Atención: Se revelan aspectos centrales del argumento.
Jack (Jacob Tremblay) abre los ojos. Es el día de su cumpleaños número cinco. Abre los ojos y ahí están la mesa, la pileta, el placar, la planta y mamá. La habitación es más que su hogar; es el mundo que junto a ella fabricó a su antojo bajo la luz del sol que se entrometía por la claraboya desde un lugar desconocido, sólo posible dentro de la televisión y únicamente accesible para el “viejo Nick” (Sean Bridgers), ese hombre que todas las noches se apropia de su mundo obligándolo a dormir donde debería habitar el monstruo: dentro del placar. En la habitación sólo viven él y Joy (Brie Larson), su madre, una chica que, según iremos deduciendo por las conversaciones mantenidas entre ellos, fue secuestrada por aquel hombre siete años antes y mantenida en cautiverio desde entonces. Jack, con los ojos abiertos de ingenuidad, no puede darse cuenta de que ese espacio ínfimo y oscuro no es un espacio feliz, al menos, para mamá que se ve demacrada, dolida y angustiada, aunque con una fortaleza indómita que nace del amor que siente por él. Jack no sabe de otro lugar ni de otra mamá.
La habitación es un relato partido en dos mitades: la primera transcurre enteramente dentro de esa minúscula habitación (más tarde sabremos que se trata de un cobertizo). De esta manera La habitación se presenta como una película de cámara, con escasos personajes y, por su cualidad abstracta, todo lo que allí se ve y sucede podría hacernos creer que estamos ante una especie de alegoría o relato simbólico. En cierta forma lo es, si tenemos en cuenta que “Old Nick” era una forma antigua de denominar al Diablo mientras que Joy es otro nombre de raíz religiosa (que refiere a la alegría en el señor), al igual que Jack (Jacobo/Santiago, variantes del hombre hebrero Ya’akov). Por otro lado, la concepción del niño es descrita como hecho milagroso por parte de Joy, producto de un rayo de sol que atravesó la claraboya cual espíritu santo. Dentro de este contexto nos iremos enterando de a poco acerca de las circunstancias que llevaron a Joy y a su hijo a vivir en esas condiciones. Como espectadores estamos instalados en la subjetividad de Jack; ello despierta una sensación de encierro mayor al dado por el espacio físico concreto ya que estamos dentro del cuerpo de una criatura que no es ni puede ser consciente de lo que pasa. Con nuestra experiencia podremos anticiparnos al dolor que le implicará ver, crecer y chocarse con la realidad. Jack deberá renacer, en otro acto sumamente alegórico que funciona como umbral hacia la segunda parte, para salvarse y salvar a su madre. Joy le enseña a “morir” para engañar al viejo Nick y así lograr que saque su cuerpo de ahí.
Jack abre los ojos y el cielo, en lugar de abrirse ante él, lo aplasta. Sale al mundo y descubre que éste es más que aquellas cuatro paredes, la mesa, la pileta, el placar, la planta, y que allí hay muchas más personas que mamá y el viejo Nick. En esta segunda parte, que corresponde a la liberación y en la que la película sale a exteriores e introduce otros varios personajes, Jack descubre paradójicamente las distintas prisiones y soledades a las que estamos condenados de nacimiento, idea manifiesta en el final cuando regresan juntos al lugar de cautiverio (por pedido del nene, como forma de enfrentar el trauma y superarlo) y Jack afirma que la habitación se ve pequeña porque la puerta está abierta.
Salir vuelve literal el dolor y el horror del encierro hasta esa instancia aparentemente figurado, y de nuevo nos encontramos contrariados por la subjetiva de Jack: este ser ahora liberado abandona sus formas extrovertidas y su infinita imaginación para encerrarse en sí mismo y descubrir la fragilidad propia y ajena. Jack abandona el mito y enfrenta la verdad humana. Su madre no es un ser imbatible sino, como él, otra nena buscando volver al encierro de su propia habitación, aquella que alguna vez construyó a su antojo. A partir de este aprendizaje ambos reedifican el lazo simbiótico y patológico que hasta ese entonces los unía (o “cortan el cordón”, para usar un término psicoanalítico cotidiano). Estar atado a alguien es estar atado a una pérdida y es necesario que brote la crueldad del mundo para que se reafirme el amor y su intrínseco dolor. Esta ruptura es primero asimilada por Jack, que por su condición de niño puede resistir y rehabilitarse con mayor facilidad que Joy, quien se ve arrastrada por la robustez de ese pequeño espíritu.
La habitación (Room, Estados Unidos, 2015) de Lenny Abrahamson, c/Brie Larson, Jacob Tremblay, Sean Bridgers, Joan Allen, William H. Macy, 118’
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: