De alguna forma un tanto caprichosa y fallida, las películas de Richard Linklater funcionan como un nexo entre el cine de Estados Unidos y el de Europa. Sin alejarse (demasiado) del clasicismo narrativo, sin alejarse nunca de una cierta idea del cine como fábula aleccionadora, Linklater ha visto, sin embargo, demasiado cine subtitulado como para caer plenamente dentro del mainstream. Esa estancia a mitad de camino suele dejarlo en un lugar incómodo, demasiado pretencioso para ser divertido, demasiado ingenuo para ser arty. Nadie podría acusarlo de independiente: puede moverse con soltura dentro de la industria, como lo demuestra no tanto el éxito como la convicción de películas como Escuela de rock. Y, sin embargo, sus películas están plagadas de proyectos extraños, de exploraciones formales que nunca podrían ser parte de la industria de la que él forma parte. Multiforme, Linklater puede ser muchas cosas, una buena parte de ellas mal cuajadas, pero también puede alcanzar, gracias a ese lugar del medio, inestable, una plenitud radiante del cine como mentira/verdad, un paraíso anterior a la pérdida de la inocencia, en el que el cine llega a ser todo lo que deseábamos que fuera.
El mejor Linklater es el que filma en tiempo presente. Hijo de la tradición, Linklater puede narrar con soltura, pero su mayor precisión la alcanza cuando aplica esa narración a los tiempos que rozan (engañosamente, por supuesto) el tiempo real. Fue así desde sus primeras películas, como Slacker y, de forma más paradigmática, Dazed and Confused. Linklater tiene un ojo, y sobre todo un oído, para los tiempos del intercambio, para las caminatas, las charlas, los ratos en los que la gente se junta para no hacer nada. Ese es su elemento. Lo lleva al paroxismo en la trilogía de las Antes de… y lo vuelve axioma en Boyhood.
Ese presente de Linklater, sin embargo, está lejos de las ideas (que podríamos llamar modernas) de trabajar con el cine desde el registro documental. No hay, o por lo menos no parece haber, nada improvisado en sus películas. Todo es artificio. Pero al tensar ese artificio hasta el extremo (por el lado de lo invisible), vuelve a trabajar con las unidades básicas de la ficción y con la fe más baziniana del cine. Algo de lo real (de lo real como aquello escurridizo que no logramos capturar nunca) se cuela por entre sus tiempos laxos y conversaciones rebuscadas.
Se podría decir que Everybody Wants Some!! es una especie de secuela de Dazed and Confused: esta narraba el último día de un grupo de chicos en el secundario, aquella narra el primer día de un grupo de chicos en la universidad. A pesar de la “continuidad” temporal (una transcurre a mediados de los ’70 y la otra a principios de los ’80), se podría pensar que en realidad Everybody… funciona como una reversión, casi una corrección, de Dazed…
Las dos están protagonizadas (más allá del trabajo coral) por atletas con inquietudes intelectuales (figura compleja que evade el problema de los estereotipos en las películas de secundaria/universidad), en ambas resulta fundamental el séquito de amistad masculina, que en un caso ya está formado y toca a su fin junto con el secundario, y en el otro se forma frente a nuestros ojos.
Pero ahí donde Dazed… se regodeaba en charlas inconformistas que nos abrían el espíritu adolescente de quien está a punto de dejar todo atrás y cree que conoce grandes verdades que se le revelan solo a él, Everybody… resulta mucho más simple. Lo dice el título: ¡¡Todos quieren cojer!! Los universitarios de Linklater 2016 están mucho más calenturientos que los pibes de secundario de Linklater 1993. No hablan necesariamente menos (aunque habría que hacer un conteo), pero sí dicen cosas menos profundas o, por lo menos, las dicen en una menor densidad de relación diálogo por minuto revelador.
Como si el Linklater 2016 estuviera ya de vuelta, menos preocupado por parecer contestatario o, para ser más precisos, menos preocupado por lograr que su película sea un despertador de conciencias, Everybody… se dispone de entrada para el placer. La diferencia entre el deseo y la confusión.
No hay más claridad en los personajes de Everybody… que en los de Dazed…, la claridad está en quien los mira. Más viejo, más curtido por la narración, Linklater parece haber descubierto que lo que sus hermosas criaturas tenían para ofrecer no eran sus ideas recalentadas en cerebros embutidos de hormonas, sino toda la belleza de su juventud calenturienta.
Everybody Wants Some!! es la película más solar y placentera de Linklater. Es también, por decirlo así, la más clásica, la más fordiana.
A las formas conocidas de filmar el presente en su cine se suma ahora un doble placer: por un lado, la confianza en los personajes por sobre las palabras de sus personajes; por otro, el aspecto puramente físico del accionar de sus personajes, ya sea tanto para cojer como para jugar al béisbol. Estas dos actividades, ejes centrales del quehacer universitario que se nos presenta, son las dos claves que determinan la relación entre los hombres que vemos en la película. En algún punto, Everybody Wants Some!! es una buddy movie múltiple, concentrada en un equipo de béisbol, en una casa. Todos juntos, ahí reunidos, los experimentados y los nuevos, los relajados y los competitivos, los líderes y los que siempre serán tomados de punto, todos quieren lo mismo. Su accionar es colectivo, por lo menos hasta llegar al umbral del desempeño individual. Fiestas y entrenamiento. Entrenamiento y sexo. Entrenamiento y amor. Todo está a medio decir en los vínculos que se establecen rápidamente entre los miembros del equipo. Everybody Wants Some!!, como buena parte de lo mejor del cine clásico de Hollywood, es una película sobre códigos viriles de convivencia. Lo importante es conocer los juegos, hacer como que sabemos las reglas e ir aprendiéndolas en el camino.
Se me ocurren dos escenas clave en este sentido, las dos relacionadas con el juego. La primera se da cuando los chicos están reunidos en la casa y el nuevo (el protagonista) se burla de su compañero porque creyó que lo que decían en el entrenamiento sobre el busca talentos que los estaba mirando a escondidas era verdad. Silencio, todos lo miran. Los insultos ahora se dirigen a él, que pone en duda la mentira obvia. Se imprime la leyenda.
La otra se da cuando, en un entrenamiento, se enfrentan el que parecería ser el bateador con más probabilidades de llegar a las ligas profesionales con el lanzador recién llegado, que no hace más que hablar y hablar sobre lo bueno que es. El lanzador insulta, es prepotente y egocéntrico, lo venimos escuchando, vimos las peleas que desata con su actitud (en las que los demás del equipo deben defenderlo, incluso si no lo soportan), pero llega la hora de la verdad: se enfrenta al mejor. El bateador no dice nada. Le lanza la pelota y él la batea fuera de la cancha. Un poco después, casi a un costado, el lanzador se acerca al bateador, elogia sus habilidades, el otro le dice: “Todo bien” y le da una palmadita. Todo se dice en pocos gestos, sin decirse. Unos aprenden de otros. Como si nada.
De esta forma, con pequeños momentos, con bromas, se va tejiendo el grupo, se perpetúa el equipo, se da iniciación a los recién llegados.
Cada tanto, Linklater no puede dejar de colar alguna frase sabionda, alguna reflexión autoconsciente levemente fuera de lugar, algún personaje demasiado lúcido (de esos que existen, pero no le hacen necesariamente bien a la ficción), pero esta vez parece que le ha ganado el placer de filmar.
Y a nosotros también.
Everybody Wants Some!! (EUA, 2016), de Richard Linklater, c/Blake Jenner, Tyler Hoechlin, Ryan Guzman, Wyatt Russell, 117′.
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