Jean-Luis Comolli dice que el cine es un monstruo doble, hecho de espectáculo y lenguaje, y que el espectador de cine es un monstruo infantil que quiere siempre lo que tiene y lo que no. También decía que hay películas que satisfacen ese capricho de tener esto y también lo otro, y que Ser o no ser, de Lubitsch, es una de esas. Todo Lubitsch es vaivén, movimiento incesante que escoge el polo cómico a sabiendas de que el trágico acecha en el reverso. Angel despliega su costado más melancólico mientras que La viuda alegre, entre otras películas, representa la ligereza. Y sin embargo allí está ese final feliz con matrimonio incluido, lo cual es inusual en Lubitsch, siempre aficionado al triángulo, que se carga de ambivalencia cuando notamos que se casan porque se aman, sí, pero se casan en un calabozo y con toda la economía de un país pendiente de su boda. La paradoja es la patria de los más grandes artistas, más allá del género que elijan. Ultimo musical de Lubitsch, que fracasa porque las operetas vienesas iban a ser sustituidas en el cine por Broadway, La viuda alegre tiene una magnífica escena de baile en la que los protagonistas expresan con el cuerpo lo que un segundo antes niegan con las palabras. La pareja enamorada inaugura estancias que cientos de parejas llenan de inmediato, en una secuencia de montaje lírica sonora que no expresa más realidad que la del deseo.
La viuda alegre (The Merry Widow, EUA, 1934), de Ernst Lubitsch, c/Maurice Chevalier, Jeanette MacDonald, Edward Everett Horton, Una Merkel, 99′.
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