La observación es la manera más efectiva de adquirir información y conocimiento del mundo exterior a través de nuestros sentidos, razón por la cual se convirtió en una técnica primordial del método científico. Por eso no resulta extraño que en la extrapolación de este proceso de observación científica al arte –en este caso, al arte cinematográfico- se hayan trasladado algunos conceptos significativos relacionados con el conocimiento empírico irrefutable, como objetividad o verdad. Para muchos estudiosos y analistas del séptimo arte, la observación es una de las características determinantes del documental, fundamentalmente para lo que se conoce como documental de observación, en el cual prevalece la no intervención del realizador, quien generalmente deja que los sucesos que se desarrollan, tanto dentro como fuera del cuadro, sigan su curso natural, siendo el registro puro de las acciones lo que guía el relato. Es improbable un cine objetivo, sin intervención alguna del realizador. Lo que en realidad se busca, es evitar la intervención directa.
En este sentido, El tiempo encontrado es un documental de observación que prioriza la belleza de las imágenes y el paso del tiempo como única estructura posible.
La película narra la cotidianeidad de tres trabajadores bolivianos –Darío, Edwin y Berta-, que solo conocen una forma de ganarse la vida: el esfuerzo y el trabajo. A través un registro no invasivo pero íntimo, vamos conociendo a los protagonistas y sus quehaceres. Los planos abiertos invitan al espectador a asomarse con paciencia y cautela a la intimidad de sus respectivos lugares de trabajo: la quinta donde Darío cosecha tomates, la casa donde Berta cose y teje, y la fábrica de ladrillos en la que trabaja Edwin. La cámara, siempre periférica, registra desde afuera, un poco escondida, en un intento por no perturbar la concentración de los protagonistas. Apostada detrás de algún elemento del decorado natural, juega a esconderse, obligando al espectador a adoptar el punto de vista del vouyer. De esa manera el relato va encontrando su propio ritmo, reflexivo e iterativo por partes iguales, pero siempre hipnótico.
Es por este motivo que cuando la cámara escapa de la periferia y registra desde dentro de la escena, demasiado cerca del personaje y un rincón artificial –como en la escena en la que Edwin Mamani realiza trámites en una oficina pública y la cámara se coloca detrás del mostrador- la puesta se nos antoja impostada y los protagonistas dejan de ser ellos mismos para comenzar a «actuar». La metrópolis y la burocracia incomodan tanto a Edwin como al relato. Cuando vuelve a la zona rural a trabajar con sus manos, y el lente de los directores lo observa desde una distancia prudencial, todo vuelve a encausarse paulatinamente.
La monotonía de esta vida sacrificada está retratada con belleza a través de planos largos y descriptivos, con un montaje interno que evita el estatismo gracias al constante movimiento dentro de cuadro, ya sea por las acciones de los personajes o el viento que mueve las hojas de los arboles. El silencio y los ruidos son un recurso tan importante como la plasticidad de la imagen. La voz off no existe, los diálogos son escasos y la música de transición es casi inaudible; sin embargo, los momentos de silencio introspectivo y los ruidos rítmicos son el complemento ideal para una imagen que ya de por sí resultaba atrayente.
El tiempo encontrado narra tres historias que confluyen en un sendero que nos lleva a un mundo interior ubicado en el sur profundo de Buenos Aires. En esa realidad que retrata el documental, donde aún existen las ferias de trueque y los celulares no tienen cabida, no existen las máquinas que reemplazan al hombre porque son ellos mismos, con sus cuerpos y su fuerza de trabajo, las máquinas de carne y sangre que realizan los trabajos más arduos. La monotonía de la labor que realizan temporada tras temporada, repetición que parece extinguirse al finalizar la jornada solo para volver a comenzar al día siguiente -como en la concepción filosófica del tiempo conocida como «El eterno retorno»- solo se rompe en algunos breves momentos de reunión familiar o en esas timbas y juegos de azar caseros que practican entre compañeros de trabajo.
El tiempo encontrado no es el típico documental de denuncia, no parece tener como objetivo mostrar las penurias que sufren los inmigrantes en nuestro país, que van desde trabajo esclavo hasta la discriminación racista y la xenofobia, sino más bien retratar un sector acotado de la comunidad boliviana, sus costumbres, sus añoranzas y los deseos de un pueblo humilde que adora la cultura del trabajo como si de un dios se tratase. Los trabajadores retratados en El tiempo encontrado demuestran que se puede ser feliz con poco, sin renunciar nunca a pelear por sus derechos y el bienestar para su familia. Reivindicando, sin golpes bajos ni sensiblerías colocadas a presión, a esos ciudadanos, vecinos y compañeros que fabrican los ladrillos que sostienen nuestros hogares, tejen nuestra ropa y cosechan nuestra comida.
El tiempo encontrado (Argentina, 2014) de Eva Poncet y Marcelo Burd, c/Darío Rejas,Bera Choque y Edwin Mamani. 89´.
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