A título personal sostengo que Alex de la Iglesia jamás dirigió una película mala. Pero me animo a reducir esa ecuación de esta manera: todas sus comedias son ferpectas. Algún que otro detalle, que siempre se puede encontrar, no le hace ni cosquillas al resultado: Mi Gran Noche, como ya nos tiene acostumbrados, no escapa a la regla. Y le hace honor al título: es una hora y media que, a fuerza de risas, puede curarnos de un mal día.
El director vasco arranca capitalizando al máximo las posibilidades casi infinitas que le brinda el cine. Con la pantalla en negro en el inicio sólo prestamos atención al sonido. Una voz nos invita a que apaguemos los celulares que se “cuelan” en la sala: traducido al argentino, que pueden sonar y romper las pelotas. Ese parlamento inicial es parte de la historia y debería funcionar para los indeseables a los que les gusta tener el telefonito prendido hasta cuando van a cagar. Y lo último que escuchamos antes de que se haga la luz es a este mismo personaje preguntándose: “¿Y esa gente, quién es? ¡Que se sienten! ¡Que no vamos a arrancar nunca!”. Queda claro, ¿no? ¡A borrarse las costumbres de mierda si queremos pasarla bien!
Mi Gran Noche tiene un poco de cada película que ha filmado la bestia de Alex. Y en su punto inicial, en ese que nos confina a una locación y a las claras nos confirma que estamos frente a una comedia, se puede reconocer la misma lógica que el director utiliza en La chispa de la vida (2011): asistimos a un montón de situaciones que se desarrollan alrededor de un acontecimiento grotesco y en un marco pequeño y bien delimitado.
Para los que no estén habituados al habla española, lo dinámica y veloz que es Mi Gran Noche puede originar que se pierdan detalles importantes. Uno de ellos es el contexto, que aunque se explique en pancartas tomadas fugazmente y en dos o tres líneas de algunos personajes, puede pasarnos un tanto desapercibido. Se perderá entonces eso que enmarca el relato, que funciona como contención lógica y necesaria para justificar esta historia encerrada en una locación: un estudio televisivo repleto de personajes pintorescos y en pugna permanente.
En las actuaciones descansa uno de los sostenes de esta película. Porque ya sabemos lo que nos espera si nos dicen que Santiago Segura hace de empresario inescrupuloso. Sabemos también lo sencillo que resulta verse reflejado en Pepón Nieto, que interpreta a un tipo con poca suerte y desgraciado. Sus caras son cómicas y funciona a la perfección en dúo con Blanca Martínez Suárez, quien hace de Paloma, una chica con un don especial. Juntos arrancan la mayor cantidad de risas y son el eje central, quizás difícil de ver, alrededor del que gira toda la acción. Otro que no desentona, y se define en la autoparodia, es el cantante Raphael, que aunque se llame diferente mantiene una distinción característica y también canta varios hits de su autoría.
Un papel menor tiene quien hace de hijo del creador de “Es-cán-da-lo, es un escándalo”. Se trata de Carlos Areces haciendo de Yuri. Y ahí una semejanza que no se define: ¿Robo consciente? ¿Robo inconsciente u homenaje? Lo cierto es que su Yuri es estéticamente idéntico a Woogie de Loco por Mary (1998) de los Farrelly, aquel maníaco al que se le brotaba la piel con sólo acercarse a Cameron Díaz. Otro parecido, pero en este caso a propósito, es el que logra Mario Casas con su personaje Adanne, un cantante pedorro para pendejas calientes al mejor estilo Ricky Martin o David Bisbal. Canta una genial versión de la cancioncita “Torero” del maraca de Chayanne, con la letra modificada y como clara burla al tonto ese que en realidad se llama Elmer. Seguro sabía que con un nombre así no tardaría en que alguien lo apode Elmercenario, o simplemente Elmersa.
Hay un perfil que jamás falta en las películas de Alex de la Iglesia. Por más risa que puedan despertarnos, por más grotescas que sean las situaciones, nunca le escapa a la crítica social, y en este caso poco le escapa a la realidad. Detrás de todo lo aparente, Mi Gran Noche es una ataque feroz al negocio del espectáculo, más precisamente a la lógica actual de la televisión. Por momentos explícitos cuando se los menciona a Julio y a Enrique Iglesias, o lógicamente en los casos de Raphael y Chayanne. Pero sucumben a la par e implícitamente los estereotipos que la caja boba y su lógica depredadora mercantilista suele reproducir: los don nadie dispuestos a todo por catapultar su mierda al estrellato.
Hacia el final de Mi Gran Noche, que no es la mejor película de Alex de la Iglesia, pero que sigue manteniendo su alta puntería, el director agrupa, con lógica teatral, a todos sus personajes como para que saluden juntos, y lo hace al mejor estilo Blake Edwards y su “fiesta inolvidable”. Una carambola desata la inmensa espuma de jabón que, como no podía ser de otro modo, corona otra gran comedia hacía los títulos, mientras nos damos cuenta que nos duele un poco la mandíbula, de tanto reír.
Mi Gran Noche (España, 2015), de Álex de la Iglesia, c/Mario casas, Raphael, Santiago Segura, Pepón Nieto, Blanca Suárez, 100’.
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