El realizador francés Laurent Cantet, quien se hizo reconocido por su película Recursos humanos (Ressources humaines, 1999), en la que abordaba la problemática del desempleo producto de las políticas de corte neoliberal para maximizar las ganancias del empresariado capitalista, vuelve con su película El atelier a trabajar en la línea de su predecesora, Entre los muros (Entre les murs, 2008). Si en Entre los muros se trataba del marco de la educación formal, donde un profesor de literatura al frente de un alumnado multicultural y problemático trataba de sostener el curso y hacer cierta transmisión del valor de la literatura para sus vidas, aquí nos encontramos en un pequeño taller de escritura de reinserción de aquellos jóvenes que por diversas razones no han accedido o no han continuado una educación formal, sin poder por ello integrarse al mercado laboral.

Este taller está coordinado por Olivia Dejazet (Marina Fois), una prestigiosa escritora que ve allí la posibilidad de obtener material para una novela que está escribiendo -y frente a la cual está estancada- y al mismo tiempo de realizar una contribución humanitaria. Entre los participantes están representadas las principales etnias desclasadas presentes en Francia: musulmanes, africanos, franceses pobres.  La acción se sitúa durante el verano en el pueblo costero de La Ciotat, en la región de Provenza, cerca de Marsella, otrora puerto influyente que en la actualidad se encuentra venido a menos, luego del cierre de su famoso astillero, mezcla de herrumbre oxidada y nostalgia.

Cantet nos va brindando paulatinamente la información sobre los integrantes del taller, casi al modo en que se construye una novela. De entrada los vemos interactuar sin saber nada de ellos, vemos nacer la propuesta de escribir una historia de suspenso, y poco a poco vamos conociendo sus nombres, sus procedencias y maneras de pensar. Hay cierto isomorfismo entre el desarrollo de la novela que se intenta escribir el taller y la historia que se va desarrollando ante nuestros ojos de la mano de la mirada de Cantet.

Durante el taller, surgen entre los participantes diversas discusiones respecto a la época en la que se va a situar la historia, cuál es la motivación del crimen cometido y dónde se lleva a cabo finalmente. En esas discusiones irá resaltando la figura de Antoine, (Matthieu Lucci) un joven fránces que todo el tiempo enciende la ira en el grupo con sistemática provocación que va de la mención del reciente atentado ocurrido en el Teatro Bataclan, o la mención a la coordinadora de lo mala que es su última novela al no poder encontrar allí un sentimiento de verdad subjetiva en lo que es relatado. En este último punto, Cantet se sirve del taller de escritura como ocasión para poner a la luz preguntas y problemas del campo artístico (y de la literatura en particular), como aquel de la necesidad de poder atisbar una chispa de verdad subjetiva en aquello que es narrado, pero a la vez la cuestión del límite, de hasta dónde se escribe esa verdad, de que no se muestre obscenamente al modo de una pura catarsis, y de que tenga cierto tratamiento y elaboración que la vele.

Antoine lentamente asumirá un rol protagónico, se perfila como un joven huraño, que se recluye evitando contacto con su familia, constituyéndose así la habitación en un primer espacio de intimidad en el proceso de separación respecto de los padres. Allí Antoine mira videos en internet sobre el ejército francés, sobre entrenamiento militarizado que practica en su cuarto y en la playa,  sobre un partido de Derecha extrema que considera que la entrada de los inmigrantes ha convertido a Francia en un país vulnerable, en el cual se irán desdibujando sus tradiciones. Aquí Cantet se revela un lector del filósofo político italiano Roberto Espósito quien ha acuñado los conceptos de Communitas e Inmunitas en sus trabajos y nos recuerda aquello que ya anticipaba Lacan en el año 1967 en su texto “Proposición del 9 de Octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela” al decir que: “Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación.”

También Antoine será quien aporte al taller ideas que se pueden alinear al estilo militarizado de las series y películas de acción americanas, (deudoras de la salvaje política exterior  de aniquilación del enemigo llevada tradicionalmente por ese país), y quien vestirá remeras con leyendas escritas en  Inglés. (y aquí no deja de resonar que la política exterior francesa toma el mismo sesgo, como se vio en el último ataque realizado a Siria en una maniobra conjunta de EEUU, el Reino Unido y Francia). De este modo, Cantet va delineando el perfil de este personaje, y poco a poco mediante el desarrollo de la trama iremos entendiendo sus motivaciones más profundas.

Por otro lado, entre la coordinadora del taller y Antoine se irá desarrollando un vínculo mediado por la curiosidad mutua y el voyeurismo: ambos buscarán obtener más información sobre el otro buscando sus respectivos perfiles en las redes sociales, acechándose cual cazador en busca de su presa y será muy interesante el manejo de la tensión entre ambos personajes moviéndose en la ambigüedad del entrecruzamiento entre Eros y Tánatos. La contraposición entre Olivia y Antoine también sirve a Cantet para dar cuenta de dos posiciones diferentes respecto del valor de la escritura (y el arte en general): la escritura como posibilidad de salir, de evadirse de la realidad (posición de Antonie)o la escritura, la creación artística como una herramienta de transformación individual y social.

En esta película Cantet logra captar dos fenómenos de la época contemporánea que no atañen a síntomas como expresión de compromiso entre un deseo y la represión de dicho de deseo, sino que conciernen directamente al cuerpo como ser el odio (que apunta a la destrucción del ser del Otro, de ese otro cuyo goce diferente se me vuelve insoportable) y el aburrimiento (que se juega en el tedio de la eterna repetición de lo mismo y que deja al sujeto sin lugar para la sorpresa, que captó maravillosamente Melville en su personaje de Bartleby en Bartleby, el escribiente). Antoine, mientras deambula con la cara pintada, cual si fuese un soldado en guerra, con su primo y sus amigos para practicar su puntería frente a unas latas, pone en evidencia las ganas de matar, ya no respondiendo a una ideología o en términos de crimen racial, sino como modo de salir del aburrimiento, del hastío de los mismos lugares de La Ciotat, de la melancolía ante la falta de perspectivas de algo nuevo para su futuro. Y en este punto, la película puede ponerse en correspondencia con Funny Games (1997) del director alemán Michael Haneke, que en su momento se comparaba con La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick. Pero Alex y sus drugos no son violentos porque sí, o porque son malos en sí; las causas de la violencia pueden encontrarse en ese no alojamiento, en ese rechazo violento del seno familiar y tanto la novela como la película tienen un componente ideológico y moral. En cambio, en Funny Games no sabemos absolutamente nada de la novela familiar de esos jóvenes que atacan a la familia tradicional burguesa y queda más claro que su única motivación es divertirse con esos juegos macabros a los que someten a la familia, que el crimen puede ser una salida al aburrimiento. El último texto que producirá Antoine le permitirá bordear estas pasiones que habitaban silenciosamente en su cuerpo y esa creación nueva producirá a su vez en Antoine un cambio de posición.

El atelier es una película de Cantet en su más pura expresión, donde logra evitar los lugares comunes gracias al guión escrito en colaboración con Robin Campillo, y donde se muestra como ese entusiasta humanista que sigue apostando por el encuentro con lo diferente como ocasión para reposicionarnos y para recuperar la potencia del deseo.

El atelier (L’Atelier, Francia, 2017). Dirección: Laurent Cantet. Guion: Laurent Cantet, Robin Campillo. Fotografía: Pierre Milon. Edición: Mathilde Muyard. Elenco: Marina Foïs, Matthiue Lucci, Florian Beaujean. Duración: 114 minutos.

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