¿Nunca sintieron un déjà vu y quieren ver, más o menos, de qué se trata? Entonces miren Extrañas apariciones 2, donde la sensación de “esto ya lo vi” y “esto ya se a dónde va” no lo abandonan a uno ni un minuto. No hay excusa para ver esta película, excepto que se busque una burda forma de entretenimiento. Para peor, al igual que su precuela (que es sólo precuela por nombre original y concepto, no por argumento), se encuentra entre esa calaña de películas que se puso de moda hace un par de años y que se toma muy a la ligera esto de “basado en una historia real”. Esa misma afirmación se pone en crisis cada par de minutos hasta volverse absolutamente inverosímil, y sólo funciona si se trae a colación el aforismo filosófico que reza que hay tantas verdades como hombres que las dicen.
Dentro de lo que es el terror moderno, Extrañas apariciones 2 pertenece a un subgénero del mainstream que, a falta de un mejor término, denominaré terror pop. ¿Qué características comparte este subgénero? La predominancia del golpe de efecto como “punto fuerte” o clímax de la evolución narrativa, el pastiche de clichés del género sin un concepto unificador de fondo, un ritmo narrativo acelerado y anti-climático, diálogos sobreexplicativos, y, la mayoría de las veces, algún eye-candy (o sea, deleite para el ojo) físico, ya sea masculino o femenino. Sintetizando, el terror pop es un subgénero absolutamente pavloviano que apela directamente al estímulo-respuesta y no a la razón del espectador.
Esta vez, un matrimonio con su única hija se muda a una antigua casa en el sur de los Estados Unidos y, a los pocos minutos de llegar al lugar, la niña comienza a ver extrañas apariciones (don perceptivo que heredó de su madre, pero del que ésta reniega por temor y decide ahogar con pastillas). Investigar sobre los orígenes de la casa los llevará a nuevas revelaciones que les traerán algo de dinero, un extraño resurgimiento del racismo americano de antaño, y, claro, un par de problemas.
Desde los primeros encuadres, Extrañas apariciones 2 abusa de una sobreexplotación de recursos narrativos (y de montaje) que vuelve obsoletos los “sustos” y el “suspenso” del resto de la película. La edición de sonido y la elección de la banda sonora, elementos tan cruciales para el cine de terror, no ayudan a las ya triviales imágenes, y en sus momentos más clásicos hasta se perciben aires paródicos involuntarios. El montaje (al igual que los tiempos cinematográficos) es acelerado y vertiginoso, generando un falso dinamismo insostenible. Y la incapacidad actoral del cast de turno no aporta demasiado. El único aspecto que se puede rescatar es la fotografía, y hasta algún que otro encuadre que por momentos indica que el director sabe dónde poner la cámara, hasta que se vuelve a olvidar.
Aparentemente la productora ya tiene planes para una tercera entrega de la saga que transcurrirá en Nueva York, y el terror pop parece no estar dispuesto a detenerse. Presupuestos relativamente bajos y éxitos de taquilla asegurados, también en nuestro país. ¿Por qué habrían de detenerse? Al fin y al cabo lo único que busca el gran público es un estímulo al que responder, y lo único que buscan las productoras es el dinero de ese público.
Extrañas apariciones 2 (The Haunting in Connecticut 2: Ghosts of Georgia, EUA, 2013) de Tom Elkins, con Abigail Spencer, Chad Michael Murray, Emily Alyn Lind, Katee Sackhoff, Cicely Tyson, 100′.
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