“¿Dónde están? Vengan a buscarme. Por favor.” Con asombrosa síntesis y transcurridos solo 45 segundos de película, Yo niña presenta a su protagonista, define su motivación y plantea el punto de vista. Handy en mano y con una espumadera de cocina como intercomunicador alternativo, Armonía (brillante Huenu Paz Paredes) mira hacia la porción de cielo que se filtra entre los altos pinos de ese bosque patagónico, buscando una señal de aquellos seres que deben ir en su rescate. No sabemos quiénes. Quizás ella tampoco, pero al parecer deben darse prisa.

Luego de cosechar muchos premios con sus cortometrajes, Natural Arpajou pega el salto al largo con esta historia autobiográfica en la que desde el inicio deja en claro su principal preocupación: el periplo de una niña lanzada al lado áspero de la vida, tempranamente y sin lazarillo.

Transitan los años 70. Armonía tiene 8 años y es la hija de Pablo (Esteban Lamothe) y Julia (Andrea Carballo), una pareja hippie (o aprendiz de) que decidió mudarse al sur para experimentar la vida en contacto con la naturaleza, libre de contaminación urbana. La imagen bucólica de la cabaña junto al lago, el bote como medio de transporte y el amable paso de un tiempo que no sabe de relojes se desdibuja desde el arranque con lo improvisado del asentamiento, la falta de recursos indispensables y los toscos discursos que le imparten a Armonía, arrojándole de zopetón historias sobre burgueses y oprimidos.

La imagen es bella. Padre e hija comparten una charla sobre el bote. El sol los baña. Sólo se oyen pájaros y el rebotar del agua contra la madera. De pronto, Pablo le espeta “los humanos históricamente la cagamos siempre”. Es el preámbulo de lo que luego se transforma en ejercicios físicos para estar “física y mentalmente preparados para que no nos toque la mierda que hay en la ciudad”. Cuando Armonía pregunta por qué su pelo es de ese color rojizo, la respuesta de su madre es “Voy a tirar todos los espejos, porque alimentan la vanidad». Todas son frases innecesariamente crudas y que parecen obedecer más a un ejercicio de autoconvencimiento que a fines pedagógicos.

La cámara recoge la belleza del espacio y se deja atravesar por la luz de un sol tan dorado como el pelo de Armonía, dando a entender que algo de aquel experimento funcionó. Pero basta que vuelva a reunirse la familia para que ese mágico paraje se transforme en un saco asfixiante de discusiones agrias y reproches. A los duros momentos que le toca presenciar, Armonía le suma otros. Aquellos en los que espía por la ventana, o escucha desde su cama. Porque en esa casa se habla (y de qué manera) pero no se dice todo. Hay omisiones y recortes que hacen todo aún más confuso. Entonces vuelve a salir al bosque en busca de aquellos a quienes espera. Quizás ellos puedan contarle eso que no es dicho.

La falta de contención afectiva es también material: en esa improvisada cabaña nada los repara del viento, ni del fuego y allí preocupa más el abastecimiento de vino y cigarrillos que de alimentos. Una serie de infortunios, en los que los padres no están exentos de culpa, llevan a la familia a mudarse a la ciudad, en la casa de una tía que, sin decir agua va, vomita el decálogo antihippie: reprueba el modo de vida de su hermana, sirve milanesas a la pequeña vegana porque “sin los nutrientes de la carne se va a quedar chiquita” y le regala una Barbie. Pero en ese mundo normal, donde no falta abrigo, ni juguetes ni escuela, Armonía es la “rara”. “Lo mismo dicen de Janis Joplin”, se defiende, sin saber bien quién es Janis Joplin, ni qué es ser rara. Pero lo siente. Siente que es un sapo al que todo pozo le resulta ajeno. No le faltan razones para confiar que ella es la pieza que le falta a otro mundo, uno que está en algún lado y la espera.

Pablo y Julia están angostos de espalda. No saben, no pueden, no terminan de querer hacer lo necesario para que esa vida alternativa sea posible. Y sus desbordes recaen en la pobre Armonía, que debe muchas veces resolver como una adulta sin poder siquiera despuntar el vicio de ser niña y jugar con la Barbie porque “es un juguete obsceno, que tiene tetas y concha”.

En un momento de esa incesante cadena de tropiezos de Julia y Pablo, y frente a tanta desprotección, uno se pregunta si ya no es demasiado lo que ha tenido que atravesar Armonía. Recordar que detrás de esta historia se esconden experiencias de la directora durante su niñez ayuda a recuperar la confianza y disponerse a continuar. Después de todo, se sabe que algunas historias de vida transitaron más peripecias que las que una ficción suele ser capaz de contener.

Por momentos se siente a la narración demasiado sostenida en el texto y se hace demasiado evidente el objetivo informativo que tiene cada escena, su función en el relato. Pese a eso, la experiencia de Arpajou en la dirección de actores y las buenas interpretaciones protagónicas, entre las que se destaca la deslumbrante pequeña Huenu Paz Paredes, dotan de vida propia a cada pasaje, con momentos de intimidad cotidiana donde los pequeños gestos recobran su peso.

Cuanto más cerca estamos de Armonía, más crece la película. Es en cómo transita el desconcierto esa niña, a veces a los gritos, otras en silencio, donde la película adquiere mayor espesura. Y no es un logro menor, porque asumir y procesar el costo de los desaciertos es sin lugar a dudas una de las asignaturas más difíciles del mundo adulto. Y Natural Arpajou lo complejiza: hace descender su cámara a poco más de un metro de altura y logra sumergirnos en aquellas latitudes donde transitan quienes deben lidiar con los errores ajenos. Darle un nombre a lo que se siente pero no se entiende. Las marcas que deja ese prematuro esfuerzo son las que seguramente ayudaron a Natural a desandar el camino en búsqueda de Armonía.

Yo niña (Argentina, 2018). Guion y dirección: Natural Arpajou. Producción general: Alejandro Israel. Dirección de fotografía y cámara: Pablo Parra (ADF). Diseño de sonido: Martín Grignaschi. Dirección de arte: Marina Raggio. Montaje: Juan Pablo Docampo (EDA). Elenco: Esteban Lamothe, Andrea Carballo, Huenu Paz Paredes, Emiliano Carrazzone. Duración: 85 minutos.

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