La violencia acéfala contra la injusticia. El “diálogo” imposible cuando la única Ley es la Ley del más fuerte. Si Hollywood es uno de los principales aparatos simbólicos (junto con la publicidad y la televisión) que formatea con precisión y eficacia la subjetividad global; y las películas de superhéroes son la narrativa épica de la defensa reaccionaria de los valores del statu quo diseñado por EE.UU., entonces Guasón es un acto fallido al más puro estilo freudiano.

Me gusta el trazo grueso de Guasón. Me gusta que nos explique una y mil veces las vejaciones que sufre el protagonista hasta que entendamos dónde se aloja la injusticia. A su vez, me gusta el trazo fino de Guasón. Me emociona la posibilidad del rizoma que propone. Hay continuamente líneas de fuga, inmanencia, desterritorialización… Y que cada uno vaya por lo suyo. Democráticamente. Voy a tomar alguna línea.

Arthur Fleck es una persona con padecimiento mental. Un loco. Un loco vulnerable. Un loco frágil y débil y bueno. Su propósito es hacer reír a la gente y ser comediante aunque su madre (que irónicamente lo apoda “Happy”–Feliz-) le diga: “para eso deberías ser gracioso”.

Tiene un trabajo precario en el que se disfraza de payaso. Porque él ES payaso; a través de su profesión intenta sublimar el dolor de existir.

Concurre a consultas psicológicas también precarias donde apenas se lo escucha. Le dice a su terapeuta que por favor avise al médico que no aguanta más tanta tristeza, pide que le aumenten la dosis de medicación para poder tolerar una vida en la que afirma no haber sido feliz «ni un solo día». La pasmosa actualidad de esta escena es contundente. Para muchísima gente, no tan vulnerable como Arthur, la única posibilidad de subsistir en nuestra Ciudad Gótica Global es la medicalización de la vida cotidiana. Depresión y Ansiedad son las psicopatologías principales de la actualidad, que al ser tratadas cada vez más como opción principal por fármacos (dado que resulta imposible detener el aceleramiento de la vida cotidiana), se vuelven altamente rentables para la industria farmacéutica.

Pero a Arthur le niegan no sólo la palabra sino inclusive su prótesis química: un día la terapeuta le comenta que no habrá más entrevistas (ya no hay presupuesto para la Seguridad Social). Y él pregunta sencillamente con quién va a hablar y de dónde va a sacar sus remedios. La respuesta es: “No les interesa la gente como vos, pero agrega una línea (y acá va el trazo fino abriendo otros sentidos) que suma muchísimo al concepto general de la película: “tampoco les interesa la gente como yo”. Él se queda sin tratamiento y ella se queda sin trabajo. Creo que esta línea es particularmente esclarecedora porque en la Ciudad Gótica Global no sólo no interesan los “improductivos”, tampoco interesa la gente que empatiza con el dolor ajeno. No interesa el ser humano transformado en víctima de “la avaricia metafísica que transforma la vida del mundo en una mera herramienta para la expansión económica” (según palabras de “Bifo” Berardi en Fenomenología del fin). Todo lazo vincular es cortado. Sólo interesan las los muchachos de finanzas (que le pegan en el subte), en tanto unidades-engranaje de un sistema cuyo bien supremo es la acumulación de dinero. Para el Sr. Wayne, padre del futuro Batman esos muchachos “son familia”. La grieta está y es irreconciliable; no hay diálogo posible.

La película construye paulatinamente una amalgama entre lo individual y lo social. Y nosotros, los espectadores, creyendo que vamos a ver nuestro habitual narcótico cultural de superhéroes nos encontramos con una subversión de los valores que esas películas pregonan.

La línea de la historia personal de Arthur va haciendo contacto con la historia de gente desesperada que vive en la basura. Arthur, payaso, está en el subte luego de que lo despidan del trabajo. Después de la golpiza que le dan los chicos de finanzas, él empieza a los tiros y no puede parar. Ahí se inicia su transformación. Una transformación que lo deja fuera del intercambio social. Sin embargo, al día siguiente sale en el diario que un payaso mató a empleados del magnate y posible alcalde Wayne. La gente desesperada entonces deviene masa (hay un pasaje de la pura individualidad múltiple a una incipiente conformación de grupo) y, tomando la aleatoriedad de la máscara de payaso, la eleva a la categoría de símbolo unificador de un colectivo que clama por justicia.

Es así como un enfermo mental es elegido como líder que puede dar cauce a una angustia social impotente y descarriada. Sin embargo, él no puede, su subjetividad no se siente interpelada por ese llamado a asumir ser la cabeza de un movimiento de cambio. Murray, el comediante mediático, le pregunta en el piso del programa de TV al verlo pintado de payaso: “¿Ud tiene algo que ver con los payasos que protestan?”. Él, clara y contundentemente, dice: “No”. Cuando escapa de la policía en el subte toma eventualmente una máscara de payaso para pasar desapercibido. Pero apenas sale, la tira a la basura: él no pertenece a ese movimiento.

Su descarga personal es asumida por los desesperados como posibilidad social. Pero él no puede, ni espera, ni asume, ni entiende esa proyección sobre él. El film propone un universo que necesita un líder que dé cauce al malestar. Es significativo y conmovedor que el único que pareciera estar a la altura moral de la misión sea un enfermo mental, casi el punto “suelto” de la urdimbre social. En la maravillosa y surrealista escena en que una ambulancia choca al patrullero que lo transporta y donde él termina desmayado, los manifestantes lo retiran amorosamente y lo acuestan sobre el capot del patrullero haciendo una vigilia expectante; no saben si está muerto. La escena es un capitón en la línea narrativa. La ambulancia choca al patrullero; dos vehículos altamente simbólicos de la presencia del Estado colisionan: el resguardo de la salud choca contra el poder represivo. La ambulancia, que supuestamente tiene que salvar vidas, casi mata al síntoma de una sociedad en descomposición.

Arthur arremete, con una lucidez espasmódica e intermitente, contra el poder económico y su maquinaria simbólica televisiva. En la tele, Murray (referente paterno para Arthur, por eso doblemente cruel) naturaliza el desprecio, la violencia y la sorna; y siempre finaliza su programa cínica y livianamente diciendo: “That’s Life”(Así es la vida). Pero algo se filtra, como se le filtra la película a Hollywood: Murray exhibe el video patético en el que Arthur da lástima en vez de causar gracia, pero los televidentes se identifican con él, no se ríen de él. Su vulnerabilidad es la vulnerabilidad de todos.

Arthur es humillado una y mil veces. Arthur no es un psicópata ni un sociópata. No deviene el villano que esperábamos. Arthur elige: mata al nefasto compañero de trabajo que, a sabiendas de su fragilidad psíquica, igualmente le vende un revólver para que se “defienda”. Y Arthur deja ir al enano que fue el único que nunca le hizo daño. Arthur no calcula como haría un psicópata: ni se le ocurre pensar que cuando el enano se vaya puede ir a denunciarlo. No le importa. No mide. Sólo ejerce una violencia reactiva ante la violencia extrema vivida en la trama sociofamiliar durante toda su vida.

Como se dijo antes tampoco asume ningún tipo de liderazgo ni de misión destructiva en nombre de nadie. Arthur es un síntoma que aúlla. No es la encarnación del Mal. El Mal es un sistema monstruoso que reafirma la primacía de la acumulación de dinero por sobre la del bienestar social. Si el padre de Batman es su representante, la polaridad Bien y Mal está invertida. Impecable.

¿Arthur Fleck, transformado en El Guasón, se venga? No. Él no se dirige por iniciativa propia a asesinar a los que lo agredieron. Son los agresores los que arman la escena para redoblar la apuesta de sometimiento:  el compañero de trabajo va a su casa a “apretarlo”; Murray, después de humillarlo en la pantalla lo cita para reírse un poco más de él en vivo.  Arthur reacciona entonces con violencia extrema. La situación es: “Estás en el piso y te siguen pateando… ¿Cómo no ponerse contento cuando mata al tipo que le dio el arma?”.

En la línea de la vulnerabilidad y el sometimiento resultan muy agudos los comentarios musicales que trabajan por contraste con la imagen, generando un contrapunto irónico dado que se trata de canciones muy conocidas y emblemáticas de la cultura estadounidense. Por un lado “That’s Life” y la selección del fragmento “Some people get their kicks stompin’ on a dream” (algunos consiguen lo suyo pisoteando sueños). Y, por otro lado, “Smile” (Sonríe, así, en imperativo) que, no por casualidad es el tema musical de Tiempos modernos del payaso Chaplin: “Smile though your heart is aching, Smile even though it’sbreaking” (Sonríe aunque tu corazón duela, sonríe aunque se esté rompiendo).

Arthur sólo es feliz cuando delira. Sonreír y ser feliz aunque la realidad imponga lo contrario se ha convertido últimamente en mandato avalado por las llamadas “Neurociencias” –que más que “Neuro” son “Pseudo”- y todos los libros de autoayuda. Estos imperativos de felicidad individual no pueden ser menos que obscenos en la vida de Arthur y en una cada vez más creciente mayoría. Sólo un loco puede sonreír de verdad en este contexto. Y ese loco es El Guasón cuando abandona a Arthur para entrar de lleno en la locura.

Quizás lo anterior ayuda a responder con alegría ¿Por qué resulta tan popular El Guasón? El Guasón es un acto fallido de Hollywood porque muestra a su pesar lo que no quiere que veamos. De pronto algo nos despierta y nos identificamos individualmente con ese ser precarizado en todos los aspectos de su vida. Y como sociedad nos identificamos con un malestar colectivo y desesperanzado que busca un cauce para el cambio. 

Entonces cuando él mata con violencia a quienes lo violentan nos purificamos a través de la catarsis. La película es una tragedia. Y aunque Arthur devenido Guasón diga que ahora es comedia no lo creemos. No nos hace gracia. Ni él ni nosotros lo creemos. Arthur muere. El Guasón termina en un manicomio. Excluido. Recluido. Solo.

Guasón (Joker, Estados Unidos, 2019). Dirección: Todd Phillips. Guion: Tod Phillips, Scott Silver. Fotografía: Lawrence Sher. Montaje: Jeff Groth. Elenco: Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Zazie Betz, Frances Conroy, Brett Cullen. Duración: 122 minutos.

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