Hay dos momentos clave que podrían resumir la película. El primero -una suerte de sutileza que se repite en varias escenas- es el contraste entre los momentos relajados, amenos y amistosos del explorador y antropólogo noruego Thor Heyerdahl, y aquellos en los que se encuentra totalmente entregado a su búsqueda: su mirada tierna, angelical, casi infantil y risueña muta en una terrible y endemoniada: ¡real! El otro es al final, cuando Thor lee la carta de su esposa y ésta le dice que a él en verdad le importa poco descubrir o confirmar su teoría, sino encontrar excusas para probarse a sí mismo en los lugares más extremos del planeta.
Thor tiene una teoría: los aborígenes sudamericanos cruzaron el mar en balsa y poblaron la Polinesia. Estosaborígenes eran llamados “Tiki”. Thor tiene una familia a la que deja atrás sin problemas a pesar del amor y la inocencia de sus dos pequeños hijos y la resistencia y perseverancia de su hermosa esposa que, por cierto, casi murió acompañándolo tiempo atrás en sus exploraciones. Thor tiene una tripulación de personajes extraños (amigos, más bien) que lo siguen en cualquier expedición loca que se le ocurra. Thor planea comprobar su teoría navegando el Pacífico desde Perú en una balsa fabricada con los elementos que pudieron haber tenido los indígenas, sin la ayuda de ningún componente moderno. Thor planea cruzar el Pacífico en una balsa con estos amigos sin saber casi nada de navegación. Thor ni siquiera sabe nadar y le tiene terror al agua.
Hasta acá, la película parece un guión de Werner Herzog más que un hecho real, pero no, fue un hecho (una expedición) real, y además el mismo Thor filmó el viaje a modo de documental en 1947. Inclusive, el documental ganó un Oscar en aquellos años y está en youtube.
Y éste no es un dato menor: acá hay una película dentro de una película o, en todo caso, una especie de película que muestra cómo se filmó un documental. Entre medio, la odisea de este grupo de personas que más allá de comprobar una teoría científica (¿mera excusa?) quieren probarse a sí mismos venciendo sus propios miedos en los confines más terribles del planeta, pues nada es benévolo en ese viaje: la balsa parece destartalarse a cada momento, los tiburones los acechan y atacan al igual que las corrientes, tormentas y tempestades del océano, y cada uno de los tripulantes de esa precaria embarcación tienen escasa pericia como navegantes.
Entretenida, dinámica y notablemente fotografiada -por momentos irritantemente similar a la de ciertas escenas de La vida de Pi– Kon-Tiki juega a ser la filmación de la filmación de aquella experiencia extraordinaria del año ‘47 donde lo humano cobra sentido sólo en la supervivencia, forzando extremos para salir vivo de ellos, y donde lo científico y sentimental son meros adornos para que lo épico emerja en esa mirada endemoniada de Thor, en esa comprobación para sí de la vida desafiando la muerte en la naturaleza más indómita del planeta.
¡Salud entonces a ese vendedor de heladeras que sube a una balsa para cruzar el mundo! ¡Salud a aquel que murió en 1964 intentando alcanzar el polo norte en esquíes! ¡Salud a los que cruzan océanos sin saber nadar!
Aquí pueden leer un texto de Emiliano Oviedo sobre esta película.
Kon-Tiki (Reino Unido / Noruega / Dinamarca / Alemania / Suecia, 2012), de Joachim Rønning y Spen Sandberg, c/ Pål Sverre Hagen, Anders Baasmo Christiansen, Gustaf Skarsgård, 118’.
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