Atención: Se revelan detalles del argumento.
Ya desde la primera escena -un cena con amigos- queda planteado el conflicto. Meira (Hadas Yaron) arrastra una mezcla de hastío y tristeza que podría medirse en ciclotones. Los niños, los rituales, la peluca, las luces que se apagan, lo que se espera de ella, todo la tiene bastante harta. Odia su vida y todo lo que representa y, de alguna manera, lo manifiesta. El detalle, nada menor, es que Miera, su esposo Shulem (Luzer Twersky) y su pequeña hija son parte de la comunidad jasídica y, como judíos ortodoxos que son, viven bajo reglas y rituales particulares y estrictos. Meira se rebela tibiamente contra su destino escuchando soul a escondidas y persiguiendo a los ratones de su cocina con infatigable constancia. A los retos y reclamos de su marido, Meira responde fingiendo teatrales desmayos, «haciéndose la muerta», y aunque a nuestros oídos eso suene familiarmente almodovariano y hasta nos dibuje una media sonrisa, está lejísimo de parecérsele.
Félix (Martin Dubreuil), el otro vértice de este triángulo, es un hombre solitario que se ha distanciado de su adinerada familia con la que, en este momento, se reencuentra a debido a la muerte de su padre. Dentro de este planteo bastante clásico nuestros personajes, cargando sus propias tristezas, se cruzarán en la panadería del barrio en el que ambos viven.
Los dos, tristes, tristísimos, se relacionan. Lo que parecería bastante normal para el futuro de ese encuentro (dos desconocidos desconsolados se cruzan y, finalmente, se enamoran) acá hace ruido. En la pintura de la comunidad ortodoxa a la que Meira pertenece no parece muy habitual la independencia con la que ella se mueve: habrá visitas a la casa de Félix, el coqueteo ,y cierto deslumbramiento con el universo de posibilidades que este hombre ofrece; y él, por su parte, se verá seducido por su belleza y cierto extraño exotismo que Malka, como la llaman en casa, representa.
De historia de amor hay poco y nada. La película de Maxime Giroux es absolutamente desapasionada, distante, parca y meditativa. Con algunos pasajes gratos, siempre apoyados en la belleza de la actriz (a la que la cámara adora, sin dudas). Lo más interesante se da sobre el final, en la extrañísima escena en la que Shulem (el marido) confronta a Félix (¿el amigovio?) que se limita a escuchar en silencio. Notable, el personaje que encarna lo más rígido del universo del que nuestra heroína quiere escapar termina siendo el único que me generó cierta empatía, quizás porque es el único que hace gala de cierta pasión al defender a su compañera, a la que de antemano presiente perdida.
El final los encuentra en Venecia pero el romántico escenario no afecta en nada el rictus de nuestros personajes que siguen sin sonreír. Meira, con sus niña en brazos, pregunta: «Félix ¿dónde iremos?», lo que parece poner en duda el futuro de esta pareja.
Lo notable es que todo el drama se desarrolla en un clima de pasmosa contemplación articulado en largos planos fijos. Los personajes monologan o hacen silencio y, como era de esperarse, parece que todos pierden.
Félix & Meira (Felix et Meira, Canadá, 2014), de Maxime Giroux, c/Hadas Yaron, Martin Dubreuil, Luzer Twersky, 105′.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: