Resulta imposible no ver La vuelta de San Perón (2019), ópera prima documental de Carlos Müller, sin emocionarse. Son muchos los factores que mueven a la emoción, pero decir emoción no es sinónimo de sensiblería barata y desbordada, sino otra cosa. Por eso estas líneas.

El golpe militar del año 55 significó el fin de una etapa de conquistas sociales para los sectores populares históricamente olvidados y desfavorecidos de nuestro país que se inició con el advenimiento del Peronismo. La elite de la oligarquía tradicional y los sectores económicos más rancios y reacios a ceder algún privilegio creyeron que el golpe aplastaría y sepultaría bajo la rúbrica de lo no acontecido, aquellos sueños militantes de esa juventud peronista, a sus ojos revulsiva en su poder revolucionario y en su afinidad con las clases populares, que luchaba por un país más justo. En medio de un contexto socio-político complejo, las elecciones del año 1973 con Cámpora al gobierno significaban una nueva esperanza para los sectores más vulnerables de la sociedad, que depositaron sus sueños de una vida mejor en torno del regreso del general Perón de su exilio, luego de 18 años de proscripción política.

La historia, tanto a nivel individual como a nivel social, ha dado cuenta, más de una vez, que aquello que fue expulsado de lo simbólico siempre retorna e irrumpe con el signo del trauma, buscando su inserción en la cadena simbólica. Y así entonces, desde un anónimo rincón olvidado de un coleccionista en Deán Funes (provincia de Córdoba), un día del año 2014 llegó a las manos del programador del Cineclub Dynamo, Carlos Müller (a través de su amigo Albino González, coleccionista de Mar del Plata), una misteriosa caja de pizza. La humildad del envoltorio guarecía del odio un maravilloso tesoro cultural. Se trataba de un cortometraje filmado en 16 mm., sin créditos ni título que lo identifique, pero que dejaba ver un saber hacer con el lenguaje cinematográfico. En el cortometraje, Norma Teresa Cuevas de Aresta, una mujer de 37 años y madre (en ese momento) de 17 hijos, desde su hábitat de extrema vulnerabilidad, da cuenta en su relato de sus duras y fatigadas condiciones de vida y también de los sueños que anhela para su futuro y el de su familia. Sus fervientes esperanzas se depositaban con devoción en el retorno del peronismo al gobierno.

El corto se abre ciertamente al enigma: ¿Quién fue su realizador? ¿Cuál fue el contexto para el cual se hizo? ¿Qué fue de la vida de esa magnética mujer que lo protagoniza y de su familia? Incluso aunque no se supiera a ciencia cierta su título, la inscripción manual San Perón sobre la caja ya dice algo: ¿acaso no hay algo terrorífico y a la vez milagroso en la aparición, más de cuarenta años después, del fantasma que vuelve de la muerte en la imagen fílmica como testimonio de aquello que las clases acomodadas quisieron borrar y silenciar de la historia?

Una primera proyección en el marco del cineclub despierta entre los espectadores más avezados las más variadas hipótesis sobre su origen. ¿Podría el corto pertenecer al cine militante anónimo, podría ser de algún alumno de la escuela documental de Santa Fe, o acaso se trataría de un trabajo profesional al cual se le cortaron deliberadamente los créditos en el marco de la persecución política? El misterio que instala desde el comienzo la voz del narrador es el primer impulso en que se sostiene el documental. De allí brota el pulso que logra mantener enganchado y expectante al espectador a lo largo de la trama.

Si lo consideramos a nivel formal, La vuelta de San Perón es un documental convencional. La voz del narrador en primera persona da coherencia al relato y se acompaña de las apreciaciones de especialistas que con su mirada enriquecen el material encontrado, mientras se van montando imágenes de archivo filmográfico que reponen el contexto histórico del peronismo, fragmentos del cortometraje en sí mismo, así como los movimientos y los descubrimientos que el narrador va haciendo a su paso. Y aunque decir convencional no implica, en este caso, un desacierto, claramente el valor de La vuelta de San Perón no reside precisamente allí.

Desde el comienzo se hace evidente que el narrador procede como una suerte de arqueólogo. Tras el hallazgo de una enigmática y fragmentaria pieza, se lanza a la búsqueda de las partes que faltan al rompecabezas para dar con su sentido. El corto San Perón toma entonces estado público a partir de su proyección en el programa Filmoteca de Fernando Peña en la Televisión Pública. Y entonces, no tardan en aparecer sus realizadores y los descendientes de la protagonista que hoy viven entre la zona sur de la provincia de Buenos Aires y la localidad de Diamante en Entre Ríos. En esta línea, el documental hace evidente cómo en ausencia de un organismo estatal que se encargue metódicamente del cuidado y la preservación del patrimonio cinematográfico argentino, éste queda librado al azar del encuentro con el deseo de saber y la cinefilia de un particular como Müller, que opera como una suerte de médium para que aquello que no se resiste, sino que insiste, pulse por salir de la oscuridad del anonimato.

San Perón fue realizado en el año 1973 por Héctor Aure y Walter Operto como parte de un proyecto de historias de vida en el marco de la nueva programación de ATC gestionada por la izquierda peronista, que tomó su dirección tras la asunción presidencial de Héctor Cámpora. Expulsada la izquierda de la gestión cultural tras los convulsos enfrentamientos acaecidos en Ezeiza en el retorno del general Perón, el cortometraje se perdió y quedó sumido en las sombras de lo desaparecido.

Que la perla de San Perón acceda a la luz de la nominación más de cuarenta años después de haber sido realizado, conlleva claramente un efecto catártico y sanador que se cumple en varios niveles. El encuentro con la obra permite a sus realizadores, pertenecientes al sector más progresista del peronismo, comenzar a cerrar la herida abierta de lo que quedó trunco y cercenado por la violencia política de la derecha. Los hijos y los nietos de la protagonista pueden encontrarse (en oposición a la fijeza mortuoria e idealizada de la foto, de los recuerdos vagos de la niñez o de lo narrado por otros) con lo vivo del deseo de su madre (o abuela) a través de las imágenes en movimiento y de la resonancia de su voz, y entonces escribir en su memoria una nueva versión de ella. Y el corto en sí mismo puede ahora circular en paz al encontrar su lugar dentro de la historia del cine argentino y cerrar su proceso creativo en el encuentro con su público.

Uno de los valores de La vuelta de San Perón es ser el testimonio público de la encomiable labor de los coleccionistas y cinéfilos anónimos cuyo deseo ha permitido que un innominado cortometraje como éste, y tantos otros, puedan acceder a su inscripción en la trama simbólica de la memoria colectiva e individual que tanto se merecen. En esta labor, La vuelta de San Perón está en plena consonancia y a la altura de San Perón. Ambas propuestas eluden la bajada de línea militante y panfletaria, y sin embargo ambas adquieren valor de acto político. La primera, por su compromiso con la historia y la memoria, especialmente en estos tiempos en que se rinde el culto a lo nuevo y lo inmediato. La segunda, al legarnos uno de los testimonios más lucidos que se haya visto en los últimos tiempos sobre el significado profundo del peronismo como movimiento político de transformación social.

Tomando entonces ahora la historia dentro de la historia, esto es la que cuenta Norma en San Perón, se abre otra dimensión desde la que leer La vuelta de San Perón. Ya no desde el enigma de sentido y la reconstrucción simbólica, sino desde las resonancias poéticas que produce San Perón en sí misma y de la cual La vuelta de San Perón se hace su vehículo, sin restarle nunca su protagonismo.

San Perón, con su estética neorrealista, visibiliza la realidad social de Norma y su familia. La cámara la presenta en su cotidianeidad, sin juzgarla nunca por su condición ni sus decisiones y apunta a que el espectador pueda empatizar con ella. Del relato de Norma y de las imágenes que lo acompañan, se visualiza que los Aresta sobreviven a partir del cirujeo, práctica que realizan en largas jornadas diarias y en la cual participan colectivamente todos los hijos a bordo de un carro con caballo que les han prestado. Norma y sus hijos viven entre las chapas, la intemperie y el barro. Se sostienen a duras penas con lo que consiguen rescatar entre la basura que descarta el acomodado consumidor de las clases pudientes. La familia de Norma es entonces por un lado, la representación de la felicidad perdida de la infancia en ese permanecer unidos, pero al mismo tiempo es el testimonio directo de lo que implica en tanto humanos ser reducidos a meros desechos rechazados y olvidados por el capitalismo despiadado.

Uno de los fragmentos más conmovedores de San Perón es aquel en el cual la cámara se acerca a Norma en el momento en que le habla directamente a la bebé que alimenta y cobija con ternura entre sus brazos. Ahí le cuenta los sueños que depositó para su futuro con su voto por el peronismo: que sus hermanos puedan tener un trabajo seguro en una fábrica para que no les falte la comida ni el abrigo, que puedan acceder a una vivienda digna y decorarla ella misma con colores vivos y esperanzadores. En este punto, San Perón se constituye como un mensaje en una botella que regresa más de 40 años después, para interpelarnos. Cuando Norma le habla a su hija, también nos está hablando a nosotros, nos instruye sobre los valores de la solidaridad y la justicia social y nos insta a seguir comprometidos con ellos por los muchos que hoy siguen en su misma situación.

El encuentro con San Perón que habilita el regreso que le permite Müller, significa para el espectador abismarse a mirar lo que generalmente no se quiere ver y es una experiencia de la cual difícilmente se pueda salir indemne en cuanto a las emociones que despierta. En muchos va a despertar el odio al diferente y al peronismo acusándolo de demagógico y atacando su aspecto mesiánico. Pero, en muchos otros, va a generar la empatía de saber que la patria es el otro, que ese otro podría haber sido yo o que incluso me constituye como sujeto. Es claro que el peronismo tiene sus falencias y también es palpable el pensamiento mágico depositado en la figura de un salvador que encarna Perón en el discurso de Norma. Pero también es cierto que nunca ningún movimiento político se ocupó tanto de los sectores más vulnerables como el peronismo. Y también es cierto que nadie puede salir de la condición de indignidad humana ni desarrollarse en plenitud, si primero no hay justicia social que provenga de un Estado presente y garante de los derechos humanos más básicos. De hecho, la historia de la familia Aresta lo confirma. Por intervención de la solidaridad política del peronismo, los hijos de Norma ya no chapotean entre el barro y la suciedad. Hoy viven con humilde dignidad, junto a sus hijos, que juegan felices en la pileta de lona como antaño lo hacían ellos mismos en el potrero. Y si hoy pueden abrazarse con alegría en las reuniones de familia es con el orgullo de ser auténticos sobrevivientes de la injusticia social.

Y entonces, por el compromiso ético de transformar lo innominado en memoria y el áfono silencio en esa melodiosa voz que brota desde las entrañas mismas de la nada para que la miremos y la evoquemos, no queda más que decir Gracias. Gracias a La vuelta de San Perón por devolvernos a la entrañable Norma.

Puntaje: 8/10

La vuelta de San Perón (Argentina, 2019). Dirección: Carlos Müller. Guion: Carlos Müller. Fotografía: Matías Musa y Carlos Müller. Duración: 62 minutos.

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