanos como puede parecer en la superficie: Gilda aparece en la historia solo cuando Lucas está presente), construye lo desconocido, lo incierto, como un espacio abierto a lo irreal. Si Guido (Alejandro Russek) aparece con cierta dosis de ilógica en el relato (es al único personaje con el que se cruza Lucas por fuera de la fiesta), que puede plantearse como una manifestación de esa irrealidad (¿no podría pensarse que lo fantasmal no es más que un recorte que hace Lucas, que no puede ver otra cosa, lo cual acentuaría el pliegue fantástico?), el resto de los personajes involucrados en la trama, asumen esas características. El viaje con Charly (Javier Rotger) y Romina (Ofelia Fernández) para comprar droga parece resumir esa idea del viaje a lo desconocido (de hecho, no sabemos adonde van, ni sabemos, por la elipsis, a qué lugar llegaron y qué ocurrió allí, y no volvemos a ver a los personajes en el resto de la película). Sin embargo, es Gilda el centro de ese espacio desconocido para Lucas. Separado de su hermana por un tiempo impreciso, lo que hace Lucas es poner en duda continua, por contraste, el mundo de su hermana. Como si formara parte de ese espacio fantasmal, Lucas pone entre paréntesis todo el relato que hace Gilda: tanto la internación de ella (marcada además un componente del no querer: él nunca fue a verla) como su relato del momento que precedió a la misma, como la existencia de
su novio Pedro (Sergio Boris), son colocados por Lucas en el territorio de una fantasía de su hermana.

Lo notable es que la película de Bendesky se nutre de lo cotidiano para hacer irrumpir lo fantástico. Las calles vacías o el encuentro nocturno con Guido parecen quebrar la idea de realidad, pero es el diálogo que ambos mantienen como guerreros del videojuego, lo que lo hace explícito. Pero es, sobre todo, la madre ausente el elemento central de la intrusión genérica (la prótesis de la mano que arrojan al mar y que éste devuelve a la playa; el baño de la casa, como espacio que no se puede atravesar entre lo sagrado y el terror; los sueños de Lucas en los que la voz de la madre lo llama con un ruido que sólo él interpreta como palabras). La madre se vuelve, en esa ausencia, el territorio esencial del misterio. Pero lo que se propone en el tramo final de Los miembros de la familia es que ese pasado que funciona como territorio enigmático, se resuelva para que los personajes puedan salir del laberinto en el que se encuentran (no por nada, Gilda insiste con que está marcada por la mala suerte una y otra vez). La resolución de lo misterioso no está en los personajes centrales, sino en lo que viene de afuera. La aparición de Pedro para rescatar a Gilda de ese espacio cerrado en que se ha convertido la ciudad por el paro de transporte, no solamente les permite salir del lugar: especialmente rompe con la sacralidad del espacio del baño con un movimiento tan natural como inesperado para los personajes. El atractivo está en la constatación que provee esa imagen de un hombre que entra naturalmente en el baño mientras los dos hermanos lo observan sin comprender lo que está ocurriendo. Lo misterioso deviene de la complejidad y de los límites que los propios hermanos se impusieron (y eso incluye la negación algo turbada del atractivo que Guido despierta en Lucas) y que la realidad resuelve desde la simpleza. Al desaparecer el misterio sobre la vida de Gilda –Pedro realmente existe-, sobre el espacio sacralizado –lo que hay detrás de esa puerta que no se quiere abrir no es lo que Lucas imagina- y sobre el propio Lucas –que pasa del devaneo del gusto entre diferentes tipos de música para “quedar bien” a la decisión del beso a Guido-, lo que queda es la liberación representada en Guido, en una moto y en una playa igual de vacía, y que ahora adquiere una nueva significación.

Calificación: 7.5/10

Los miembros de la familia (Argentina, 2019). Guion y dirección: Mateo Bendesky. Fotografía: Roman Kasseroller. Montaje: Ana Godoy. Elenco: Laila Maltz, Tomás Wicz, Alejandro Russek, Edgardo Castro. Duración: 85 minutos.

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