En el futuro distópico y apocalíptico de la saga Terminator, una red de computadoras llamada Skynet cobra conciencia propia y, a través de sus algoritmos y cálculos, determina que la peor amenaza para su supervivencia son los humanos; es la humanidad en sí. De allí que decide exterminarla a como dé lugar.
Pues bien, en el último documental del gran (y cada vez más grande) Werner Herzog, el director alemán decide, guiños mediante a su habitual épica, comenzar a indagar en nuestra Skynet moderna llamada Internet. Ver, en el peor (o mejor) de los casos, qué tanta amenaza es la humanidad para el mundo virtual que ha creado y viceversa, qué tanta amenaza se puede volver ese mundo virtual hacia la humanidad creadora.
Catedráticos, científicos, astrónomos, profesores, usuarios, viciosos, hackers, neuroinvestigadores, monjes budistas, trabajadores, sedentarios, visionarios, genios, idiotas, ejércitos, expertos informáticos, robots, víctimas, enfermos, empresarios, familias, sociedades, individuos, todo parece estar conectado a Internet o, al menos, todo debería estarlo. Pero, ¿qué significa exactamente estar conectado a Internet? Allí, en esta pregunta medular, Herzog indaga aspectos más colaterales que centrales de la influencia de Internet en la era moderna, desde un nivel netamente económico a uno intrigantemente espiritual.
“Tenía entonces toda la Tierra una sola lengua y unas mismas palabras (…) Jehová descendió para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres. Y dijo Jehová: ‘el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; han comenzado la obra y nada los hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora, pues, descendamos y confundamos su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero’.” (GÉNESIS XI, 1; 5 – 6). En la Biblia ya se advertía la peligrosidad que, para Dios (¿por qué si es Uno habla con Nosotros?), significaba la unión de todos los hombres. El “divide y reinarás” no fue ningún invento del Renacimiento. Herzog, de manera delirante, cómica y particularmente estimulante, entiende que Internet es un lenguaje homogéneo (de allí que se hable siempre de sus protocolos) compuesto de una multiplicidad asombrosa de lenguajes heterogéneos. Internet, para Herzog, es una Babel horizontal de la cual apenas, recién, se están teniendo los primeros alcances de su impresionante potencial; de ese potencial que al dios-nosotros no le gustó advertir cuando Babel era una Torre que apuntaba verticalmente hacia el cielo, lugar donde, curiosamente, la Internet apunta y se propaga hacia todo el mundo desde sus múltiples satélites.
Lejos de sus películas y documentales más poéticos (donde la poesía surge, en realidad, desde la búsqueda misma de la naturalidad más objetiva), Lo and Behold retrata la breve historia del evento más revolucionario del siglo XX -junto a la creación del motor a combustión y la bomba atómica- en el que el contraste de alcances demuestra notoriamente la bifurcación de un fenómeno que, casi desde su nacimiento, está sin control pues, como bien se dice en una parte del documental, no hay regulación alguna de “ética o moral” dentro de la Red: cualquiera puede decir y hacer -dentro, claro, de los protocolos informáticos- cualquier cosa.
Hace poco, la bellísima (sí, está buenísima) ex casi tenista sado, cazadora de tigres, cocodrilos, elefantes y un millonario pija-corta cuyo padre le heredó (detestándolo) un imperio económico, Victoria Vanucci, arremetió en juicio contra todas las redes sociales por permitir que las mismas -por medio de sus usuarios- dijeran atrocidades en contra de su persona luego que se filtraran las fotos explícitas de aquella cacería hiperbólicamente despreciable. En dichos juicios, Vanucci logró que ahora las redes no permitan que se divulguen insultos en contra de su persona y retiren los antes dichos. En Lo and Behold, Herzog entrevista a lo que queda de una familia de clase media-alta yanqui (entre curiosas facturas y magdalenas) donde los padres cuentan cómo una de sus hijas con problemas psicológicos murió decapitada en su Porsche en un terrible accidente de tráfico y cómo gente anónima -que tomó fotografías del choque- las viralizó en la Red. Además, se las envió por mail al padre de la chica para que las viera sin otra intención más que la de torturar con el morbo y el poder impune del anonimato.
“Es la encarnación del demonio”, dice de forma contundente y mesiánica la madre de la chica decapitada en un primer plano, para rematar argumentando que todos aquellos que se encuentran dentro de la Red son, en mayor o menor medida, seguidores de Satán.
En la permisión o la negación, Herzog juega -pues nunca analiza con mayor profundidad dado que tampoco tiene mayores elementos para hacerlo- a poner en relación cómo Internet “conecta” o “separa” a los seres humanos; cómo los mismos aceptan o rechazan esa conexión -voluntaria o involuntariamente- con el mundo a través de la exclusividad con Internet (a los extremos de perder la identidad, la capacidad crítica de razonamiento, la cordura, la integridad, la sexualidad, la vida misma sin metáforas ni simbolismos de ningún tipo como se muestra en el capítulo “The Dark Side” del documental).
Todo puede pasar porque todo ya está pasando. Como en el ajedrez, por más que las partidas ya hayan sido jugadas y analizadas al extremo, siempre hay una nueva variante que predispone nuevas variantes que predisponen más variantes en un calidoscopio borgeano de infinitos y zahires. Internet es el zahir borgeano moderno y Herzog se alimenta de ese potencial infinitesimal y dantesco con todo su humor, ridículo y seriedad correspondientes para mostrarnos la influencia que las máquinas tienen en la vida moderna, lo fundamentales que son, lo ridículas que pueden ser.
No obstante, después de tanta virtualidad, después de tanta especulación entre unos, ceros y circuitos integrados, la pregunta que Skynet (se) respondió en la saga creada por Cameron, Herzog la vuelve a formular y reformular sin mayores respuestas que las mismas que tiene la humanidad desde antes de la Internet o después de ella: todo puede suceder, en tanto y en cuanto, el hombre quiera que suceda. Robots mejores que Messi, películas hechas por computadoras mejores que las filmadas por cualquier humano, autos que se manejan solos sin generar accidentes de tráfico, contacto con vida extraterrestre, colonización de otros planetas (al que Herzog se ofrece como voluntario), twittear pensamientos sin la necesidad de ningún tipo de teclado… todo es posibilidad y todo es un algoritmo más que nuestra Skynet, real, actual, se plantea, quizás, silenciosamente a sí misma mientras se construye… Mientras la construyen más bien, manipulada (más que controlada) por los hombres pero dejando esa chance a que su propia conciencia la ampare algún día, nos ampare a todos nosotros: los únicos que, aparentemente, tenemos el poder, la voluntad, al menos, de (des)enchufar el circuito; hacerlo antes que sea demasiado tarde ahora que es totalmente temprano para todo.
Pues, al fin y al cabo, en el plano-secuencia final de Herzog y su maravilloso documental, en sus últimos segundos, está (¿irónicamente?) (el) todo…. Está lo que con o sin Internet, nos mantendrá con vida siempre; con la plenitud de la existencia virtual o natural; con el desgarro de sabernos vivos en este estar siendo milenario; en este absurdismo existencial -como lo llamaba el gran Albert Camus- tan imponderable como paradójicamente necesario para que los sentidos, por más fugaces que sean, tengan su referente, su desarrollo, su historia en el devenir caótico de este planeta. De la vida humana y su behold curioso y eterno.
Lo and Behold (Lo and Behold, Reveries of the Connected World, EUA, 2016), de Werner Herzog, 98′.
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