Ni las ambigüedades morales del noir ni las sociales del cine de gángster son el fuerte ni el interés de este lindo cotillón de fórmulas reaccionarias que cumple con nuestro lado políticamente incorrecto al plantearlas, así como la sonrisa ladeada y autosuficiente del espectador le devuelve el gesto socarrón a este folletín de machos pistola coloreado a lo historieta. Porque Hollywood produce tanto cotillón ultra conservador como progresista ¿o Cloud Atlas no es Hollywood? Eso habría que charlarlo, pues fue codirigida por el alemán Tykwer, circula información afirmando que los Wachowski financiaron el proyecto por cuenta propia, lo que la haría un poco más independiente que varias películas chicas que así se autodenominan, y no es precisamente liberal en buena parte de sus contenidos. Cuando hablo de cotillón no soy peyorativo. En principio, soy literal. Una parte de Fuerza antigángster transcurre en navidad, así que hay muchos regalos, adornos y baratijas. Esa es la materia plenamente asumida de la película, que parece venir de una novela gráfica, desparrama color, acciones que exceden el verosímil físico por más que no sea una de súper héroes y esté ambientada en Los Angeles allá por los ’40, una medida no demasiado canchera de autoparodia (que vuelve tolerable a Sean Penn y manifiesta bastante inteligencia por parte de los realizadores), líneas de diálogo menos filosas que tan deliciosamente previsibles como ver pasar las figuritas del pilón de un compañero que no tiene ninguna nueva para ofrecernos, iconografía arquetípica ideal para el merchandising si hubiera cajitas felices para adultos, grandes caras de piedra (Josh Brolin, Nick Nolte) y una mínima tensión entre el imaginario de ese cine originalmente de celuloide y el presente digital que lo resucita.
También pertenece al subgénero de patoteros, por designarlo de alguna manera. Me refiero a esas películas en las que un líder recluta a un grupo de hombres duros que no saben otra cosa que matar y están dispuestos a todo, en este caso hacer cumplir la ley por fuera de ella. La cuestión planteada al espectador es menos ética que psicológica, porque suelen ser juegos similares a los que jugábamos de pibes con la barra del barrio, a los que se le añade un poco de sangre y nada más. Con más razón tratándose de Fuerza antigángster, que ya no tiene la materialidad políticamente incorrecta de Doce del patíbulo ni la densidad discursiva hiperbólica y cinéfila de Bastardos sin gloria. Como conversamos con Gustavo Castagna, en los ’80 fue Los intocables, en los ’90, Los Angeles al desnudo, y ahora Fuerza antigángster, salvando las distancias, aunque probablemente sea una versión de Mulholland Falls, de Lee Tamahori (neocelandés que llamó la atención con la desaforada ficción sobre una pareja maorí suburbana contada en El amor y la furia), en la que también se formaba un escuadrón para combatir el crimen en Los Angeles al mando de Nick Nolte. El origen de la película es una crónica en siete partes sobre la lucha contra los gángsters de la costa Este encabezados por Mickey Cohen que trataban de instalarse al otro lado del país. La escribió el periodista Paul Liberman para Los Angeles Times bajo el título Cuentos del escuadrón gángster a fines del 2008 y puede leerse en internet. De esas crónicas escuetas con unos cuantos datos y varias fotos en blanco y negro salió esta película a colores y placenteramente insustancial. En un momento alguien habla de un elefante en un bazar y podría decirse que la película consiste en mostrarnos lo que hace una mosca, en lugar del paquidermo en cuestión, revoloteando entre artículos para el hogar y enseres plásticos, pero pongamos ‘frágiles’ para continuar con la imagen. Si bien la cosa empieza con una escena de violencia en el que los códigos del gore se hacen presentes por un breve y distanciado instante, acá nada resulta doloroso ni tiene entidad dramática. La mosca vuela rebotando en la cristalería pero no hay copa que se quiebre ni vaso que se caiga, porque hasta el rataplán de las Thompson se vuelve tintineo musical, encanto de sonajero amable como el sentimentalismo de Gosling y la falsa fatalidad de Emma Stone, que está más linda que buena, como la película.
La anterior de Fleischer era igualmente amena e insustancial, parcialmente instalada en la comedia, con la virtud de dar cuenta, a través de la más pura ficción, de un estado de cosas caótico. Fuerza antigángster no funciona como registro alternativo del presente, pero tampoco constituye un ente estético autónomo robusto o cariñoso como aquel. Lo suyo es la ligereza circunstancial del juguete nuevo que entusiasma al bebé durante un par de minutos y del que se olvida en un santiamén. No hay un Woody Harrelson sacado y querible como en Zombieland porque el marco exigía un grado mayor de seriedad, aunque Robert Patrick (el malo de Terminator 2, el padre de El mundo mágico de Terabithia) haciendo de sheriff parece venir del circo rodante de Buffalo Bill, y la corrección política de la inclusión de un negro y de un latino en el grupo casi funciona como chiste. Hasta este somero repaso de los actores y sus roles expone la ausencia de discurso, lo que suplanta la densidad del sentido por la confortabilidad del paseo por un shopping del clisé cinéfilo gangsteril diseñado para atraer la atención de un stand a otro y dar vueltas por ahí sin más ganas que las de mirar todo lo que brilla siempre a punto de aburrirse por tanta maravilla hueca y sin siquiera darse cuenta de ello.
Fuerza antigángster (Gangster Squad, 2013), de Ruben Fleischer, c/Ryan Gosling, Sean Penn, Emma Stone, 113′.
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