Si la fragilidad de la memoria y el hálito poético de una cultura precisaran imágenes que los representen, la unión de Ben Rivers y Anocha Suwichakornpong no podría ser más adecuada. Fragmentario, bello y misterioso, el viaje que regala Krabi, 2562 enlaza singularidades cargadas de libertad, no sólo borrando fronteras entre relato y documento sino haciendo convivir apuntes ficcionales sobre un espacio real -que no por ello pierde su capacidad de ser fábula, leyenda y memoria-.
Tres veces el paisaje brumoso en el que vive un hombre mayor rescatado del olvido aparece en la película. Un plano fijo, pinceladas verdes, algún animal suspendido en la pegajosa humedad de la selva: algo parecido al tiempo que transcurre conversándole a la eternidad. La imagen, desligada del relato que el anciano hace de sus días, parece pedir permiso para usurpar la subjetividad del viejo, asumir su punto de vista, pedirle prestada su mirada para que la cámara registre lo intangible de una experiencia. Solo es cuestión de asomarse con ojos atentos -parecen decirnos los directores- a esa pulsión híbrida de tradición y modernidad que ronronea en cada lugar que la cámara captura. Y el soporte elegido (un luminoso 35mm) es otra de las notas en tensión que se pulsan a lo largo del metraje de esta aventura analógica.
Del lado de ese mecanismo tenue y siempre frágil que es la ficción en las películas de Suwichakornpong, una mujer visita la región en busca de locaciones para un futuro rodaje (los ecos de la notable By the time it gets dark resuenan en Krabi, 2562, y en ambas películas el conflicto entre lo filmable y el relato oral que lo configura es un elemento fundamental). No sabemos demasiado de esta chica de mirada indescifrable, como si su cuerpo fuera también parte de una mitología viva y elusiva. Intercaladas con sus recorridos, algunas historias suman apuntes que irrigan lo caleidoscópico del movimiento: un equipo que intenta rodar un comercial, la presencia de la ciudad y sus habitantes, la pudorosa distancia con la que aparecen los turistas que sólo buscan sol, y algunos personajes más que no vale la pena develar.
Cuando la película decide desprenderse de la última gota de linealidad para abrazar definitivamente la duda y la sospecha, Krabi, 2562 se sumerge en un tiempo que le es propio, y el relato levanta un vuelo mágico, como ese concierto de murciélagos cruzando la pantalla de un cine abandonado, o como ese cuerpo que se desliza por aguas cálidas hacia la oscuridad de una caverna. Flotando en ese vacío quedarán la oralidad, las creencias, y algunos espíritus que tal vez, solo existan en la pantalla. Quien sabe.
Krabi, 2562 (Gran Bretaña/Tailandia, 2019). Dirección: Ben Rivers y Anocha Suwichakornpong. Duración: 93 minutos.
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