Cinéfilo argentino, si de verdad te gusta el cine, tienes un enano fascista adentro de entre menos nueve meses y la edad de Manoel de Oliveira el día que deje de filmar (en diciembre cumple 106 pero no para), y todavía no has ido a ver El justiciero, deja ya de mirar series, súper héroes o escarabajos de oro falso y corre a la multisala más cercana a tu dependencia, que Denzel Washington te está esperando con una de las dos peras y peladas más sensibles de la historia del cine (el otro tándem le pertenece a Bruce Willis), el paternalismo con el que siempre soñaste, la fantasía populista conservadora de Imparable, esa facha ternura de Hombre en llamas que ablanda el corazón más duro, y hasta una pizca del morbo incestuoso y pedófilo sublimado de El perfecto asesino para sazonar uno de los platos más sustanciosos del año.
¿Por qué no avisan? ¿Por qué no he recibido mails ni llamadas telefónicas de mis colegas advirtiéndome que habían estrenado una de las películas más ocho que estrenaron en mucho tiempo? Y que nadie se haga el chistoso recordándome el petardo ortopédico que el buenazo de Denzel se tiraba en la México de Tony Scott para salvar a Dakota Fanning cuando todavía era una nena. Las películas ocho («la pera partida te abrocho») son la cosa más linda que da el cine; película justa, redonda, sin más pretensiones que hacértela pasar bien con buenas, nunca extraordinarias, armas cinematográficas. Por la película ocho no das dos pesos antes de entrar y a la salida te vas satisfecho como nunca con una de Apichatpong, fumás tranquilo y meás de lo lindo. ¿En que festivales andan perdiendo el tiempo los críticos mientras el bueno de Fuqua (Día de entrenamiento, con el insoportable linklateriano de Ethan Hawke) tiene el tino de no mover la cámara casi nada, incluir contados planos redundantes y contar una de justicia por mano propia honesta como pocas, que hasta te hace recordar de a ratos a Duro de matar y eso es mucho decir. ¡Y aparece Bill Pullman en cuatro planos! ¡Y los latinos son gente buena, trabajadora, un poco excedida de peso y pollerudos, como debe ser! ¿Quién no va a querer a latinos así? De ese modo, el tío Denzel nos puede proteger. ¡Y además nos avisa que los libros no muerden (la película empieza con una cita de Mark Twain, el protagonista se manda El viejo y el mar y El Quijote, y seguro que después se termina los que les falta de la lista de 100 libros que no hay que dejar de leer empezada por su difunta señora)!
Después de coordinar un debate sobre Bárbara, de Christian Petzold, volvía caminando a casa cuando se me ocurrió ver una en la trasnoche. Afuera hacía calor, la gente disfrutaba la medianoche de octubre en la calle y un pibe que pasaba me pidió fuego para luego aconsejarme que prendiera los hábanos con fósforos en vez de encendedor común. Tenía razón. Llegué al complejo, que no está en un shopping y tiene dos entradas a la calle, una a media cuadra de distancia de la otra, dispuesto a ver lo primero que dieran. Cuando fui a entrar a la sala número 7 el acomodador me hizo notar que me había equivocado de sede: -Es enfrente, al fondo a la derecha -precisó. Incluso si la indicación era de mal agüero, la probabilidad de ver mierda no me espantaba sino todo lo contrario, como bien saben los lectores de esta página y todo espectador posta, muy especialmente el asiduo concurrente a festivales.
Eran la 1:20 y ni siquiera habían proyectado los avances de la función de 1:05. Uno de los cuatro que estábamos en la sala se levantó para ir al fondo a la derecha tradicional. Lo seguí para no sufrir durante el espectáculo de la derecha sin fondo que se venía, suponiendo que a la vuelta ya estarían proyectando la película y hasta contemplando la posibilidad de perderme el probable crimen que desatara el cumplimiento de la ley del talión correspondiente. Pero tuve tiempo de verlo y disfrutarlo (al espectáculo, no al compañero de micción) porque no solamente me encontré con que la proyección no había empezado, sino que minutos después me enteraría de que los empleados del cine habían olvidado por completo el cumplimiento de sus funciones hasta que se los hice saber respetuosamente mientras movía la pera como Washington cuando se enoja (como para que no ponga al villano de Vladimir Putin -perdon, Pushkin, Vladimir Pushkin se llamaba el personaje: hasta en cuestión de populismo el yanqui es superior al nuestro, ¿vio?, prefieren los libros a las alpargatas, y eso que los que hacen esta película son todos negros- en su lugar un tipo con apellido de padre de la patria). Así que 25 minutos después de lo anunciado empezó la película y la sorpresa no pudo ser mayor. ¡Fuqua había decidido experimentar dentro del estrecho margen del subgénero con un comienzo mudo! La convencional presentación y el primer intercambio de palabras entre personajes me desayunaron con la evidencia de que, en realidad, los operadores habían olvidado subirle el volumen al reproductor. Me quejé recién al cabo de unos cinco minutos porque subir y bajar las escaleras era un poco cansador, además de que con cada reclamo no solamente me quedaba sin piernas, sino también sin pera. A dios gracias escucharon cuando les grité desde el primer descanso, y no sólo transformaron a El justiciero en Una película hablada, sino que la volvieron a poner desde el principio. 45 minutos después de la hora señalada, ya cerca de las 2 AM, estaba listo para desayunar.
¡Diga que la película es buena! Qué digo buena, ¡buenísima! De otro modo no hubiera podido levantar ese muerto. Una película en la que el héroe es un empleado del Easy yanqui y va a enfrentarse en bondi con un escuadrón de asesinos contratados por la mafia rusa no puede ser mala. En realidad, podría serlo, pero la declaración anterior es un sofisma usual entre los críticos sin argumentos. Esta, sin embargo, no lo es. La evidente dimensión paródica del guión nunca es asumida por el personaje y allí está la gracia. Desde el principio sabemos que es una fantasía porque todo es falso, empezando por la puta rusa de Chloë “Carrie” Moretz, pero creemos en el verosímil propuesto, primero, porque queremos creer en el; segundo, porque se ciñe al tipo genérico de fábula y no lo desvirtúa con demasiados elementos de otro imaginario; tercero, porque los actores sobreactúan poco y nada y cuando alguno lo hace es dentro del marco de un estereotipo funcional al relato; y, cuarto, porque Fuqua filma esto como si lo estuviera haciendo hace veinticinco años, cuando daban por televisión la serie original en la que se basa, John McTiernan erigía a Bruce Willis (trabajó con Fuqua en Lágrimas del sol) como súperhéroe en camiseta y encontraba en Rickman el villano europeo y perverso perfecto (el de esta se llama Marton Csokas, está lleno de tatuajes y usa raya al costado; no está mal, pero J.J. Field está mucho mejor en Not Safe for Work, de Joe Johnston, que editaron en DVD). De yapa, el clímax de la película transcurre íntegramente en el Easy mentado y ese lugar es hasta tal punto un trabajado universo fílmico, un microclima conceptual, que permite las dos o tres –Fuqua no abusa nunca de nada esta vez- cámaras lentas dedicadas al héroe de rigor.
Si tienen que elegir entre El juez y El justiciero, no duden ni un segundo.
El justiciero (The Equalizer, EE.UU., 2014), de Antoine Fuqua, c/ Denzel Washington, Marton Csokas, Chloë Grace Moretz, Bill Pullman, Melissa Leo, 132’.
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¡¡IRÉ!!!
The Equalizer” es una gran película de acción en la que se demuestra que el cine de acción sigue vivo gracias a directores como Antoine Fuqua y en donde todo está cuidado al detalle,el guion, la música, los actores.
A mi me queda la duda de porq McCall abre y cierra la puerta del bar tres veces cuando mata a Slavi y compañía, alguien sabe porq es esto??