
1. A estas alturas hay una verdad indiscutible: las películas en episodios nunca defraudan. Uno sabe que se mete allí con plena conciencia de que el resultado va a ser desparejo. No importa cuántos episodios sean, sino que hayan sido realizados por diferentes directores, para garantizar esa irregularidad. Cuestión de estilos, o de elección de tonos o formas narrativas. Nada más que eso.
2. Perdí la cuenta de cuándo fue la última película en episodios que se hizo en Argentina, dirigida por diferentes directores. Está claro que ahí no cuenta ni El amor (primera parte) –que no es episódica, sino dirigida por tramos por diferentes directores- ni Relatos salvajes –que es episódica pero con un solo director-. Quizás sea Mala época la última que recuerdo. Los tiempos de las películas en episodios quedaron allá lejos, y al recuerdo vienen Las sorpresas o a De la misteriosa Buenos Aires. Entonces uno se pregunta por qué Edición ilimitada intenta revivir un formato, una manera de concebir una obra cinematográfica que lleva tiempo sin ponerse en práctica. ¿Intención modernista?¿Gesto vintage? La duda va a subsistir porque ni una ni la otra se justifican o se explican hacia el interior de la obra.
3. Hagamos de cuenta que la idea, tal como está expresada en las divisiones internas de la película fuera la de construir una especie de libro, si es que eso fuera posible. La referencia a cada una de las partes como capítulos, daría una sensación de continuidad y contigüidad que no se verifica. Si la noción de “capítulo” tiende a la idea de novela (o a lo sumo de construcción ensayística), lo que ocurre en cada una de las historias se parece más al cuento: historias separadas, con personajes y situaciones completamente diferentes, desconectadas unas de otras a no ser por la aparente pertenencia al mismo espacio geográfico. La pretensión ensayística queda descartada: las historias trabajan sobre la ficción más que sobre el terreno de las ideas. La contradicción, digamos, podría considerarse menor, pero es una señal de algo que no termina de funcionar.

4. El nexo que une a las cuatro historias tiene que ver con las formas que asume la literatura. En la primera, el centro está puesto en un lector –de ensayos por lo que parece verse- con dificultades en su visión. En la segunda, se trata de un escritor de cierta edad, claramente homosexual, que escapó de su pueblo a la ciudad, y que recibe la visita de un joven proveniente de ese mismo pueblo, nieto de una amiga suya, y que está intentando comenzar a escribir. En la tercera, la literatura es un elemento lateral: solo aparece porque la voz en off de la protagonista, menciona, durante la fiesta de cumpleaños a la que concurre, que ha escrito una novela. En la cuarta, la creación literaria se centra en la lectura de una escena teatral escrita por una de las asistentes a un taller de escritura. Pero también el nexo en común entre los cuatro episodios es el de correr a la literatura de ese lugar, de la manera que se pueda. Sacarla de ese lugar central como si fuera imposible de representar en imágenes la implicancia de la lectura, la escritura, el germen de la creación y la corrección. En algún punto, pareciera sostenerse en lo que Osvaldo, el protagonista del segundo capítulo, le señala al joven Serafín cada vez que éste quiere leerle lo que escribió: Osvaldo lo saca de la escritura, pone diferentes excusas (que es mejor salir a distraerse, que todavía no lo conoce lo suficiente, que hay que ser paciente) para no permitir el ingreso de otra palabra que no sea la propia. Y cuando lo permite, es el tiempo de irse, de cerrar la historia, como hace Santiago Loza, haciendo que Serafín se vaya y Osvaldo lo observe desde la ventana de su departamento.
5. Si se lo piensa de alguna manera, cada episodio hace el esfuerzo doble por meter a la literatura con fórceps y sacarla como si fuera un estorbo que no le deja fluir. En el capítulo uno, la lectura parece una excusa armada para el acercamiento de ese hombre mayor con las mujeres (que Cozarinsky se lo tome con más humor que el resto no deja de resaltar la obviedad de que cuando se acerca para que le lea la joven muchacha el libro que tiene es “El discurso amoroso” de Barthes). En el tres, la literatura es solamente un elemento de pertenencia a un mundo particular, lleno de jóvenes “artistas” que parecen salidos de –o encerrados en- alguna cueva de Palermo Soho, y solo porque la voz en off de Julieta, la protagonista, nos lo dice de manera explícita (por si no quedaba clara la idea: Julieta es una mujer de 30 años, separada y madre de una hija, que acaba de publicar una novela sobre una mujer de 30 años separada y con una hija; cuando el resto de la gente del cumpleaños se pone a bailar al ritmo de la cumbia, ella hurga en la biblioteca de la dueña de casa y se pone a leer uno de los libros; y el círculo artístico se cierra con Paula Maffia como parte de la fiesta cantando “Amo lo extraño”, ¿síntesis del pensamiento modernista de algunos jóvenes artistas como los que pueblan esa casa?). En el cuatro, se juega en principio con la indefinición entre la lectura de una escena para una representación y el taller literario, que se explicita a mitad de la historia. Lo cual sirve para un juego entre realidad, representación y ficción que pasa como un espejo entre la historia que cuenta el corto y la escena que leen los protagonistas. La escritura tiene otro sentido, puesta al servicio de una representación que se diluye porque se trata solo de proponerla como parte de un proceso creativo inconcluso (y en parte, como lo señalan los mismos protagonistas, incomprensible en tanto queda desligada del contexto de una totalidad todavía no resuelta).

6. A fin de cuentas no importa demasiado que se caiga en una serie de lugares comunes bastante transitados. La cuestión es qué se hace con eso. Para qué se los utiliza. En ese punto, lo primero que surge es que los episodios parecen borradores de historias –algunos demasiado pendientes de un esquema basado en la reiteración con variantes, como el de Loza- y personajes que están pidiendo otro desarrollo que el que se les otorga en los 15/20 minutos que dura cada capítulo, para que tengan otra entidad, otro peso narrativo. Lo cual trae consigo un doble problema: por un lado, se elige reducir la anécdota a lo mínimo; por el otro, la pretensión de construir un ensayo se pierde porque se confía, demasiado, en el poder que pueden tener un puñado de frases para determinar esa idea. La disociación entre uno y otro no produce desconcierto, sino más bien una sensación de fracaso en la empresa emprendida. La reducción implica licuar la potencialidad de una historia y de una idea: lo que queda es una simplificación, un pensamiento, una ausencia de desarrollo.
7. El problema central que no logra resolver la película es la ausencia de una mirada. El para qué se cuentan esas historias, desde qué lugar, con qué interés o intención. Carentes de profundidad, de ironía, de reflexión, constituyen una pura puesta en imagen de pequeñas historias que no cuentan nada. Son como bocetos de un cuadro que se necesita mantener fijo en la suposición de que en el resultado final habrá algo trascendente para decir. Pero no. El problema de navegar en las aguas de la intrascendencia es que no se la enfrenta como tal, sino que se la intenta revestir de un grado, aunque sea mínimo, de importancia. Edición ilimitada no reflexiona sobre la literatura ni sobre el cine ni sobre ninguna otra cosa. En todo caso, se parece al personaje que compone Cozarinsky en el primer capítulo: la película, como el personaje, parece leer a la literatura con un solo ojo y haciendo un notable esfuerzo. El problema es que no hay nadie que vaya en su auxilio –como la mujer que se ofrece a leerle- ni hay nadie a quien pedirle una mirada prestada –como la chica del final- para poder seguir leyendo.
Calificación: 4/10
Edición ilimitada (Argentina, 2020). Guion y dirección: Edgardo Cozarinsky, Santiago Loza, Virginia Cosin y Romina Paula. Fotografía: Daniel Ortega, Eduardo Crespo, Lucio Bonelli. Montaje: Iair Michel Attias, Loli Moriconi, Eliane D. Katz. Elenco: Edgardo Cozarinsky, Eugenia Alonso, Camila Fabbri, Juan Manuel Casavelos, Alan Cabral, Katia Szechtman, Cynthia Edul y Pablo Sigal. Duración: 74 minutos.
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