Hace diez años creíamos que la cantidad de estrenos anuales, más los festivales y las ediciones en DVD, era un número casi imposible de cubrir. Hoy en día es mucho más la cantidad de cine disponible: las plataformas y la posibilidad de bajar o de ver on line nos permite ver cine de cualquier parte del mundo.
El cine se ve en las salas, en la computadora o en el celular. ¿Por qué le pedimos al público que concurra a las salas? ¿Por qué les hablamos de las bondades del encuadre, la dinámica narrativa, el poder de la sala oscura? Claramente algo cambió y, de alguna manera, hay que aceptarlo.
Steven Spielberg trabajó duro y parejo para que Roma no ganara el Oscar a la Mejor Película, por no considerarla apta, por no proyectarse en salas. Pero Netflix ya había decidido estrenarla en salas, no muchas, pero sí las necesarias para evadir el impedimento y poder competir. Es gracioso que sea justo Spielberg quien decida dar esta batalla, en teoría por una cuestión simbólica, ya que declaró que Roma le parecía muy buena y que Cuarón era un gran director. Como manda el negocio, hay que quedar bien con todos, también está en juego una parte de la torta, una porción gigante del mercado actual, que con los años va ir creciendo, mucho o poco, realmente no podemos saberlo. Tanto el cómo su compadre George Lucas son los que cambiaron el mercado del cine en los setentas -con Tiburón y La guerra de las galaxias-, y se podría decir que también asumieron entonces el desafío simbólico de disputar una gran porción del mercado. ¿Acaso no eran el Netflix de aquellos tiempos?
Más allá de esta batalla que tiene un solo ganador, hay otro tema -tan o igual de importante- y es que Netflix distribuye también películas de todo el mundo. Esa presencia es decisiva para detener el estreno en salas de películas que brindan una variante en el mercado -cine europeo o independiente de alguna parte del mundo, películas celebradas en festivales importantes- y que antes llegaban a nuestro país -como a muchos otros-, mediante distribuidoras pequeñas que utilizan el circuito alternativo de exhibición y que responden a estructura más artesanal.
Podemos pensar en Lazzaro Felice de Alice Rohrwacher presentada en Cannes, o en Girl de Lukas Dhont, en ¿Quién te cantara? de Carlos Vermut, o Velvet Buzzsaw de Dan Gilroy, el director de Primicia Mortal, y en muchas películas más. Hold The Dark es otr de los títulos distribuidos por Netflix, único lugar en nuestro país donde se la puede ver.
Jeremy Saulnier ya tiene varias películas en su haber: Green Room, otra que también se puede ver en la plataforma, es una historia pequeña, tensa, un accidente que deviene en una especie de infierno neo nazi. También fue el director de los dos primeros episodios de la tercera temporada de True Detective, elegido tal vez por su solvencia para narrar y sostener la tensión con muy pocos elementos. Obviamente que hablando de la serie de Nic Pizzolatto, la tensión ya está a fuego marcada en el increíble guion de esta nueva entrega, que al igual que en la primera temporada, decide sumergirse en el sur profundo, abusivo, racista, negador y esotérico.
Hold The Dark tiene un principio sombrío: un niño juega en un paraje de Alaska, una pequeña comunidad muy precaria que alberga gente de clase baja -o lo que ellos llaman white trash-, hasta que aparecen unos lobos. De ahí en más solo sabemos que el niño desapareció y Saulnier nos introduce lentamente en un policial con señas hacia lo sobrenatural que nunca terminan de ser explícitas, nos sumerge en el minucioso trabajo de construcción del relato apoyado en la potencia visual del punto geográfico, y nos regala una luz que por momentos nos deja sin aire en ese territorio retirado que oprime la atmósfera.
El juego con el thriller le permite una arquitectura social que delimita los problemas en una zona oscura, de lo más oscura del sueño americano: la guerra en Medio Oriente, los habitantes que aún quedan de los pueblos originarios hundidos en estos pozos llenos de resentimiento y marginalidad. La madre del chico desaparecido contacta a un experto en lobos -quien, además, ha publicado una conocida novela sobre el tema- y le pide ayuda. Lo más curioso de la película es que nada es lo que parece y las sucesivas pistas falsas que el relato planta se confunden de manera orgánica con el paisaje, que resulta tan violento como las decisiones que toma Saulnier con algunas muertes (o, mejor dicho, con todas). Esa violencia seca, con algo de gore, que se resuelve en dos o tres planos, con una pátina realista y algo cruel.
Si tuviera que rastrear los recursos que Saulnier pone en escena podría remontarme al gótico sureño, que nunca parece perder su riqueza, ni entregarse al crepúsculo, que siempre parece mutar en nuevos mundos acabados que inclusive puedan prescindir de esa geografía autóctona y mudarse a cualquier otra. El territorio que habita Hold The Dark tiene los cultos paganos, los crímenes y los horrores producto de la atmósfera viciada de generaciones violentas. El espanto del terreno árido y desarticulado de esa humanidad es el brebaje del que bebemos para transitar un relato que tiene ideas y ningún apuro por llevarnos al mismísimo infierno más pobre y más frío de todos.
Calificación: 7/10
Hold The Dark (Estados Unidos, 2018). Dirección: Jeremy Saulnier. Guion: Macon Blair (basado en el libro de William Giraldi). Fotografía: Magnus Nordenhof Jønck. Montaje: Julia Bloch. Elenco: Alexander Skarsgård, Riley Keough, Beckam Crawford, Jeffrey Wright, Michael Tayles. Duración: 125 minutos. Disponible en Netflix.
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