Texto leído el sábado 8 de agosto en la presentación de La imagen fisiológica.
Hay algo en la vieja palabra “cinefilia” que me resulta, por lo menos hoy, confuso y engañoso. En sus comienzos (que vaya a saber uno cuáles fueron) probablemente tenía otros sentidos, en otros idiomas, en otros contextos. Ese viejo “amor al cine” tiene hoy cierto sentido de santidad secular, de vieja práctica cultural que fue combativa en su momento y hoy puede ser venerada o empaquetada, pero que no moviliza demasiado a nadie.
Cualquiera puede amar el cine. Hoy en día todos vemos cine. Con la proliferación de pantallas y la digitalización, todos vemos constantemente películas, podemos acceder a ellas básicamente en cualquier momento. La vieja práctica de la memoria cinéfila es hoy obsoleta y la reemplaza un culto más o menos desembozado por la memoria cinematográfica afectiva, con una fuerte marca de nostalgia y, sobre todo, una idea subterránea de que somos en alguna medida (por lo menos también) aquello que vimos.
Por lo menos desde mi generación en adelante, crecimos mirando televisión y cine y entiendo que con el tiempo la situación avanza cada vez más. Hoy todos somos (o podemos ser, si así lo decidimos) cinéfilos. ¿Quién no ama el cine? ¿Quién podría no amarlo?
Habrá, sospecho, como siempre ha habido, gente que lo considera un entretenimiento banal. Hay, sospecho también, gente que se considera importante en la medida en la que rechaza ese entretenimiento banal por algo más importante que cree ver en el cine. Hay, hoy más que antes, gente que ama una parte puntual del cine y atesora y evalúa y profundiza ese cine con pasión obsesiva. Hay gente, como siempre, que solo sigue actores. Gente que prefiere las comedias a las de guerra. Hasta hay gente, como siempre, que se queja de que el cine ya no es lo que era. Todos somos cinéfilos.
Pero esa cinefilia no conduce a escribir sobre cine. Si todos somos cinéfilos, no todos somos críticos.
¿Qué significa escribir crítica de cine? Es difícil definirlo. No es trata, como sostienen algunos con una idea ya definitivamente obsoleta, de escribir aquello que se publica en los diarios en papel como “crítica de cine”. No solo porque muchas veces esos textos no son críticas, sino fundamentalmente porque hoy en día la crítica de cine excede con mucho esos medios. Un crítico de cine no es el que le dice cada jueves a los lectores qué tanto vale la pena o no la película que se estrenó hoy. Pero así como la digitalización trajo una democratización caótica de la opinión, tampoco cualquier persona que escribe sobre cine es un crítico. Todos somos cinéfilos y todos podemos opinar sobre cine, pero no todos somos críticos.
De todas las posibles definiciones de qué es un crítico, creo que la más precisa que se podría decir es que un crítico es alguien que se toma el cine en serio. No en serio porque crea que el cine tiene que ser algo serio, grave o importante. No en serio porque una película, un director o un personaje lo conmovió, le gustó o no le gustó, y considera que sus gustos o emociones son importantes y debe transmitirlos o imponerlos. Lo menos importante de un crítico son sus gustos.
La condición que lleva a alguien a convertirse en crítico es la que le hace creer que en el cine se le va a la vida, que lo que pasa en una pantalla es algo digno de atención, que vale la pena dedicarle tiempo a las películas porque las películas valen por sí mismas, porque abren mundos, porque nos abren al mundo. El cine no es el vehículo de nuestra nostalgia y no es nunca intrascendente. Lo cual no quiere decir que no pueda ser ligero, al contrario. Es difícil de explicar. La condición que hace a un crítico de cine es una clase particular de esquizofrenia que lo lleva a creer que aquello que objetivamente no tiene importancia (más allá de los millones que mueve) es, en realidad, fundamental.
La segunda (y verdadera) condición que hace a un crítico de cine es una convicción posterior a esta: la idea de que no solo las películas son importantes sino que, sobre todo, vale la pena discutir sobre ellas. Discutir no tiene que ver con intentar tener razón. Un crítico nunca tiene razón. Lo que tiene es un punto de vista. Lo que tiene, en el mejor de los casos, es una intriga y una pasión que lo llevan a indagarse por el cine, y a través de este, por el mundo.
Con estas dos condiciones, con sus gustos, con sus experiencias, con su vida a cuestas, con sus problemas, con sus contextos, con lo que desayunó por la mañana y con sus charlas tenidas y por tener, el crítico se enfrenta a una pantalla sabiendo que cada nueva película es una nueva apuesta para configurar y explorarel mundo. Si una película no cumple con su propio potencial, puede ofenderlo profundamente. Si una película abre puertas, la exaltación puede ser infinita. Esquizofrénico, el crítico puede ser también un poco desequilibrado. En el medio está el aburrimiento, que conduce a terrenos más adocenados. Entre la proliferación de cine y la proliferación de medios para escribir sobre cine en la que vivimos, sería importante volver a definir esas líneas tenues que distinguen el acto de amar y opinar sobre cine del acto de la crítica. Porque creemos que es importante.
Fotos: Marcos Vieytes
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